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Los Vencedores y el Tribunal de Cristo |
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Capítulo 7
LOS VENCEDORES
Y EL TRIBUNAL DE CRISTO
El tribunal de Cristo
De ninguna manera es nuestra intención alarmar a los hermanos creyentes que lean este trabajo. Lejos está de nuestra parte ser portadores de un mensaje que les vaya a causar tristeza y desazón, o que se vayan a escandalizar; ahí están las páginas de las Escrituras, que son las que dan testimonio de toda verdad expuesta. Sólo queremos ser fieles al Señor y a Su Palabra, declarando lo que nos advierte la Palabra de Dios por Su Santo Espíritu; es decir, dando el sonido del atalaya cuando ve que se acerca el peligro. Ya el Señor está a las puertas, y Su pueblo debe conocer todo lo relacionado con esa preciosa venida, y una de esas cosas es que el Señor establecerá su tribunal en los aires y juzgará a la Iglesia. Dice el apóstol Pablo por el Espíritu en 2 Corintios 5:10:
“Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo”.
Ese es el primero de todos los juicios, el de la Iglesia. Muchos rechazan esto, pero es una declaración bíblica. Hermanos, el juicio de la Iglesia es necesario; recordemos que las caras se ven pero los corazones, no. Pero el Señor sí que ve todo. Dice Santiago 5:8,9: “8Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca. 9Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta”. Antes de que el Señor venga como Novio, vendrá como juez; no olvidemos eso (Mateo 25:1-13). Todo eso, tanto Su venida como el juicio de la Iglesia, debe llenarnos de alegría. El Señor, todo lo que hace, lo hace para bien y en justicia.
En su calidad de administrador de los misterios de Dios, cada obrero debe ser hallado fiel. Dice Pablo en 1 Corintios 4:4-5: “4Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor. 5Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios”. En el tribunal de Cristo será manifiesto públicamente nuestro carácter y motivación subjetiva y personal, por lo que seremos juzgados uno por uno. El juicio comienza por la casa de Dios. Leemos en 1 Pedro 4:17: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?”
Dice el hermano Rick Joyner: “El Señor comienza el juicio por Su propia casa, porque no puede juzgar al mundo si su pueblo vive en los mismos caminos de los malos. Cuando llegue el juicio, habrá una distinción entre Su pueblo y el mundo, pero será porque Su pueblo es diferente”. ( Rick Joyner. Liberación de la marca de la bestia. The Morning Star. 1995.) La Iglesia no será juzgada ante el gran trono blanco, sino mil años antes ante el tribunal de Cristo, cuando venga el Señor e inicie el reino milenario, para castigo o recompensa, de acuerdo con la vida y obras de los creyentes, los santos salvos, hijos de Dios. “10Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú también, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo. 11Porque escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios. 12De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Ro. 14:10-12). También Pablo en 2 Corintios 5:10 dice: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo”. Este juicio no se relaciona con la salvación eterna, sino con nuestra conducta en nuestra condición de hijos de Dios.
Dice Mateo 16:26-27: “26Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? 27Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras”. Aquí habla de recompensas para los seguidores del Señor en Su venida; pero esas recompensas dependerán de la perdición o salvación de sí mismos, es decir, de su vida natural. Después de exhortarles a que lleven a la práctica ciertas cosas, el apóstol Pedro le dice a los hermanos: “Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pe. 1:11). Cuando el Señor venga, muchos creyentes reinarán con Él y otros no; de modo que la principal recompensa es participar con el Señor en Su reino; y de acuerdo con el contexto, esto dependerá de que hayan perdido o no su alma. En este juicio, el Señor determinará quiénes de entre los santos son dignos de galardones y recompensas, y quiénes merecen y necesitan más disciplina. Todo vencedor tiene premio en el reino milenario, pues el reino será una recompensa para los creyentes vencedores. Dice 2 Timoteo 2:12a: “Si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará”.
Dice el Salmo 66:18: “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado”. En el corazón es donde residen nuestras emociones, motivaciones, inclinaciones, afectos, pasiones, deseos, odio y amor. El corazón debe ser renovado. Allí podemos guardar pecados no confesados y de los cuales no nos hayamos arrepentido, no hayan sido eliminados, ni resueltos de una vez por todas bajo la sangre del Señor Jesús. A veces se suele perdonar en apariencia, y en nuestro corazón no nos hemos olvidado, sigue allí latente; entonces ese problema con alguien, en realidad no ha sido resuelto convenientemente, y seguimos guardando iniquidad. Todo pecado que no ha sido borrado, volverá a nosotros en el tribunal de Cristo. Una cosa es que nuestros pecados sean borrados, y otra diferente es que sea borrada en nosotros toda mancha de pecado.
En el tribunal de Cristo no se estará juzgando la salvación, sino que las obras del creyente son sometidas a juicio. Por ejemplo, Romanos 8:1, dice: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”. El andar del creyente vencedor es conforme la vida del Espíritu dentro de su espíritu; pero el derrotado es carnal; no anda conforme al Espíritu. En el tribunal de Cristo, el santo no vencedor no pierde su salvación; si anda conforme a la carne, tiene motivo de juicio en el tribunal de Cristo. Dice Juan 5:24: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”. También 1 Juan 4:17 dice: “En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo”. Nótese que esta declaración es muy seria y encierra un gran compromiso. Si somos imagen de Cristo, no tenemos motivos para ser disciplinados.
El tiempo del juicio
¿Cuándo tendrá lugar el tribunal de Cristo? Conforme a Lucas 14:14 el tiempo de las recompensas está asociado con la resurrección. “Y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos”.
El momento en que compareceremos ante el tribunal de Cristo es cuando ocurra la resurrección de la Iglesia, a la final trompeta. Dice Apocalipsis 11:15-18:
“15El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos. 16Y los veinticuatro ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios, 17diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres, y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado. 18Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra”.
Como vemos, se trata de la séptima trompeta, la final, como lo dice 1 Corintios 15:52: “En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados”. Llega el tiempo de establecer el reino. También ese tiempo lo confirma Apocalipsis 22:12: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”.
El primer juicio será el de la Iglesia al regreso del Señor. Dice 1 Pedro 4:17a: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios”; pero la Iglesia no será ya más juzgada. Después del reino milenario tendrá lugar el juicio del gran trono blanco, donde serán juzgados los impíos, los que participen en la segunda resurrección, pues los capítulos 21 y 22 de Apocalipsis describen la situación en la eternidad, tanto para la Iglesia como para los impíos y las naciones.
Lugar del juicio
En el aire. Leemos en 1 Tesalonicenses 4:16,17: “16Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá el cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. 17Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”. Puede ser que al encontrarnos con el Señor en el aire, luego descendamos a la tierra con Él, y luego el Señor establezca su tribunal en algún lugar de la tierra.
Personas juzgadas
¿Quiénes serán convocados para el juicio de la Iglesia? Este juicio será sólo para los creyentes. De acuerdo con el contexto del capítulo 5 de la segunda carta a los Corintios, se trata de la Iglesia, tanto vencedores como vencidos. Comienza el capítulo hablando del anhelo de la redención del cuerpo y de ser revestidos de la habitación celestial, a fin de no ser hallados desnudos. Ahora vivimos en esta tierra como peregrinos, ausentes del Señor; pero desde ya debemos serle agradables; y entonces es cuando el versículo 10, con toda claridad nos dice que “es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo”. De conformidad con el contexto de 1 Corintios 3:12-15, allí el juicio es para todos los creyentes con relación a la obra de cada uno; de cómo haya sobreedificado sobre el único fundamento, Jesucristo. Si construyeron con materiales diferentes de los de Dios, el resultado será un edificio extraño, que se quemará, y esos constructores sufrirán pérdida; serán castigados, aunque no perderán su salvación. También lo confirma 1 Corintios 9:24-27, como lo hemos comentado.
Pensemos, aunque sea por un momento, la vergüenza que sentiríamos en aquel día, al contemplar la mirada del Señor sobre nosotros, sobre la indiferencia con que le tuvimos en poco a Él, el que murió por nosotros en la cruz y derramó Su propia vida por unos seres tan ruines e ingratos. También pensemos en los millones de testigos que nos rodearán, donde nadie tendrá la oportunidad de ocultar nada.
