Navegación |
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
Los Vencedores y el mundo |
|
|
Capítulo 3
LOS VENCEDORES
Y EL MUNDO
Las minorías de Dios
Hay organizaciones religiosas que se ufanan del gran número de miembros que llenan sus templos y libros de registros, y en ello a veces basan el triunfo de determinada gestión ministerial. Observamos en la Palabra de Dios que el Señor se deleita con sólo pocas personas, cuando esas pocas personas le aman y le son fieles y obedientes. El Señor Jesús siempre consideró a sus seguidores como una minoría; si las multitudes se contaminan con el mundo, entonces Él quiere una minoría santa, selecta por el Padre, leal, apartada de un mundo dominado por el pecado, la avaricia, la codicia, el engaño y las apariencias. A ese su pequeño grupo de elegidos, les dice el Señor en Lucas 12:30-32: “30Porque todas estas cosas buscan las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas. 31Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas. 32No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino”.
En las Escrituras Santas a menudo se registran ocasiones en que el Señor se decide por las minorías. Por ejemplo, antes del diluvio había mucha gente. La cultura antediluviana se había desarrollado lo suficiente como para que se hable de ciudades habitadas por miles de personas; pero la maldad se había multiplicado de tal manera, que Dios decidió raer de sobre la faz de la tierra a los hombres que había creado, porque la tierra toda estaba corrompida. De entre tanta gente sólo un hombre, Noé, halló gracia ante los ojos de Yahveh (cfr. Génesis 6), y dice la Palabra de Dios en 1 Pedro 3:20: “...los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua”.
También vemos otro caso en el libro de Números, con ocasión del envío de los espías, durante la peregrinación del pueblo hebreo por el desierto. Había necesidad, por mandato de Yahveh, que se enviase desde el desierto a unos espías a que explorasen la tierra de Canaán; y de la gran multitud que componían los hijos de Israel después que salieron de Egipto e iban por el desierto camino a la tierra prometida, Dios no permitió que Moisés enviase a muchos, sino a un grupito de seleccionados por nombres.
Dice en Números 13:2 que Dios le dijo a Moisés: “Envía tú hombres que reconozcan la tierra de Canaán, la cual yo doy a los hijos de Israel; de cada tribu de sus padres enviaréis un varón, cada uno príncipe entre ellos”.
Otro ejemplo clásico lo encontramos en el caso de Gedeón. En tiempos de los jueces, cuando Dios entregó al pueblo de Israel en manos de los madianitas, los israelitas clamaron a Dios, y el Señor escogió para que los salvara, a un sencillo joven de la tribu de Manasés llamado Gedeón, del cual sabemos cómo le pidió al Señor que le confirmara su llamado mediante un vellón de lana puesto a la intemperie, a fin de que el Señor hiciera llover sobre el mismo o no, en tanto que a su alrededor ocurriera lo contrario. Fue tanta la confirmación y el respaldo que recibió del Señor, que a su llamado acudieron más de treinta mil israelitas; pero al Señor no le interesa mucho esas grandes multitudes, no sea que por ser muchos, por estar bien armados, por tener una buena cuenta bancaria y magníficas relaciones con el gobierno y con la sociedad, por ostentar grados universitarios y qué sé yo, se alaben a sí mismos y no le den la gloria a Dios, pues Él dice: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu” (Zacarías 4:6); y entonces determina hacer una selección de unos pocos, como lo podemos leer en Jueces 7:2-7: “2Y Jehová dijo a Gedeón: El pueblo que está contigo es mucho para que yo entregue a los madianitas en su mano, no sea que se alabe Israel contra mí, diciendo: Mi mano me ha salvado. 3Ahora, pues, haz pregonar en oídos del pueblo, diciendo: Quien tema y se estremezca, madrugue y devuélvase desde el monte de Galaad. Y se devolvieron de los del pueblo veintidós mil, y quedaron diez mil. 4Y Jehová dijo a Gedeón: Aún es mucho el pueblo; llévalos a las aguas, y allí te los probaré; y del que yo te diga: Vaya éste contigo, irá contigo; mas de cualquiera que yo te diga: Éste no vaya contigo, el tal no irá. 5Entonces llevó el pueblo a las aguas; y Jehová dijo a Gedeón: Cualquiera que lamiere las aguas con su lengua como lame el perro, a aquél pondrás aparte; asimismo a cualquiera que se doblare sobre sus rodillas para beber. 6Y fue el número de los que lamieron llevando el agua con la mano a su boca, trescientos hombres; y todo el resto del pueblo se dobló sobre sus rodillas para beber las aguas. 7Entonces Jehová dijo a Gedeón: Con estos trescientos hombres que lamieron el agua os salvaré, y entregaré a los madianitas en tus manos; y váyase toda la demás gente cada uno a su lugar”.
