Edificando Filadelfia
  ÉFESO
 



Capítulo I

É F E S O


SINOPSIS DE ÉFESO
Panorámica sobre el fundamento de la Iglesia
La encarnación del Verbo de Dios - Su ministerio terrenal con Sus discípulos - Su pasión, muerte, resurrección, ascensión y venida del Espíritu Santo en Pentecostés.

La Iglesia primitiv
a
Los siete candeleros de oro de finales del primer siglo - El Cuerpo de Cristo unido en su expresión local: una sola asamblea en cada ciudad - La apariencia del reino de los cielos.

Fundamentos legítimos y fraudulentos
Los apóstoles: los verdaderos y los falsos - Primeras herejías: Ebionismo, docetismo, gnosticismo - Las primeras persecuciones.

El comienzo del desliz
Decae el primer amor - Los ágapes se contaminan - Aparición de las obras de los nicolaítas - Raíces del cler
icalismo.

Los vencedores de Éfeso
Primera recompensa: comer del árbol de la vida.

LA CARTA A EFESO
"1Escribe al ángel de la iglesia en Efeso: El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro, dice esto: 2Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; 3y has sufrido
, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado. 4Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. 5Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y has las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido. 6Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco. 7El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del p araíso de Dios" (Apo. 2:1-7).1

Panorámica sobre el fundamento de la Iglesia

La antigua ciudad jónica de Efeso estaba situada en la costa oriental del mar Egeo, y llegó a ser la próspera capital de la provincia romana de Asia Menor, en los tiempos en que el Señor quiso que fuese marco privilegiado de la obra misionera del equipo apostólico de San Pablo. En esta bella ciudad había un famoso puerto, pues se trataba de un centro comercial de la región. Allí se encontraba una de las siete maravillas del mundo
antiguo, el Artemisión, o templo de la plurimamaria Artemisa, la gran diosa de la fecundidad de Asia Menor, muy estimada por los efesios, de acuerdo con el contexto de Hechos 19:23-41. Por eso era llamada esta ciudad “Guardiana del Templo”. La cultura de esta importante ciudad antigua era la herencia indiscutible del mundo grecorromano de la época. Cada uno de los nombres griegos de estas localidades refleja la condición espiritual de la respectiva iglesia. Se dice que el significado de Efeso es "deseo ardiente, deseable", lo que tiene que ver con que al final del período primitivo la Iglesia aún era deseable para el Señor; tambi én significa "soltar", así como "aflojado" o "descansado", aspecto que tiene mucho que ver con esa característica de haber dejado, la iglesia del Señor en la localidad de Efeso, su primer amor. En el matrimonio suele ocurrir eso. Nos interesa mucho ese vivo retrato que nos hace Juan de las condiciones reales e históricas del candelero en la localidad de Efeso, porque allí vemos tipificadas las peculiaridades del fina l del primer período profético, de los siete que caracterizan a la Iglesia de Jesucristo, en los eventos comprendidos entre la gloriosa resurrección del Señor y Su segundo advenimiento. Pero más que el aspecto local de la iglesia como casa de Dios, en esta perspectiva histórico-profética nos interesa enfocar las prefiguraciones de las distintas etapas del vital desarrollo del Cuerpo de Cristo a su paso por los si glos en los anales de nuestra era, incluídos su nacimiento, sus sufrimientos, su cautiverio, y los pasos que ha venido dando el Señor para la restauración total de la expresión de la unidad de Su Cuerpo. A menudo vemos en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, que hechos reales e históricos alegorizan y tipifican situaciones, hechos, condiciones y senti dos más profundos y espirituales, en el marco de los propósitos eternos de Dios.