Tres parábolas de juicio
Todo creyente mundano, negligente y carnal, deberá enfrentar la vergonzosa realidad que aparece en la Escritura. Analicemos un poco tres parábolas en Mateo, que se relacionan íntimamente con la venida del Señor y el tribunal de Cristo. La del siervo malo (Mat.24:45-51), la de las vírgenes imprudentes (Mt. 25:1-13) y la del siervo negligente (Mat. 25:14-30). Estas tres parábolas son dirigidas a la Iglesia; para que la Iglesia se pellizque, sobre todo en un tiempo de tanta expectativa como el que vivimos. La iglesia está atravesando por una época de grandes y transcendentales acontecimientos.
La parábola del siervo malo
Esta parábola habla de siervos fieles e infieles. Aquí los siervos representan a los creyentes en el aspecto de la fidelidad al Señor. La parábola habla de siervos que están al frente de la servidumbre, en donde debe ser fiel y prudente. Nótese que el Señor aquí no usa la palabra hijos para llamar a los salvos, sino siervos; pues como hijos ya recibimos Su vida; en cambio como siervos seremos juzgados para lo de las recompensas. Al comienzo, en los versos 45-47, la parábola habla de un siervo vencedor, el cual recibirá como recompensa ser puesto sobre todos los bienes del Señor en el reino. Esa es la bienaventuranza. Allí dice: “45¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, el cual puso su señor sobre su casa para que les dé el alimento a tiempo? 46Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. 47De cierto os digo que sobre todos sus bienes le pondrá”. Dar alimento a tiempo está relacionado con ministrar la Palabra de Dios a los creyentes, y todo lo que se refiera a Cristo como vida de la Iglesia. El buen siervo ha de dar alimento, no leyes, a sus consiervos. Las leyes las da el Señor. La labor del siervo bueno es dar, no buscar lo suyo propio. Al ser hallado fiel, el buen siervo será promovido a un cargo más elevado en el reino. “47De cierto os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda”.
Pero en los versos 48-51 habla del siervo malo, que, aunque es salvo, no es vencedor, trata mal a los demás creyentes, se enseñorea de ellos como si Dios lo hubiera puesto en la iglesia como un príncipe (1 Pe. 5:3), tiene amistad y compañerismo con la gente mundana, no ama la venida del Señor ni le interesa el reino. El siervo malo es un esclavo de sus pasiones y apetitos. Allí dice: “48Pero si aquel siervo malo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; 49y comenzare a golpear a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos, 50vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, 51y lo castigará duramente, y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes”.
El siervo malo es llevado por una falsa doctrina. El siervo malo piensa que el Señor tarde en venir o que tal vez nunca vendrá, y eso le da la oportunidad de vivir una vida descuidada para andar según sus propias concupiscencias (2 Pe. 3:3-4). El siervo malo quiere imponer su autoridad tratando mal a sus consiervos. Es posible que le echen en cara su conducta y eso lo enfurece más, o busca afanosamente que los demás lo reverencien y se inclinen ante él. Para una persona, la venida del Señor (o la muerte de la persona, que es lo mismo, pues acarrea las mismas consecuencias) es algo supremamente terrible. La muerte, pues, lo separará de muchas cosas que hoy ama y le entretiene, de este mundo que tanto le atrae. Y ¿qué le espera a este siervo malo cuando se encuentre con el Señor en el juicio de la iglesia? Le espera un castigo temporal. Necesitamos ganar esta carrera aquí, no sólo para no estar castigados temporalmente con los hipócritas, sino para recibir el galardón, el premio, de los vencedores, como lo dice San Pablo (1 Co. 9:24-27).
Nótese que este siervo es salvo, es un hijo de Dios; habla de “mi Señor”; ningún impío llama “mi Señor” al Señor Jesús; pero en el día en que la Iglesia comparezca ante el tribunal de Cristo, ese siervo será separado del Señor y de Su reino, y temporalmente puesto en el lugar a donde irán los hipócritas. No eternamente, sino que allí pondrá sólo “su parte”, conforme a su falta.
La parábola de las diez vírgenes
En Mateo 25:1-13, encontramos la parábola de las diez vírgenes, la cual está íntimamente relacionada con el reino de los cielos. Aquí las vírgenes representan a los creyentes en el aspecto de la vida con el Señor. El andar del creyente con Cristo en santidad y obediencia se relaciona íntimamente con su llenura del Espíritu Santo. De la constante llenura del Espíritu Santo en un creyente depende su perfección en la comunión con Dios y con los demás hermanos, el conocer el amor de Cristo y el de ser llenos de toda la plenitud de Dios (Efesios 3:19).
El número diez es el número de las naciones, y significa que la Iglesia está constituida por creyentes de todo linaje, de toda tribu, de todas las razas, lenguas y naciones del orbe (*1). Claro que, además de la última generación de creyentes, incluye a los hermanos que ya han muerto en la historia (“cabecearon y se durmieron”, dice en el verso 5) (Cuando se refiere a los creyentes, el sueño representa la muerte, como en 1 Tes. 4:13-16; Juan 11:11-13; 1 Co. 11:30). Algunas personas se confunden pensando que todas las vírgenes se “duermen” espiritualmente; pero eso sería una contradicción. La mitad de las vírgenes son prudentes y la mitad insensatas. Sus lámparas (el espíritu de cada creyente) representan que la Iglesia, en esta edad de tinieblas, lleva el testimonio del Señor, es morada del Espíritu Santo de Dios; pero es necesario que cada lámpara continuamente esté llena del aceite de Dios (Su Espíritu), para que pueda irradiar esa luz de Dios comenzando desde el interior; porque todo creyente es responsable ante Dios de ser lleno del Espíritu Santo. “Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre” (Pr. 20:27a). Lámpara con aceite insuficiente no puede alumbrar sino con una luz muy tenue. “15Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, 16aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. 17Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor” (Ef. 5:15-17). El necio no aprovecha bien el tiempo, y como vive para sí mismo, no se entera de cuál sea la voluntad del Señor en determinados a acontecimientos.
(*1) Cfr. Apocalipsis 5:9. No es una casualidad que en el capítulo 10 de Génesis se describa las generaciones de los hijos de Noé, y que diga en el versículo 32: “Estas son las familias de los hijos de Noé por sus descendencias, en sus naciones; y de éstos se esparcieron las naciones en la tierra después del diluvio”. De los diez cuernos (las naciones globalizadas del último sistema mundial) de la cuarta bestia surge un cuerno que los dominará a todos (Dn. 7:7-8; Ap. 13:1; 17:3). En el tabernáculo, las diez cortinas de Éxodo 26 representan a la iglesia. Relaciónese con la novia de Cantar de los Cantares (1:5).
Todas las vírgenes salen del mundo al encuentro del Señor, porque las vírgenes representan a los santos, a los apartados del mundo para Dios; pero “3las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; 4mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas”. La vasija es la persona de cada uno, es su alma (vasos de honra para Dios y habitación de Cristo). Todas las vírgenes tenían aceite en sus lámparas; todas eran salvas; todas tenían al Espíritu Santo; pero hay una distinción entre las vírgenes prudentes y las insensatas: las insensatas no tenían reservas en sus vasos; de manera que sus almas no conocían la vida del Espíritu; eran almas sin renovación y santificación. Eran creyentes que se conformaban a este siglo, pues no habían sido transformados por medio de la renovación de sus entendimientos, de manera que en ese estado no tenían capacidad para comprobar cuál era la voluntad de Dios en cada caso, en cada circunstancia (Romanos 12:2). Esto es serio, que Dios nos hable en nuestro espíritu y nosotros no podamos entender lo que nos dice. “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu” (Ef. 5:18). La llenura el Espíritu en el creyente debe ser continua y constante. Algunos piensan que eso se refiere a un acto, pero se trata de un estado interior permanente para gozar de la plenitud de Dios con los demás hermanos, pues somos un cuerpo. O somos necios y seguimos postergando conocer esa plenitud, o somos sabios y buscamos esa provisión constante de aceite para nuestras lámparas y nuestras vasijas con más diligencia que al oro y a la plata.