Con los 300 hombres que le quedaron a Gedeón bastaba; la gloria sería del Señor. A Gedeón y a sus 300 el Señor les dio tres cosas a cada uno: Un cántaro de barro, ese es nuestro yo, somos vasos de barro; pero dentro de ese cántaro de barro nos dio una antorcha encendida; ese es el fuego del Espíritu Santo dentro de nosotros; y una trompeta para dar sonido de batalla, de juicio y de victoria. Al romper el cántaro, al negarnos a nosotros mismos, lo que se proyecta es la luz del Señor, de Su Espíritu, y al sonido de la trompeta, tenemos la victoria sobre los enemigos del Señor, del reino y de nuestra salvación. Dios escogió en Gedeón a alguien que confesó ser el más insignificante de la familia más humilde de toda la tribu. Era un vencedor de arrancada. La Palabra del Señor dice que el espíritu es el que da vida y que la carne para nada aprovecha. Además dice que las palabras que nos habla el Señor son espíritu y son vida (cfr. Juan 6:63). En muchas ocasiones son palabras que nos parecen muy fuertes, y no queremos comprometernos. Con ocasión en que el Señor declaraba que Él era el pan de vida, y que el que no comiese Su carne y bebiese Su sangre, no podía permanecer en Él, dice que muchos lo abandonaron; no entendieron. Luego dice en Juan 6:66-67: “66Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. 67Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros?”
El mundo se opone al Padre
Si la Iglesia se ha comprometido con el mundo y ha fallado en la historia, Dios determina hacer el trabajo con un grupo de valientes vencedores que le aman, le obedecen, que se niegan a sí mismos y llevan su cruz cada día. En todos los tiempos ha habido vencedores; poquitos, pero los ha habido. Dice 1 Juan 2:15-17: “15No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. 16Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. 17Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. Aquí la palabra mundo denota el sistema, contrario y opuesto a los principios de Dios, establecido por Satanás; y ese sistema ha involucrado a los hombres en todos los aspectos de la vida humana como son la política, el poder, la economía, la religión, la cultura, la educación, el entretenimiento y sus relaciones sociales. Satanás se ha valido para ello tanto de la naturaleza caída del hombre como del poder latente de su alma humana, creando un mundo supremamente seductor, atrayente y falso, que enlaza por medio de las concupiscencias y vanidades engañosas. Como el diablo es el creador, dueño y manipulador de ese sistema, todo el que se enreda ahí, está bajo el maligno.
La Iglesia también se ha visto enredada en esa maraña; pero siempre ha habido vencedores que no han amado al mundo y han vencido al maligno. El vencedor sabe perfectamente que no es de este mundo. Dice en Juan 15:18-19: “18Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. 19Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece”. El que ama al mundo, no ama al Padre; pero el vencedor ama al Padre y lucha con Cristo en contra de Satanás. “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1 Jn. 3:8). Cristo trabaja con los vencedores para deshacer las obras de Satanás.
El mundo gira a través de tres principios que han impulsado la obra de Satanás: Los deseos de la carne, que es el intenso deseo del cuerpo, la concupiscencia de los ojos, que tiene que ver con los deseos del alma por las cosas que le entran por los ojos, y la vanagloria de la vida, lo cual se relaciona con la jactancia y la prepotencia que involucra el amor a las cosas materiales y las posiciones y la gloria de los hombres. Todo eso se desvanece; pero Satanás todavía tiene ese sistema mundial bajo su mando y lo manipula; y los hombres que no tienen la vida de Dios, sino que están muertos en sus delitos y pecados, siguen esa corriente satánica. Esos tres principios involucran toda la actividad humana de este siglo, llámese economía, política, educación, el gobierno, la cultura, la recreación en sus diferentes facetas, la religión misma, en fin, todo. Dice en 1 Juan 5:19: “Sabemos que somos hijos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno”. Y también en Efesios 2:1-3 dice: “1Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestro delitos y pecados, 2en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, 3entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás”.
La Iglesia no está bajo el maligno, sino bajo el gobierno y la vida de Dios; sin embargo, la Iglesia, o mejor el cristianismo profesante, históricamente se unió en matrimonio con el sistema mundial y le ha sido infiel al Señor. ¿Por qué le ha sido infiel? Porque el Señor es nuestro esposo, y una esposa es infiel cuando ama a alguien fuera de su legítimo esposo.
Dice el Señor en Santiago 4:4: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quisiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”. ¿Cuál es, entonces, la posición del vencedor frente al mundo? Ya que la Iglesia ha fallado, los vencedores toman la posición de toda la Iglesia, y vencen al mundo; lo vencen con la fe en el Hijo de Dios. Dice en 1 Juan 5:4-5: “4Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. 5¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” Ya todo hijo de Dios tiene la vida divina en su espíritu; esa vida de Dios recibida en la regeneración, debe desarrollarse en nosotros continuamente, lo cual nos da poder para vencer al mundo manipulado por el diablo.