¿En qué radica la importancia de estudiar la Iglesia del Señor en su etapa primitiva? ¿Qué interés puede tener para nosotros conocer la "génesis" de la Iglesia después de veinte siglos? Mucho y en gran manera, porque por medio de ese conocimiento podemos comprender mejor la perfecta voluntad de Dios para con Su Iglesia; la naturaleza de la Iglesia, su auténtica y original estructura, características, gobierno, metodología, condiciones muy diferentes de las actuales, pues con el correr del tiempo el hombre determinó olvidarse, apartarse, alejarse de las normas, directrices y ejemplos establecidos por Dios en Su Pala
bra, muchas veces desconociéndolos, ignorándolos o tergiversándolos; como si el libro de los Hechos hubiese perdido vigencia. La iglesia primitiva, conforme se desenvuelve en el libro de los Hechos, es el patrón o modelo de Dios para Su Iglesia, válido para todos los tiempos. Es una falacia pensar que las normas de la Iglesia de Jesucristo deban cambiar y ajustarse a determinados cambios cronológicos, y que hoy haya que estudiar y poner en práctica nuevas estrategias introducidas por el ingenio humano, como si el modelo auténtico y o riginal de Cristo para Su Iglesia ya fuese anacrónico para los tiempos que vivimos. Toda vez que el Señor nos da la oportunidad de conocer mejor la verdadera y normal Iglesia de Cristo, podemos apreciar en su justa medida la forma en que los hombres se alejaron de ella.
El primer período profético de la Iglesia del Señor, con sus subperíodos apostólico y postapostólico, comienza cuando el Señor da sus últimas instrucciones en el Monte de los Olivos después de Su resurre
cción, y asciende al Padre a fin de enviar el Consolador que había prometido, período que culmina al finalizar el primer siglo de la era cristiana, en los tiempos en que el anciano apóstol Juan finalizara su escritura del libro de Apocalipsis en la isla de Patmos. Una vez acontecida la venida del E spíritu Santo sobre la Iglesia en el día de Pentecostés, se cumplen las palabras del Señor de que estaría siempre con la Iglesia, guiándola, enseñándola, transformándola, llenándola de poder y sabiduría, y es así como aquellos humildes pescado res fueron guiados por Dios desde Jerusalén a transtornar el mundo entero. Dios, desde toda la eternidad, desde antes de que el mundo fuese, tiene Sus propósitos con la creación, con la tierra en particular, y especialísimamente con el hombre, y esos propósitos los tiene en Su Hijo Unigénito. La Palabra de Dios dice que Dios nos escogió en Cristo desde antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él, para que se cumplieran en nosotros esos propósitos, para lo cual fuimos predestinados. ¿Cuáles propósitos? El Padre hizo la creación para Su Hijo y se propuso reunir todas las cosas en Cristo, y nosotros hemos sido predestinados para que fuésemos hechos conformes a la i magen de Cristo. Todos los escogidos estamos llamados a conformar la Iglesia, la cual es también el Cuerpo de Cristo, y Él es la Cabeza. La Iglesia de Jesucristo es asimismo el verdadero templo de Dios, y para eso fue creado el hombre, para que conozca a Dios, lo represente; para que Dios se incorpore en el hombre por Su Espíritu y, como Iglesia, el hombre lo exprese.
También el hombre fue creado por Dios con miras a prepararle una esposa para Su Hijo, la cual será levantada sin mancha ni arruga (cónfer Efesios capítulos 1,3,4,5; Romanos 8:29,30), o sea, glo
riosa y limpia de todo contagio del hombre viejo.  Por medio de la obra de Su Amado Hijo, Dios quiso dispensarse al hombre; ha sido Su deseo y propósito entregarse a Sí mismo al hombre corporativo, para ser contenido primero por el hombre, ese ser tripartito, creado por Dios dotado de e spíritu, alma y cuerpo, y luego ser expresado corporativamente por la Iglesia. La Iglesia estaba en el plan de Dios antes de que creara al hombre. El Hijo, llegado el tiempo determinado por el Padre, vino a esta tierra y se encarnó por obra del Espíritu Santo en María, una humilde virgen hebrea de la familia de David, y para ello por su propia voluntad tomó