Pero a la medianoche, cuando la humanidad se esté debatiendo en la gran oscuridad de la gran tribulación, se escuchará la voz del arcángel y la trompeta de Dios; ya viene el Señor, y ocurre la resurrección y el traslado de la Iglesia. ¿Qué sucederá entonces con los creyentes que teniendo el Espíritu Santo no estén lo suficientemente saturados de Él? La parábola no responde a todos nuestros interrogantes, pero vemos tácitamente que los creyentes necios no pagaron un precio para ser llenos del Espíritu Santo. ¿Cuál es el precio? Tampoco lo aclara, pero en otras partes de la Escritura Sagrada lo vemos. Por ejemplo, renunciar al mundo, cargar nuestra propia cruz cada día en obediencia al Padre, negar el yo; en nuestra escala de valores poner a Cristo en el primer lugar, por encima de todas las cosas; estimar todas las cosas como pérdida por amor de Cristo. Todo creyente que no pague el precio ahora, en esta vida, para ser lleno del aceite del Espíritu, deberá pagarlo después de la resurrección, pues todo creyente debe ser perfeccionado, si no ahora, pues lo será después en las tinieblas de afuera. El Señor ahora nos está dando la oportunidad de que no desperdiciemos los pasos que Él está tomando para llevarnos a todos Sus hijos a la madurez. Pero, ¿por qué se le llamará precio? Porque se trata de renunciar a toda esa herencia que recibimos y que vivimos en otro tiempo en nuestro hombre viejo. Eso es doloroso cuando nos aferramos a esas cosas, costumbres, pertenencias, vicios, amores, valores ancestrales, cuyo centro no es Dios. Ahora nuestro tesoro es Cristo, y Dios nos tiene escondidos en lugares celestiales en Su Hijo. Lo demás sobra.
Note que las cinco vírgenes insensatas llegan a tocar la puerta después que se cierra para iniciar las bodas con las prudentes, los creyentes vencedores. Dice en los versos 10-13: “10Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta. 11Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! 12Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco. 13Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir”. Vemos, pues, que se relaciona con la venida del Señor y Su juicio de las obras de la Iglesia cuando Él establezca Su tribunal. Las cinco vírgenes insensatas, aunque no pierden su salvación, no son aprobadas para entrar a las bodas; no tienen el vestido apropiado; no se han ocupado a su debido tiempo en tener suficiente aceite. Cuando en el tribunal de Cristo, el Señor le diga a alguien: No os conozco; eso significa que esa persona jamás se interesó por tener comunión con el Señor, no se interesó por conocer al Señor; y la salvación se relaciona con el conocimiento del Señor (Juan 17:3). Mientras estamos en esta tierra, el Señor nos da la oportunidad de conocerle y obedecerle, pero cuando Él venga y establezca Su tribunal para juzgar a la Iglesia, allí, en ese momento no es el Salvador sino el Juez (Mateo 5:25) que estará juzgando nuestra conducta como hijos de Dios. Si las vírgenes insensatas no fueran salvas, no podrían estar ahí tocando las puertas del reino de los cielos. Hermanos, es un privilegio grande el poder servir al Señor ahora. Es verdad que podemos estar muy ocupados en nuestros propios programas “espirituales”, y no estar haciendo la voluntad de Dios, y en aquel día recibir la desaprobación del Señor (Mateo 7:21-23).
Por otro lado, la llenura del Espíritu Santo de otro hermano, no te puede servir a ti. Las vírgenes insensatas eran salvas por la cruz del Señor Jesucristo, y después de haber conocido la gran salvación de Dios por Su Hijo unigénito, no vivieron para Él sino para ellas mismas; todo el tiempo de creyentes en esta tierra fue lastimosamente desperdiciado.
Para disfrutar del reino hay que entrar por la puerta estrecha. Pero nuestra tendencia natural es entrar por la puerta ancha, la que nos da acceso a múltiples goces y ventajas terrenales. Los goces terrenales no hacen muy atractiva la puerta estrecha. Es como una paradoja: la puerta estrecha nos lleva a un camino estrecho y difícil, pero es el camino que nos llevará al reino y al goce del Señor. En Lucas 13:24-25 dice el Señor: “24Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán. 25Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá: No sé de dónde sois”.
La parábola del siervo negligente
En Mateo 25:14-30 encontramos la muy conocida parábola de los talentos. Consideramos que no hay necesidad de transcribirla toda. También comienza hablando del reino de los cielos, porque tiene que ver con el reino de los cielos, y lo que aquí aparece no se relaciona con la salvación eterna. El hombre que entrega sus bienes a sus esclavos es Cristo, y el ir al extranjero es Su ida a los cielos después de Su gloriosa resurrección. Los talentos son repartidos de acuerdo con la capacidad natural de cada creyente, y esa capacidad tiene relación con lo que somos en nuestra vida natural, nuestra herencia cultural y genética, nuestras costumbres, nuestro entorno social y nuestro aprendizaje. De la forma en que hayamos sido creados por Dios, una vez hemos creído, en esa misma medida recibimos los dones del Espíritu para ponerlos al servicio del Señor.
Dios conoce exactamente de lo que podemos ser capaces de responder, y en esa misma medida nos va a pedir cuentas. Aquí los vencedores, trabajan con los talentos (dones espirituales) recibidos del Señor y para la gloria del Señor, en Su venida le entregan buenos resultados. Están, pues, representando a los creyentes en el aspecto del servicio. Estos siervos, los vencedores, son aprobados y reciben sus galardones y entran a disfrutar del Señor en el reino milenario, pero sobre todo el gozo es en el aspecto interior. El Señor no evalúa nuestra obra y la premia fundamentándose en la cantidad y lo bueno que pueda ser, sino por nuestra fidelidad en el servicio. El Señor quiere que nos dispongamos a que el talento que hemos recibido de Él sea usado al máximo, con una entrega absoluta, y de acuerdo con Su voluntad perfecta.
Pero la parábola hace hincapié en el siervo que recibió un solo talento y lo enterró. El versículo 18 dice: “Pero el que había recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor”. A menudo se resalta a los siervos que reciben muchos talentos y se les tiene en mucha estima y hasta se les encumbra; y los que reciben uno, porque son menos dotados, ellos mismos se descuidan, no lo utilizan bien o definitivamente no lo tienen en cuenta, y lo entierran; es decir, que en vez de trabajar con su talento, se involucran con el mundo. Toda asociación con el mundo tiene en sí el peligro de enterrar el don que hemos recibido del Señor. Nótese que mientras el Señor no haya regresado, a nadie le quita su don (Ro. 11:29), sino que nosotros mismos nos encargamos de enterrarlo con nuestra asociación con el mundo, o en nuestro propio orgullo y ambiciones de tipo espiritual, u ocupados en guardar nuestra propia reputación. Resulta fácil encontrar cualquier pretexto mundano o personal para no usar el don que el Señor ha depositado en nosotros, y desperdiciarlo, escondiéndolo. A veces queremos vivir aquí como reyes, y cuando esto ocurre, nosotros mismos somos los responsables de no ser reyes en el reino con el Señor.
Dice el versículo 19: “Después de mucho tiempo vino el Señor de aquellos siervos, y arregló cuenta con ellos”. Luego el Señor Jesucristo regresa y arregla cuentas con sus siervos en el tribunal de Cristo, después de transcurrida toda la edad de la Iglesia. Millones de hermanos no tienen ni la menor idea de que el Señor vendrá y lo primero que va a hacer es instalar su tribunal en el aire para arreglar cuentas con sus esclavos que Él compró con Su propia sangre (1 Co. 7:22,23; 2 Co. 5:10; Ro. 14:10; 1 Co. 4:5). Dice Apocalipsis 22:12: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”.