El amor al alma
Después de declarar que para dar fruto hay que morir, como el grano de trigo, dice en Juan 12:25: “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará”. Nosotros debemos perder la vida del alma, el cascarón que oprime el espíritu, a fin de andar en comunión espiritual con el Señor y dar fruto, y así disfrutar, en la resurrección, del reino con el Señor.
Más de cien veces encontramos en el Nuevo Testamento, afirmaciones en el sentido de creer para ser salvos, para ser justificados, para tener vida eterna; todo eso se refiere a la salvación del espíritu; sin embargo, cuando se refiere a la salvación del alma, la Biblia habla de sufrir con paciencia, de obrar, de perder el alma para ganarla. Puede que tú no estés pecando en el sentido de estar practicando actos implícitamente malos; pero dejas de obedecer al Señor por estar involucrado en complacerte en los deseos y pasiones de tu alma, o complacerte con las relaciones de tus amistades y parientes; puedes estar amando todo eso más que al Señor. Hay que decidir entre obedecer a Dios u obedecer y deleitar nuestra alma. Nosotros no queremos que nuestra alma sufra, y a veces eso nos interesa más que obedecer al Señor.
¿En qué se deleita el alma? En lo que se deleita el mundo: Tener muchos amigos y compartir con ellos, tener dinero y amarlo más que a Dios, disfrutar de lujos, deleitarse con la buena comida, lucir los buenos vestidos a la moda, todo lo relacionado con las exageraciones en la belleza física, las recreaciones, las cosas superfluas, las alabanzas de los hombres, la fama, la gloria terrenal, las vanidades. Todo eso le agrada al alma. El cristiano debe escoger entre el mundo y el reino milenario. Ya el cristiano tiene vida eterna; ya su espíritu está salvo, y es seguro que estará con el Señor en la Nueva Jerusalén; pero si no ha perdido su alma en esta edad, la va a perder cuando el Señor establezca Su reino. Qué lamentable sería que delante del Señor tuviéramos que reconocer una triste realidad y admitir: Sí, conocíamos al Señor, teníamos conciencia que éramos del Señor, pero no vivíamos para Él sino para nosotros mismos, y todo el tiempo que vivimos en la tierra lo desperdiciamos, estábamos obnubilados, con nuestra mirada puesta en un mundo atrayente.
El mundo se relaciona también con las riquezas, el amor que se les tenga y el lugar que ocupen en nuestro corazón. De acuerdo con la prioridad que ocupen las cosas en tu vida, así es tu andar con Dios, así es el grado de comunión que tengas con el Señor, y así es la motivación de tu oración. Dice la Palabra que de la abundancia del corazón habla la boca, y eso mismo puede aplicarse para nuestra oración diaria. ¿Cuál es tu motivación en la oración? ¿Priman tus propios intereses o le concedes al Señor el primer lugar? ¿Cuál es el orden de prioridades en Mateo 6:33? Un creyente vencedor es un intercesor delante del Padre por los intereses del Señor.
Leemos en Hebreos 11:24-26: “24Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, 25escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, 26teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón”. El creyente vencedor también escoge ser maltratado por causa del Señor y sufrir el vituperio de Cristo fuera del campamento. ¿Qué significa fuera del campamento? Leemos en Hebreos 13:12-13: “12Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. 13Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio”. De conformidad con el contexto, el Señor Jesús fue sacrificado fuera de la puerta, fuera del campamento, y nos guió al camino estrecho de la cruz y del sacrificio, y así poder tener comunión con Él más allá del velo, más allá de la mera apariencia religiosa, en el Lugar Santísimo de nuestro espíritu, donde está Él morando por Su Espíritu.
Nos guía fuera de la ciudad terrenal y la organización humana, en especial nos aleja de esa laberíntica organización religiosa; involucrados en el sistema religioso difícilmente podemos llevar la cruz; salimos del campamento a seguir a Jesús en Sus sufrimientos, en sincera humildad, llevando el vituperio de Jesús; es el camino de la cruz. Ahí está el Gólgota. Fuera del campamento disfrutamos la presencia del Señor y escuchamos que nos habla y nos guía, nos fortalece. Salimos del disfrute de los goces del mundo y de nuestra propia alma, a disfrutarlo a Él en nuestro Espíritu.