forma de siervo, vaciándose, despojándose, desnudándose de todas Sus prerrogativas como Dios; lo que se llama en griego la kenosis; asumiendo así las limitaciones inherentes a la humanidad, como verdadero hombre. Con ese anonadamiento, Cristo se sometió a una condición de inferioridad. Y así vivió y creció, en obediencia al Padre, en Nazaret de Galilea, cuando el César Tiberio Augusto reinaba sobre todos los dominios del Imperio Romano, aquella cuarta bestia sanguinaria y terrible, espantosa en gran manera, que le había sido revelada a Daniel por Yahveh en visiones en tiempos del cautiverio babilónico (cfr. Daniel 7:7,19-23).
Llegado el momento, a la edad de treinta años fue bautizado en el Jordán; luego llamó a sus discípulos, de entre los cuales escogió a doce, a los que también llamó apóstoles. Pero lo curioso es que para esa escogencia no necesariamente tuvo en cuenta a la clase sacerdotal de su nación; no consultó el asunto con el sumo sacerdot e, sino con Su Padre; no escogió sus inmediatos colaboradores de entre la tribu de Leví y la familia de Aarón, sino que se fue a la orilla del mar de Galilea y llamó primero a cuatro pescadores de profesión, a Simón a quien llamó Pedro y a su hermano Andrés, hijos de Jonás, en Betsaida, Galilea; a Juan y a Jacobo (llamado el Mayor), hi jos de Zebedeo y Salomé, naturales también de Betsaida, a quienes encontró remendando las redes, y les dijo que desde ese momento serían pescadores de hombres, y quienes más tarde recibieron de Jesús el nombre de "hijos del trueno". Después llamó a Felipe, natural de Betsaida; a Bartolomé, también llamado Natanael; en Capernaum invitó a seguirle asimismo a Mateo, llamado también Leví, un recaudador de impuestos en Judea por cuenta de los romanos; a Tomás el Dídimo, quien más tarde dudó del acontecimiento de la resurrección del Señor hasta que lo vio y tocó Sus llagas; a Jacobo (llamado el Menor) hijo de Cleofas y María (prima de la madre de Jesús); a Judas llamado Tadeo; a Simón llamado Zelote o Cananeo, y a Judas Iscariot e, hijo de Simón, natural de Kariot, quien era el administrador de los fondos del grupo del Señor y el cual más tarde llegó a traicionarle. Con la compañía íntima de ese reducido grupo, y seguido muchas veces por otros discípulos y una gran multitud, Jesús predicó las buenas nuevas del evangelio del reino de Dios, para luego de tres años y medio ser juzgado por las autoridades políticas y religiosas tanto de su nación como de la potencia dominante, en Jerusalén y ser crucificado en el monte Calvario o de la Calavera, en las afueras de la ciudad, en donde derramó Su sangre y ofrendó Su vida por la Iglesia.
Al tercer día resucitó, siendo el primer día de la semana se levantó de la tumba, y después de transcurrir cuarenta día
s, ascendió a los cielos, al trono del Padre y envió al Espíritu Santo, el Paracleto, como lo había prometido, hecho ocurrido en el día de la fiesta de los judíos llamada de Pentecostés o quincuagésima y que en el tiempo del Antiguo Testamento era conocida como la fiesta de las semanas o de la siega de los frutos de la tierra, de modo que el Consolador descendió con poder sobre la Iglesia apostólica cincuenta días después de la resurrección del Señor, y esos 120 hermanos que estaban reunidos representaban las primicias de la siega de Cristo, a los cuales El les entregaba las primicias del Espíritu, arras de nuestra herencia celestial. Ese día de Pentecostés ocurrió a fine s de la primavera del año 30 d.C., en el cual el Espíritu Santo vino a darle a la Iglesia la vida misma de Cristo. En ese primer Pentecostés de la Iglesia empezó el pueblo de Dios a recoger una gran cosecha, y esa labor aún no ha terminado, pues ese glorioso Pentecostés que había sido preparado y prometido, también se ha prolongado, porque el Espíritu Santo siempre ha estado habitando en la Iglesia, comenzando por los apóstoles del Señor Jesús, hasta el más humilde siervo de Cristo que habite en esta tierra en estos días.