Dicen los versículos 24-28 de la parábola: “24Pero llegado también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; 25por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo. 26Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí. 27Por tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses. 28Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos”. El hecho de que este siervo comparezca ante el tribunal de Cristo, demuestra que fue resucitado o transformado y trasladado con la Iglesia, pues es salvo eternamente. Pero este siervo falla en su vida interior, conducta y obras delante del Señor; conocía al Señor más objetiva que subjetivamente. Hay que trabajar en la obra del Señor con lo que recibimos del Señor, partiendo desde cero; de conformidad con los resultados, estaremos participando del reino; y al siervo negligente le serán quitado los dones espirituales y será descalificado y lanzado a las tinieblas de afuera, disciplinado, el tiempo que sea necesario.
Las tres etapas de nuestra resurrección
Es importante tener siempre en cuenta que nosotros como seres humanos estamos conformados de tres partes: espíritu, alma y cuerpo, y esas tres partes que integran nuestro ser son salvas en tres tiempos diferentes, como lo enseñamos en el primer capítulo. El espíritu es salvo en el acto de la regeneración, cuando creímos en Cristo; el alma es salva en el curso de nuestra vida cristiana, pues tenemos que ocuparnos nosotros mismos de la salvación de nuestra alma con temor y temblor, y eso lo debemos hacer juntamente con la acción en nosotros del Espíritu Santo; debe ser una acción continua de renovación y santificación del alma; y el cuerpo será salvo en el futuro, cuando ocurra la resurrección de la Iglesia. Pero las tres partes deben ser halladas irreprensibles (1 Tesalonicenses 5:23). Y así como las tres partes de nuestro ser son salvas en tres etapas diferentes, también nuestra resurrección ocurre en tres etapas.
De conformidad con la Palabra de Dios, habrá en el futuro dos grandes resurrecciones, y sólo dos: Una, la primera, la de los muertos en Cristo, cuando el Señor regrese, a la final trompeta, antes del reino milenario (1 Tes. 4:16; 1 Co. 15:52; Ap. 20:4-6); y la otra resurrección tendrá ocasión después de mil años (Apocalipsis 20:7, 11-15). Pero dentro de los que participen de la primera resurrección, habrá un remanente de vencedores que obtendrán una mejor resurrección, conforme lo leemos en Hebreos 11:35: “Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección”.
Al respecto, y para una mejor comprensión de lo que significa esa mejor resurrección, entremos a analizar un poco en Filipenses 3:10-11. En el contexto, desde que se inicia el capítulo 3 de Filipenses, Pablo viene hablando de gozarnos y gloriarnos en el Señor, y no poner nuestra confianza en la fuerza y recursos de la carne y sus intereses, teniendo por basura todo aquello que en nosotros llegó a ocupar un lugar privilegiado, incluyendo todo lo relacionado con nuestra antigua religión, y estimar todo eso como pérdida; luego dice en el versículo 9: “Y ser hallado en él (en Cristo), no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe”.
En el curso de nuestra vida cristiana debe llegar el momento en que debemos ser hallados viviendo no en nuestra propia justicia, esa que proviene de nuestros propios esfuerzos por guardar la ley, sino ser hallados en Cristo. ¿Ser hallados por quién? Por los hombres, por los ángeles y por los demonios. Luego en los versículos 10 y 11, dice:
“10A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejantes a él en su muerte, 11si en alguna forma llegase a la resurrección de entre los muertos”.
Nuestra justicia debe ser la que procede de Dios; la vida misma de Dios en nosotros, a fin de poder conocerle. Conocer al Señor es experimentarlo; no es meramente leer o escuchar sobre Él. Conocer al Señor es experimentar el poder de la resurrección de Cristo. Nótese que para esto es necesario que participemos de los padecimientos de Cristo, configurándonos a Su muerte. Eso enriquece nuestra vida de resurrección. Esa experiencia de vivir una vida crucificada nos va perfeccionando a Su conocimiento. La revelación es perfeccionada por la experiencia hacia el conocimiento de Cristo; y entonces podemos experimentar el poder de la resurrección de Cristo. La vivencia de esa resurrección nos hace aptos para una super-resurrección, la cual no será alcanzada por muchos. Los muchos no quieren la cruz, sino que anhelan bendiciones materiales y carnales.
En el original griego, la palabra resurrección que aparece en el versículo 10, no es la misma traducida en el versículo 11. En el versículo 10 la palabra traducida resurrección, en griego es anastaseos (ὰναστάσεως), pero en el versículo 11 encontramos una palabra algo diferente; allí dice exanastasin (ἑξανάστασιν), la cual se podría traducir como una super-resurrección o una resurrección sobresaliente, que será un premio para los santos vencedores. Para llegar a esta resurrección sobresaliente, indica que todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, ya haya pasado por un proceso de resurrección desde el momento en que conocemos a Cristo. Es un proceso paulatino, progresivo, continuo, lo cual podemos explicar así:
1. Resurrección del espíritu
La condición nuestra antes de conocer a Cristo era de muerte. Eso lo explica vivamente la Palabra en Efesios 2:1-4:
“1Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, 2en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, 3entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. 4Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó...”
Antes de conocer al Señor nuestro espíritu estaba muerto, pero el Señor lo resucita a la vida eterna. Lo leemos en Efesios 2:5-6, donde los verbos están en tiempo pasado:
“5Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), 6y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”.
El espíritu no vuelve a resucitar debido a que jamás vuelve a morir. En la resurrección del cuerpo, el espíritu sólo hace es reunirse con el cuerpo glorioso para reunirse con Jesús. De conformidad con Romanos 6:3-11, el bautismo tiene un aspecto resucitador; es decir, al ser bautizados en el cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:12), participamos de todos los aspectos y experiencias de Cristo, incluida la resurrección, de manera que fuimos resucitados juntamente con Cristo “y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3:3). Esa es una constante en todo el Nuevo Testamento. En nuestra vida de resurrección no debemos practicar las cosas de nuestra vieja naturaleza, las terrenales.
“Sepultados juntamente con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados (tiempo pasado) juntamente con él, mediante la fe de la operación de Dios, quien le levantó de los muertos” (Col.2:12). “Si, pues, fuisteis resucitados juntamente con Cristo (tiempo pasado), buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios” (Col. 3:1).
2. Resurrección del alma
Una vez hayamos experimentado la resurrección del espíritu, el Señor pasa a trabajar para resucitar nuestra alma; pero el alma, para que pueda resucitar, debe morir antes. Un creyente nuevo aún es carnal, su alma no ha sido renovada, de manera que tenemos que pasar por un proceso de crecimiento espiritual, pruebas y negación del yo, hasta que nuestra alma llegue a ser renovada, y tengamos un alma espiritual, con una mente renovada, que podamos pensar como Cristo, al ser conformados, no a nuestra pasada manera de pensar, sino a la mente de Cristo. Una alma totalmente renovada es una alma resucitada a una nueva vida.
Dice Romanos 8:6: “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del espíritu es vida y paz”. Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo (cfr. Romanos 6:6), pero debemos tomar nuestra cruz cada día (cfr. Lucas 9:23), a fin de que esa muerte (del alma carnal) sea una realidad presente en cada uno de nosotros. Mientras nos ocupemos (nuestra alma) de la carne, no hay muerte en nuestro yo; pero al participar en la muerte de Cristo, nuestra alma tiene vida y verdaderamente somos trasladados de la vieja creación, del viejo hombre, a la nueva criatura, al nuevo hombre, que es Cristo en nosotros. El proceso de esta resurrección es un asunto presente. Esa resurrección especial es la meta de nuestra vida cristiana.
3. Resurrección del cuerpo
Nuestro cuerpo será resucitado en el futuro, a la final trompeta; y en esa resurrección se le unirán el espíritu y el alma. Romanos 8:10,11 dice:
“10Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. 11Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros”.
Dios quiere que todo nuestro ser (1 Tes. 5:23) sea hallado irreprensible cuando venga el Señor, y todo nuestro ser completamente resucitado, sea en forma integral liberado del viejo hombre que tenía Satanás esclavizado. Que obre, pues, en nosotros el poder de resurrección que obró en Cristo Jesús. De esto sacamos en conclusión que habrá creyentes no vencedores, que sus almas no habrán experimentado la respectiva resurrección, de manera que no experimentarán esa resurrección especial en el día postrero. Nótese que Pablo lo advierte en Filipenses 3:11, cuando dice: “11si en alguna forma llegase a la resurrección de entre los muertos”. Es bien claro que no se está refiriendo a la resurrección general de la Iglesia sino a esa resurrección especial, pues Pablo estaba seguro que participaría de la resurrección general.