Tercera promesa
"Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe" (Ap. 2:17). En Pérgamo la Iglesia del Señor se casa con el mundo, ese mundo que sigue a Satanás, donde él mora y gobierna. Pero necesitamos vencer esa mundanalidad. Los habitantes del mundo siguen una corriente contraria a Dios; es la corriente de Satanás, el príncipe de este mundo. El Señor nos ha llamado a salir de esa corriente y que nos apartemos del mundo de pecado. Pero hubo un momento de la historia en que la Iglesia le fue infiel al Señor uniéndose profundamente con el mundo, a cambio de aprobación oficial, de palacios y templos, prebendas y jurisdicciones episcopales. Eso degeneró tanto que llegó el momento en que era difícil diferenciar la iglesia del Estado; la iglesia había afianzado su morada en la tierra.
A partir de Constantino el Grande, la Iglesia fue descendiendo de los lugares celestiales en Cristo, y se fue acomodando en una nueva morada, en la tierra, un lugar extraño para ella, donde tiene su trono Satanás. De allí había sido sacada por el Señor. La Iglesia sufrió una caída espiritual. En medio de esa situación, el Señor opta por dirigirse a los creyentes vencedores. En todas las épocas ha habido vencedores en la Iglesia del Señor. Les llama a que se abstengan de comer las cosas sacrificadas a los ídolos. Después de tantos siglos, a las masas las siguen engañando los que aún siguen reteniendo la doctrina de Balaam. Balaam significa destructor o corruptor del pueblo. La Palabra de Dios dice que retienen esa doctrina de idolatría y fornicación como un tumor maligno. Y lo peor es que no tratan de extraérselo, ni hay disciplina correctiva. Balaam es un inductor al mal por antonomasia.
¿De qué sirve tener la verdad y no andar en ella? Los cristianos cayeron en la trampa del tropiezo. De pronto dirían: “Entremos en el ambiente pagano para atraer a los hombres, a nuestros amigos. No vamos a participar de su idolatría. Conozcamos las doctrinas y los métodos del enemigo para vencerlo. ¡Qué triunfo que las altas esferas del gobierno y de la religión nos reconozcan y nos respeten!”. Pero la amistad con el mundo, como siempre, dio malos resultados. El mundo no deja que se le hable del evangelio, y en cambio fue arrastrando a la Iglesia a las prácticas mundanas. Hay que predicar el evangelio, pero para ello no hay que contaminarnos con el pecado. Hay cristianos que se unen al mundo, que aman el mundo y las cosas del mundo, y todo eso lo convierten en su modus vivendi.
El maná escondido
Al vencedor no le interesa el mundo, sino el Señor; y para ello se interesa por obedecerle, llevar la cruz y negarse a sí mismo. ¿Que eso trae sufrimiento? “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hch. 14:22b). Al vencedor no lo intimida la persecución, ni le atrae la adulación de los opulentos y poderosos de este mundo, ni se inclina y se deja seducir ante la constante invitación a participar de los deleites de este mundo.
Al vencedor, al que no se contamina con las doctrinas contemporizadoras de Balaam y con lo sacrificado a los ídolos, el Señor le dará a comer el maná escondido en el arca del pacto; escondido en Cristo mismo, quien está en el Lugar Santísimo celestial. Es un maná escondido del mundo y de los creyentes derrotados. Ese maná del cielo es Cristo mismo. Dice en Juan 6:49-51: "49Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. 50Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. 51Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo".
Hay creyentes derrotados que se deleitan con las cosas del mundo, y les atrae de tal manera que no pueden vivir sin ellas. Estando en esa condición, piensan que es la manera normal de la vida del creyente. En cambio, en el vencedor hay otro deleite; un deleite imperecedero. Para ellos las ofertas mundanas no los convence, porque hay un motivo de gozo inefable, muy superior a todos los deleites mundanos juntos. Los vencedores a menudo buscan acercarse confiadamente al trono de la gracia. Allí hay íntima comunión con el Padre, por el Hijo y mediante el Espíritu Santo.
El maná es un alimento del cielo, escondido del mundo; el mundo no puede conocer ese alimento. Asimismo los creyentes derrotados lo desconocen. Es un aspecto más profundo de Cristo. En la medida que el testimonio de Cristo progresa en mí, conozco mejor al Señor cada día; se me revela algo nuevo de Él. Cada día tengo nuevas sorpresas para mi vida con el Señor. En el desierto, muchos israelitas querían comer carne en vez de maná, y muchos añoraban a Egipto. Pero debemos proseguir la marcha en victoria, y si comemos del maná escondido, somos transformados en piedras blancas (diamantes). Es maravilloso que siendo hechos inicialmente de barro, al conocer al Señor Jesús por la revelación del Padre, y haber creído en Su nombre, Dios nos convierte en piedras vivas de Su templo santo; pero cuando somos vencedores, esas mismas piedras son convertidas en diamantes.
|
|
|
|
|
|
|
Hoy habia 2 visitantes (3 clics a subpáginas) ¡Aqui en esta página! |
|
|
|
|
|
|
|