Los vencedores y el traslado de la Iglesia
Las Escrituras dan fe de que la Iglesia será levantada por el Señor en Su venida, evento en el cual ocurrirá la resurrección de los justos y la transformación de los que permanecieren vivos hasta el glorioso regreso de Cristo. Veamos acerca de ese hecho en cuanto al conocimiento de tal evento por parte de los creyentes y en cuanto a la participación en el mismo.
En cuanto al conocimiento del tiempo del traslado
De conformidad con Hechos 1:9-11 y otros muchos textos bíblicos, el Señor vendrá otra vez. “9Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos. 10Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, 11los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo”. De acuerdo con ciertas señales dadas en la Biblia, sabemos que Su venida no demora, porque nadie sabe ni el día ni la hora, pero sí podemos saber el tiempo en que ese evento ha de ocurrir. ¿Quiénes sabrán el tiempo en que el Señor ha de regresar? Habrá hermanos que, o por no amar la venida del Señor o por andar preocupados en sus deseos carnales y vida del mundo, viven desapercibidos y ese hecho los sorprenderá como ladrón en la noche, y a otros, que estarán velando, no.
Por ejemplo, a los hermanos de Sardis, los que están enmarcados dentro del protestantismo denominacional, los que tienen nombre de que viven, y están muertos, el Señor les dice (Ap. 3:3): “Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti”. Lo curioso es que eso mismo dice el Señor al mundo con respecto de Su venida. Lo registramos en el texto de 1 Tesalonicenses 5:2-3: “2Porque vosotros (los santos) sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche; 3que cuando (en el mundo) digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos (los impíos) destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán”. Una cosa es el mundo y el creyente descuidado, y otra el que vela y ama la venida del Señor. Transcribimos a continuación los versículos siguientes (4-10): “4Mas vosotros, (los que velan) hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón. 5Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. 6Por tanto, no durmamos7Pues los que duermen, de noche duermen (no nos descuidemos en el mundo) como los demás, sino velemos y seamos sobrios. (en las tinieblas del mundo), y los que se embriagan, de noche se embriagan. 8Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo. 9Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, 10quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él”. Este texto habla por sí solo.
En cuanto al tiempo del traslado y a la participación en el mismo
La ortodoxia doctrinal bíblica enseña que habrá dos resurrecciones: Una, la primera, la de los santos en la venida del Señor, después de la gran tribulación, y la segunda, la de los impíos, al finalizar el milenio. Sobre este punto crucial de la Escatología, a través de la historia se fueron desarrollando los puntos de vista de varias escuelas de interpretación, de los cuales destacamos los siguientes.
1. Postribulacionismo
La sana enseñanza bíblica es que toda la Iglesia del Señor será arrebatada por el Señor y trasladada a los aires, en donde nos encontraremos con el Señor. ¿Cuándo ocurrirá ese evento? A la final trompeta. “51He aquí os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, 52en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Co. 15:51-52). “16Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. 17Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4:16-17). Al ser levantada la Iglesia al toque de la séptima trompeta, significa que la Iglesia estará acá en la tierra durante los siete años del gobierno del anticristo, porque al toque de la final trompeta es cuando ocurrirá la gloriosa venida del Señor y el comienzo de Su reino milenario; y eso no ocurrirá sino al finalizar los siete años del gobierno de la bestia. Veamos lo que dice Apocalipsis sobre eso.
“15El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos. 18Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra” (Ap. 11:15,18). Este punto de vista era el sostenido por la iglesia primitiva, pues es el que aparece en los documentos del primer siglo, como la Didaké; luego fue el punto de vista interpretativo de los llamados padres de la iglesia, y de los escolásticos; también fue el punto de vista de los reformadores; por último fue sostenido por varias de las grandes denominaciones de la línea reformada y otras; son postribulacionistas incluso algunas corrientes presbiterianas y bautistas. También fueron postribulacionistas los hermanos Benjamín Newton y George Mueller, dentro de la línea de los Hermanos o Brethren, quien se le opuso a Darby.
Apocalipsis habla de los santos salidos de la gran tribulación. “9Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; 10y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero. 11Y todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios, 12diciendo: Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén. 13Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido? 14Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. 15Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. 16Y no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; 17porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos” (Ap. 7:9-17). El postribulacionismo es lo que se llama como la teología del pacto. ¿Pero qué sucedió?
2. Pretribulacionismo
No obstante que la iglesia primitiva y la patrística sostenían la interpretación del Nuevo Testamento en el sentido de que la Iglesia sería arrebatada después de la gran tribulación, sin embargo, en el año 374, Efraín el Sirio, sin demostrarlo profundamente, por primera vez en la historia lanza la idea de un rapto antes de la gran tribulación; pero no hizo mucho eco, pues hasta 1754 es cuando retoma este punto de vista un pastor bautista llamado John Gill; posteriormente retomaron sus banderas los siguientes: en 1810 un jesuita chileno de apellido Lacunsa; en 1812, un hermano inglés llamado Edward Irving; también enseñó el pretribulacionismo en 1816 una mujer, al parecer mística, llamada Margaret McDonald. Pero el que le dio el espaldarazo final fue el hermano John Nélson Darby en 1820, quien lo había escuchado de Eduard Irving. El hermano Darby fue de la línea de los Brethren, también conocidos en la historia como los hermanos de Plymouth, íntimamente relacionados con la restauración de la iglesia bíblica y la unidad del Cuerpo de Cristo. Darby había sido un arzobispo anglicano, de donde salió para unirse a los Hermanos en Plymouth. Darby profundizó y sistematizó el pretribulacionismo y el dispensacionalismo. Pero quien le dio amplia difusión al pretribulacionismo y al dispensacionalismo fue el Dr. Scofield con sus famosas anotaciones a la Biblia, y por ese medio esa corriente de enseñanza tuvo fácil entrada en muchas denominaciones. A la muerte de Scofield, quien retomó las banderas del pretribulacionismo fue Lewis Sperry Shaffer, fundador del Seminario Fundamentalista de Dallas, Texas, donde se han formado muchos pastores denominacionales, y autor de una famosa teología sistemática; de manera que han sido medios poderosos para que se difunda el pretribulacionalismo. Otros influyentes pretribulacionista han sido Charles Ryrie, John F. Walvoord, de las Asambleas de Dios, y J. Dwight Pentecost, autor de la conocida obra dispensacionalista “Eventos del Porvenir”, que tanta influencia ha proyectado en el denominacionalismo.
Los hermanos que han enseñado y difundido el pretibulacionalismo merecen todo el respeto, pero debo aclarar lo que dice la Biblia, que si a los creyentes se les enseña que la Iglesia del Señor será trasladada antes de la aparición del anticristo en la esfera política mundial, se les está engañando. “1Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, 2que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. 3Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, 4el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios. 5¿No os acordáis que cuando yo estaba todavía con vosotros, os decía esto? 6Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se manifieste. 7Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. 8Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida” (2 Tes. 2:1-8).
Los pretribulacionista interpretan el versículo 7 en el sentido de que es el Espíritu Santo quien impide la manifestación del anticristo, y que el Espíritu Santo será quitado de la tierra al ser arrebatada la Iglesia. Pero tengamos en cuenta que el Espíritu Santo está en todas partes, incluso en el Hades. “7¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿A dónde huiré de tu presencia? 8Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás” (Salmos 139:7-8). Eso significa que el Espíritu seguirá estando en la tierra después que la Iglesia sea arrebatada al cielo; incluso estará en los dos testigos de Dios cuyo ministerio se desarrollará en Jerusalén durante la gran tribulación (cfr. Ap. 11:1-12). El Espíritu no es quien ha detenido la manifestación de los grandes imperios mundiales. Dios tiene trazado un plan en la historia de los hombres. Medite bien el lector en la estatua del sueño de Nabucodonosor de Daniel 2; ahí aparece la sucesión de los imperios mundiales hasta la venida del Señor. Las piernas de la estatua corresponden al imperio romano; luego viene una explicación más detallada de esto mismo en las bestias de Daniel 7. Note que la estatua termina en diez dedos, y la cuarta bestia (Roma) aparece con diez cuernos, de los cuales se levantará otro, la bestia, que se encargará de quebrantar a los santos del Señor (Daniel 7:14-25; Apocalipsis 13:5,7; Apocalipsis 17:12-13). La Escritura se interpreta ella misma; de manera que lo impide la manifestación del anticristo es el imperio romano; al ser quitado el poder de Roma, aparecerá el anticristo.
Acordémonos que para que en la historia se manifestara el Imperio Romano fue necesario que fuese quitado de en medio el imperio griego, y que para que antes se hubiese manifestado Grecia, había sido necesario que se quitara Medo-Persia, etc. Muchos ignoran que el Imperio Romano continuó gobernando en forma latente. Los bárbaros han podido haberle asestado un golpe mortal a la Roma imperial, pero ese mismo espíritu continúa al surgir la Roma papal, la cual heredó los poderes imperiales sobre toda Europa y sus colonias, poder que se encargó de revivir el imperio romano con el Sacro Imperio Romano Germánico con Carlomagno y sus sucesores en Europa. De manera, pues, que estamos viendo un resurgir del Imperio Romano en el antiguo territorio europeo del imperio, sus antiguas provincias, los países que hoy forman la Comunidad Europea. De ahí saldrá el anticristo, pero será un imperio diferente, pues el anticristo “será diferente de los primeros... y pensará en cambiar los tiempos y la ley” (Da. 7:24,25).
3. Los dos raptos
Al analizar los dos anteriores puntos de vista, y tal vez viendo en ambos alguna razón, surgió una tercera escuela de interpretación con los hermanos Robert Govett, G. H. Pember, D. M. Panton, pioneros de la restauración de la iglesia bíblica, y últimamente con el hermano Lang, con la convicción de que el arrebatamiento de la Iglesia tiene dos etapas o dos raptos, uno antes de la tribulación para las primicias, los vencedores, y otro después de la tribulación para la cosecha, o sea, el resto de los cristianos salvos. Para ello toman textos bíblicos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Este fue el punto de vista que siguieron y enseñaron los hermanos Watchman Nee y Witness Lee, apóstoles de la restauración en China. Pero debemos tener en cuenta que sólo hay dos resurrecciones: Una al comienzo del milenio para la iglesia, y otra al final del reino milenario, para los impíos. También la Escritura habla de primicias de la resurrección, pero dice que las primicias es Cristo. “20Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicia de los que durmieron es hecho. 21Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. 22Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. 23Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida” (1 Co. 15:20-23). De manera que Cristo es las primicias de la primera resurrección; la iglesia es la cosecha.
Diferencia entre la salvación y el reino
Satanás quebrantó el orden divino instaurado en el universo, involucrando en ello más tarde al hombre. Pero el Hijo de Dios tomó carne para iniciar la restauración de todo, conforme el propósito inicial de Dios, incluyendo la Iglesia que Él mismo rescató, hasta instaurar sobre la tierra el reino de los cielos, hasta que sean puestos todos sus enemigos por estrado de Sus pies.
El Padre es quien nos revela a Su Hijo Jesucristo, por Su Espíritu, el cual es quien nos da la convicción y la capacidad de arrepentirnos, "8porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no es de vosotros, pues es don de Dios; 9no por obras, para que nadie se gloríe" (Ef. 2:8,9). Esa salvación no está condicionada a obra alguna de parte de nosotros, ni buena ni mala, y de ella no nos separará ni lo presente ni lo porvenir (cfr. Ro. 8:38). Esta salvación corresponde al espíritu. Pero el alma también debe ser salvada; y debemos ocuparnos de la salvación de nuestra alma, de nuestro yo, con temor y temblor (cfr. Flp. 2:12). Si no se hace una clara diferencia entre la salvación del alma y del espíritu, la confusión es grande. No confundas el alma y el espíritu. El hombre es un ser tripartito. El alma es el yo de la persona, allí está la sede de su personalidad, pues es el asiento del intelecto (pensamientos), voluntad (facultad de decidir) y emociones, y de allí emana su responsabilidad y su poder de decisión. Por tanto, es necesario que nuestro espíritu (hombre interior, lo llama Pablo), ya salvo, sea fortalecido con el poder del Espíritu Santo, para que en consecuencia habite Cristo por la fe en nuestros corazones, que es otra forma bíblica de llamarle al alma más la conciencia del espíritu (cfr. Ef. 3:16,17), y llegue a ser Él viviendo en nosotros y no nosotros mismos (cfr. Gá. 2:20 ). Cuando esto ocurra, hemos sido perfeccionados por el Señor, hemos salvado nuestra alma y hemos llegado a ser verdaderos vencedores.
La salvación del espíritu se relaciona con la vida eterna, y la salvación del alma y las buenas obras están íntimamente relacionadas con la participación en el reino, que son dos aspectos diferentes. Una cosa es la salvación eterna, que es un don de Dios inmerecido y que no se pierde, y otra cosa diferente es la recompensa de Dios o el castigo temporal durante la era del reino. El problema de la eternidad ya está resuelto desde antes de la fundación del mundo y hace dos mil años tuvo su cumplimiento en la cruz del Calvario, pero lo de la posición en el reino y su recompensa, depende de que nosotros nos mantengamos firmes. No se debe confundir el reino con la salvación eterna. La salvación se recibe por fe; es un regalo, es la vida eterna; en cambio al reino se entra por nuestra fidelidad hasta la muerte, se recibe por obras, por obedecer al Padre; en el caso de Esmirna es la corona de la vida. Cuando la palabra de Dios dice en Romanos 8 que no nos separará del amor de Cristo ni lo porvenir, allí no está condicionando qué clase de porvenir en nuestras vidas. Pase lo que pase en el futuro, no perderemos nuestra salvación eterna. Romanos 8:35-39 declara que no hay manera de separarnos de Cristo. Nuestra salvación eterna no se pierde debido a que no depende de nuestras obras ni de nuestras justicias propias; si así fuera, aparte de que anularía la obra del Señor, si acaso hoy sería salvo y mañana no; tal vez pasado mañana sí; ¿y después? Nuestra salvación ni siquiera así podría sostenerse firme, pues nada de lo que hagamos o dejemos de hacer nos hará merecedores de poder llegar hasta Dios. La Biblia no indica ningún camino ni esfuerzo humano para llegar a Dios. Al contrario, nos revela que la mejor de nuestras justicias es como trapo de inmundicia frente a la obra de Dios; pero, gracias al Señor que nuestra salvación no depende de nosotros, inútiles humanos, depende de la obra que Cristo llevó a cabo por nosotros en Su encarnación, en Su muerte en la cruz, en Su resurrección y en Su glorificación. Todo lo ha hecho Cristo, “quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Ti. 1:9). “4Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, 5nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:4.5).
La Biblia dice que la salvación es un regalo de Dios que no se pierde, pues fuimos salvos una sola vez y para siempre; dice que nadie ha merecido la salvación, ni puede hacer algo salido de su propia naturaleza para recibirla. Es un regalo que se recibe por fe, y la fe misma nos la da Dios. Es Dios quien ha elegido a quién va a salvar. Dios “nos escogió en él (en Cristo) antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Efesios 1:4). Dice en Juan 15:16: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca”. Desde antes de la fundación del mundo hemos sido predestinados a una salvación que no se pierde jamás. “Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna” (Hch. 13:48). Tengamos en cuenta que lo que Dios da, no lo quita. “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Ef. 2:1); aquí, como en otras partes, aparece en pasado, se trata de la salvación del espíritu; en cambio cuando se trata de la salvación del alma, siempre aparece en presente o futuro. Por ejemplo, dice 1 Timoteo 4:16: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren”. También Lucas 21:19 dice: “Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas”.
La mayoría de los teólogos, maestros y estudiosos de la Biblia, en su concepción y exégesis tradicional ignoran o siguen teniendo dificultad para interpretar y concordar correctamente el contenido de los pasajes que se relacionan con el tribunal de Cristo y el juicio de la Iglesia. Al ignorar la exégesis de los respectivos textos o confundirlos, han llegado a la concepción de la falsa doctrina de que la salvación se pierde, porque no hacen diferencia entre el alma y el espíritu y sus respectivos tiempos de salvación. Si tú eres un legítimo cristiano, no estás perdido eternamente, pero puede que lleves una vida vencida y tener motivos suficientes para merecer un tratamiento adicional del Señor; ese tratamiento disciplinario puede ser ejecutado ahora, en esta edad de la Iglesia o cuando venga el Señor, lo cual no significa que vayas a perder tu salvación eterna. Es muy cierto lo que nos dice Juan 3:16, pero también es cierto lo que nos dice Apocalipsis 2:11. Podemos hacer, por ejemplo, una relación entre Mateo 5:13 con Lucas 14:34-35.
Nos dice el Señor en Mateo 5:13: "Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres". Los cristianos son la sal de la tierra. ¿Qué significa ser echada fuera? Significa ser excluidos del reino de los cielos. Dice en Lucas 14:34-35, en donde el Señor nos da la clave: "34Buena es la sal; mas si la sal se hiciere insípida, ¿con qué se sazonará? 35Ni para la tierra ni para el muladar es útil; la arrojan fuera. El que tiene oídos para oír, oiga". El sabor y utilidad de esa sal, depende de la conducta del creyente en esta tierra, de su grado de renuncia al mundo y a los deleites terrenales. ¿Qué sucederá con los que no renuncian a todas las cosas de la vida presente? Que no serán aptos para el reino de los cielos (en la tierra), ni para el estercolero, el infierno, porque son hijos de Dios, entonces serán echados de la gloria del reino a las tinieblas de afuera. Si tú eres un cristiano derrotado, jamás dejas de ser un hijo y siervo de Dios, pero hay en tu vida la opción de ser arrojado fuera de la tierra, a las tinieblas exteriores, lejos de la gloria del reino de Cristo, durante el Milenio. Como lo hemos anotado en el capítulo 4, en muchas partes de la Palabra de Dios vemos que habrá diferentes clases de castigos disciplinarios para los creyentes derrotados.
El sermón del monte fue dicho por el Señor a Sus discípulos, y son principios y normas que se refieren al reino, para que la Iglesia sepa lo que le corresponde en cuanto al trato e interrelaciones de los hermanos, sus compromisos y actividades en la obra del Señor, su actitud frente a las cosas terrenales. En el Antiguo Testamento, tenemos el Salmo 89, un salmo mesiánico que se relaciona con el pacto de Dios con David, el cual tiene su pleno cumplimiento con el Señor Jesucristo, de quien en los versos 27-29 dice:
“27Yo también le pondré por primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra. 28Para siempre le conservaré mi misericordia, y mi pacto será firme con él. 29Pondré su descendencia para siempre, y su trono como los días de los cielos”.
Luego en los versos 30-37 nos dice: “30Si dejaren sus hijos mi ley, y no anduvieren en mis juicios, 31si profanaren mis estatutos, y no guardaren mis mandamientos, 32entonces castigaré con vara su rebelión, y con azotes sus iniquidades. 33Mas no quitaré de él mi misericordia, ni falsearé mi verdad. 34No olvidaré mi pacto, ni mudaré lo que ha salido de mis labios. 35Una vez he jurado por mi santidad, y no mentiré a David. 36Su descendencia será para siempre, y su trono como el sol delante de mí. 37Como la luna será firme para siempre, y como un testigo fiel en el cielo”.
Vemos que el no victorioso tendrá su castigo, aunque no perderá su salvación. Se sabe por la Palabra de Dios que en la cristiandad profesante hay cizaña y gente no regenerada dentro de sus filas, y ya sabemos lo que sucederá con esas personas, pero también es un hecho indiscutible que en la Iglesia, entre los regenerados y lavados por la sangre del Señor hay siervos fieles, menos fieles e infieles, vencedores y derrotados, valientes y cobardes, maduros e inmaduros, espirituales y carnales, diligentes y negligentes, niños fluctuantes y adultos en la fe. En Mateo 24:45-51, encontramos lo que sucederá tanto con una clase de siervos como con la otra, en la venida del Señor y el establecimiento de su tribunal, cuando dice:
“45¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa para que les dé el alimento a tiempo? 46Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. 47De cierto os digo que sobre todos sus bienes le pondrá. 48Pero si aquel siervo malo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; 49y comenzare a golpear a sus consiervos, y a comer y a beber con los borrachos, 50vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, 51y lo castigará duramente, y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes”.
Donde estén los hipócritas sufriendo eternamente, allí mismo estarán castigados por un tiempo (dice, su parte) los creyentes descuidados, desobedientes, glotones, borrachos, viciosos, perezosos, mundanos, amadores de los deleites más que de Dios; los que busquen imponer su autoridad y sus leyes en la iglesia. Es importante tener en cuenta que la Escritura dice con toda claridad que somos salvos por la gracia de Dios mediante la fe, como un regalo de Dios en Cristo; sin embargo, a continuación y a renglón seguido afirma en el mismo contexto que el Padre preparó una labor exclusiva para cada uno de nosotros. "Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas" (Ef. 2:10).
Eso significa, no obstante, que como hijos de Dios, tenemos la responsabilidad delante de Él de hacer algo específico que Dios preparó para que hiciéramos, dentro de los propósitos de Él en la edificación de Su casa, y de lo cual debemos dar cuenta. Dios no ha dejado a Su creación ni mucho menos la edificación de Su Iglesia al arbitrio de los hombres. Es necesario obrar de acuerdo a un plan minuciosamente trazado por el Señor, de acuerdo con Su voluntad, y siguiendo los fundamentos bíblicos. No se trata, pues, de hacer las cosas de acuerdo con nuestro propio plan y propósito, así nos parezca que lo que hacemos es perfecto y aceptado por Dios.
Es necesario, pues, y para beneficio nuestro, que desviemos nuestra atención de los meros intereses terrenales, tanto de tipo personal como de los relacionados con organizaciones religiosas no fundamentadas en la Palabra de Dios, y no descuidar la salvación de nuestra alma. "...ocupáos en vuestra salvación con temor y temblor" (Fl. 2:12); y la razón de esto la encontramos también en la bendita Palabra de Dios, cuando dice: "Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?" (Mateo 16:26). De acuerdo con el contexto, esto no se lo dice el Señor a las multitudes mundanas sino a sus discípulos. Dice el hermano W. Nee:
“No podemos mezclar la perdición eterna con la disciplina. Muchos versículos, que parecen decir que los cristianos se pueden perder de nuevo, realmente hablan de la disciplina de los cristianos. No sólo está el asunto de la disciplina y el asunto de la falsedad, sino también el asunto del reino y de la recompensa. Estas pocas cosas son fundamentalmente diferentes. Muchas veces, aplicamos las palabras para el reino a la era eterna, y las palabras con respecto a la recompensa al tema de la vida eterna. Naturalmente, esto producirá muchos problemas. Debemos darnos cuenta de que existe una diferencia entre el reino y la salvación, y entre la vida eterna y la recompensa. La manera en que Dios tratará con nosotros en el milenio es diferente de la manera en que Él tratará con nosotros en la eternidad. Hay una diferencia en la manera en que Dios trata con el hombre en el mundo restaurado y en el mundo nuevo. El milenio está relacionado con la justicia. Está relacionado con nuestras obras y con nuestro andar después de que hemos llegado a ser cristianos. El reino milenario tiene como propósito juzgar nuestro andar; sin embargo, en la eternidad, en los cielos nuevos y en la tierra nueva, todo es gracia gratuita. Y el que tiene sed puede venir y beber gratuitamente (Apocalipsis 22:17). Esta palabra es hablada después de que los nuevos cielos y la nueva tierra han venido” (Watchman Nee. El Evangelio de Dios. L. S. M. Tomo II. Pág. 357).
Las bodas del Cordero
No ha habido mucha claridad en lo relacionado con las bodas del Cordero con la Iglesia. Muchos hermanos piensan que toda la Iglesia, es decir, el ciento por ciento de los hermanos, participarán como novia en las bodas. Pero la Escritura no dice eso. En la parábola de la fiesta de bodas dice que “el reino de los cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo” (Mt. 22:2). Por el contexto vemos que para participar en esta fiesta de bodas es necesario cumplir ciertos requisitos, como ser dignos (v.8) y lucir cierto tipo de vestido de boda. Dicen los versos 11-13: “11Y entró el rey para ver los convidados, y vio allí un hombre que no estaba vestido de boda. 12Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció. 13Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes”. ¿Qué significa este vestido de boda? El hecho de que este hombre entró a la fiesta de bodas es porque es salvo, pero no estaba vestido con la vestidura de los vencedores, el de la justicia subjetiva en su andar con el Señor.
Lo comprendemos mejor con Apocalipsis 19:7-9: “7Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. 8Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos. 9Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios”. Entonces vemos que las bodas del Señor no se harán con toda la Iglesia; no todos son llamados para participar allí, sino sólo con Sus vencedores, los cuales vienen a ser la esposa. Por un lado vemos que en la parábola habla de alguien que, aunque es salvo, es lanzado fuera por no estar con el vestido adecuado; y por el otro vemos en Apocalipsis 19:7-9 que habla del vestido de lino fino, que son las acciones justas de los santos, y esas acciones justas sólo se ven en los vencedores.
La novia del Cordero debe estar preparada antes de ese acontecimiento. ¿Cómo es esa preparación? Debe llevar el vestido adecuado, que simboliza la vida del Señor en nosotros, nuestra justicia, nuestra conducta, nuestras obras en Dios, y además, estar llenos del aceite del Espíritu Santo, como dice Eclesiastés 9:8: “En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza”. Tenemos el caso de las cinco vírgenes insensatas. Les faltó pureza, limpieza de toda mancha, les faltó aceite, no habían pagado el precio, y siendo salvas, pues fueron hasta el tribunal de Cristo, no pudieron participar en las bodas del Cordero. No se habían preparado para las bodas. “10Pero mientras ellas (las vírgenes insensatas) iban a comprar (pagar el precio), vino el novio; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta. 11Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! 12Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco” (Mateo 25:10-12). Sin fe no podemos alcanzar la salvación eterna; pero sin obras justas no podremos disfrutar del reino de los cielos, incluyendo las bodas de Cordero. En la Palabra de Dios se habla de una vestidura de bodas, y explica en qué consiste; nadie puede confeccionar ese vestido a no ser con la ayuda de Señor. El Señor hace en nosotros y nosotros hacemos en Él. Trabajar sin Él, es trabajar en madera, heno y hojarasca. La vestidura objetiva significa que somos revestidos de Cristo, digamos, por fuera, somos cambiados de posición; y la vestidura subjetiva significa que somos habitados por Cristo por dentro; que somos conformados a Su imagen. Él es forjado en nosotros, manifestando sus atributos a través de las virtudes de nuestra alma renovada. Hermano, medita en el arca del pacto. Fue hecha de madera de acacia (la humanidad) pero revestida de oro (la divinidad) por dentro y por fuera. Para que podamos participar en las bodas, es necesario que nuestro yo sea aniquilado, y Cristo forjado en nosotros antes; hemos tenido que haber sufrido dolores de parto. Pero Cristo se forma en nosotros con nuestro consentimiento, usando también de nuestra voluntad. Pablo le dice a los santos, salvos de Galacia: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gálatas 4:19).
¿Cuándo se llevarán a cabo las bodas? Inmediatamente después del juicio de la Iglesia ante el tribunal de Cristo, seguidas por las fiestas, naturalmente, las cuales se prolongarán por todo el milenio. “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven”. Sólo el Espíritu Santo y la esposa están preparados para el encuentro con el Señor. Antes veíamos que el Espíritu hablaba a las iglesias; ahora el Espíritu de Dios y los vencedores se han hecho uno, y expresan el deseo de que venga el Señor pronto.
La séptima promesa
“Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Ap. 3:21).
Este es el máximo galardón que el Señor puede otorgarle a vencedor alguno. La Iglesia le ha fallado al Señor; entonces el Señor está a la puerta, llamando a quien le quiera abrir. La gran multitud de los creyentes son niños carnales, entretenidos en sus propios deleites y diversiones, en las falsas doctrinas de prosperidad; se han llenado de riquezas materiales, y orgullo; se ufanan de los muchos conocimientos que han adquirido, de sus posiciones ante al Estado y las esferas sociales; ya no necesitan de Dios. Pero el Señor recurre a los vencedores, al que le escuche y le obedezca, al que le abra e intimide con Él; al que esté dispuesto a ponerse de acuerdo con Él. Ya el tiempo está pronto para cumplirse; ya la era de la gracia va a terminar, y viene la del reino milenario; se aproxima el juicio de la Iglesia ante el tribunal de Cristo; entonces el Señor, a cambio de los “tronos” fabricados por los hombres, ofrece la máxima posición de gloria, sentarse con el Señor en Su trono. ¿Por qué precisamente a esta iglesia del tibio período de Laodicea?
Aunque la Iglesia esté ocupada en sus propios intereses y glorias terrenales, entre los vencedores ya existe la expectativa de la venida del Señor. Ellos saben que ese glorioso día está a las puertas; lo esperan ansiosos y aman el regreso del Señor. Los vencedores que reciban este galardón de sentarse con el Señor en Su trono, han de participar de la autoridad del Señor, en su calidad de reyes, gobernando con Él sobre toda la tierra durante el reino milenario de Cristo. Pero antes los vencedores han comprado de Dios oro puro refinado por el fuego.
Aquí el que vence lo hace sobre la tibieza de la iglesia degradada, generada por el orgullo del conocimiento de mucha doctrina, pero sin el Señor. Aquí el vencedor es el que paga el precio para comprar el oro refinado en las pruebas de fuego, las vestiduras blancas de su andar en Cristo y el colirio de la unción y la luz del Espíritu Santo. Al vencedor le toca vencer no sólo la hostilidad del mundo y de su propio yo, sino también, y lo que es peor, la infidelidad, ceguera, prepotencia y desviación de la Iglesia misma. La Iglesia está llena de otras glorias ajenas a la verdadera gloria del Señor; la Iglesia se embriaga de los potentes imanes del progreso material, y se ha olvidado de la verdadera gloria del reino, el cual se gana con la cruz, negándose a sí mismo. Todo creyente que se ocupe hoy en exaltarse a sí mismo y a su ministerio, atropellando a las ovejas del Señor, llegará ese día en que sufra la más dolorosa humillación. En la Iglesia se ha generalizado el concepto de que el Señor sólo nos salvó del infierno; ya no tenemos que ir al infierno, pues no hay idea de cuál es el plan de Dios para la Iglesia; y además nos salvó para que vivamos en esta tierra colmados de bienes materiales y felicidad temporal. Pero viene el juicio de Dios, y el juicio comienza por Su propia casa. Hermano, deja que el Señor juzgue ahora tu andar; permite que el Señor juzgue cada pensamiento; somete al juicio del Señor cada acto tuyo, cada paso que des; acostúmbrate a vivir bajo el juicio de la Palabra de Dios, del Espíritu Santo por tu conciencia, de la voz del Señor dentro de ti. Júzgate a ti mismo usando las herramientas que el Señor te ha dado. Si eso llega a ser tu realidad cotidiana, el día que el Señor juzgue a Su pueblo, para ti será un día de gloria.
¿Todo vencedor estará reinando en el milenio a un mismo nivel que los demás? De acuerdo con la parábola de las minas de Lucas 19:11-26, cada creyente ejercerá en el reino un servicio de acuerdo con el uso que hayamos hecho aquí de los dones que nos ha otorgado el Espíritu Santo, puestos al servicio de Dios. No todos tendremos la misma posición en el reino de los cielos, ni los mismos privilegios, ni disfrutar al Señor en el mismo grado de cercanía. El Señor es justo y obra con justicia. En la tierra medimos los rangos y las posiciones de manera diferente a como se miden en el cielo.
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