Una Iglesia unida

Así como el Génesis es el libro de los principios, donde se siembran las semillas de la revelación divina, Apocalipsis es el libro de la consumación de todas las cosas; un libro profético por antonomasia en donde el Señor descorre el velo de los acontecimientos finales, pues precisamente el término apocalipsis significa quitar el velo, revelación, la revelación de Jesucristo, verdadero autor y objeto de este maravilloso libro. Sus primeros tres capítulos se destacan y se diferencian debido a que tratan acerca de las siete cartas que el Señor ordena a Juan que escrib
a a sendas iglesias históricas de igual número de localidades en Asia Menor. La primera es dirigida a Efeso:
"Escribe al ángel de la iglesia en Efeso: El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro, dice esto:" (Ap. 2:1).
Aunque la carta está dirigida al ángel de la iglesia de la localidad de Efeso, sin embargo, es también para la iglesia, para todos y cada uno de los creyentes del Señor, y además para cada iglesia constituida en las diferentes ciudades y aldeas de mucha parte del mundo grecorromano. En es
e tiempo el cuerpo del Señor era expresado en una perfecta unidad y comunión espiritual en cada localidad donde hubiere redimidos por la preciosa sangre del Señor. Los santos no se habían dividido en sectas separatistas frutos de la carnalidad. Eso sucedió en siglos posteriores, y es lo que el Señor está corrigiendo en la época presente. No importa que los hombres se opongan a este trabajo de restauración del Seño r. El edificio debe ser construido conforme el modelo de Dios. ¿Quién es el ángel de la iglesia local? No hay entre los exégetas un acuerdo sobre el particular. Dice John Nelson Darby: “El ángel es el representante místico de alguien que no está presente en la escena. Así pues, esta palabra siempre es empleada aun en los casos cuando no se trata, de una manera positiva, de un mensajero celeste o terrestre. Lo vemos en las expresiones ‘el Ángel de Jehová’, ‘sus ángeles’ (habland o de los niños), ‘el ángel de Pedro’”.2 Este mismo punto de vista lo vemos en la siguiente exposición de F. F. Bruce:
“Los ángeles de las iglesias deben entenderse a la luz de la angelología del Apocalipsis -no como mensajeros humanos o ministros de las iglesias, sino como celestial contraparte o personificación de las diversas iglesias, cada uno de los cuales representa a su iglesia en el aspecto en que se hace responsable de la condición y conducta de la respectiva iglesia-. Podemos compararlos con los ángeles de la naciones (Daniel 10:13,20;
12:1) y de individuos (Mateo 18:10; Hechos 12:15)”.3 La carta la envía el Señor; Juan es apenas un amanuense en este caso. A cada una de las iglesias se presenta en forma diferente, identificándose de acuerdo con la condición de cada una. A Efeso le escribe el que tiene las siete estrellas en su diestra, y anda en medio de los siete candeleros de oro; es el Señor Jesucristo mismo diciéndole a la iglesia que Él tiene en Sus manos las riendas de Su Iglesia, ti ene total autoridad y control sobre la Iglesia, a la cual gobierna, guía, exhorta, alimenta, da vida, corrige, construye, alienta, con Su sola potestad. El Señor sujeta firmemente las siete estrellas, en señal de que es el dueño y señor de las iglesias; se pasea en medio de los candeleros, en señal de constante vigilancia. Como la luna alumbra con la luz solar, la iglesia alumbra en la oscuridad de la noche con la luz del Señor, y Él tiene también estrellas en Su diestra, ángeles celestiales, que ayudan a la Iglesia. Esas estrellas también simbolizan los hermanos espirituales que tienen la responsabilidad del testimonio de Jesús. Estamos en las seguras y poderosas manos del Señor; el Señor cuida de Su Iglesia; eso significa que nadie nos puede arrebatar de Su diestra. El Señor Jesús no puede estar menos sino en medio de la Iglesia, el Sumo Sacerdote siempre presente en ella, porque sin Él no puede existir Iglesia, y eso es muy alentador. La Iglesia es Su morada y también Su Cuerpo y Él es la Cabeza, y, por tanto, está enterado permanentemente de todos los eventos en todos los lugares , tanto en el tiempo como en el espacio. Es responsabilidad de la iglesia local dar testimonio del Señor Jesús por el Espíritu Santo ante los hombres, para que los hombres conozcan a Dios por el testimonio de la iglesia. El testimonio y la expresión de Jesús es la Iglesia, y Cristo es el Testigo de Dios. Pero téngase en cuenta que la Iglesia universal se expresa en las iglesias locales.
Juan nos dice que el Señ
or Jesucristo es Dios, cuando afirma que "...estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna" (1 Juan 5:20). Pero desde siempre el diablo ha querido desvirtuar la persona del verdadero Jesús, y aún en la actualidad, muchas personas, movimientos, organizaciones, doctrinas y diversas escuelas de opiniones, predican a un Jesús diferente al que predicaron Juan y el resto de los apóstoles. En los tiempos en que andaba con sus discípulos, un día les preguntó: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas" (Mateo 16:13,14). Además, algunas personas tuvieron a Jesús simplemente como el hijo del carpintero del pueblo; otros lo tenían como un agente de Beelzebú, príncipe de los demonios. ¿Es hoy diferente el panorama? Es peor; aumenta la gama de diferentes Jesús.
Hay personas que se inclinan por llamarle el Hijo de María, algunos lo tienen por un gran político, pero Jesús nunca quiso tener nada que ver con métodos po
líticos, y jamás se enredó en los negocios de este mundo. Otros han proclamado que fue el primer comunista, o un guerrillero de la línea de los zelotes; otros lo han ubicado en el extremo opuesto afirmando que fue un integrante de la secta de los esenios; y aun otros han querido capitalizar diciendo que Jesús fue un espiritista o gran maestro gnóstico, que adelantó estudios esotéricos en la India o en el misterioso Egipto. Pero, además de Juan, Pedro también recibe revelación del Padre, cuando proclama, diciéndole al Señor: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Mt. 16:16).

El reino de Dios
Leemos en Mateo 6:10: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. ¿Qué significa esto? Desde la caída del hombre en el Edén, en la tierra dejó de hacerse la perfecta voluntad de Dios, pues el hombre le entregó la soberanía de la tierra a Satanás al obedecerle; y los hijos de desobediencia, la descendencia adámica siguieron la corriente de este mundo; corriente que no es según Dios, sino conforme a Satanás, el espíritu rebelado, el cual usurpó lo que era de Dios. De esta manera la voluntad de Dios no pudo hacerse a
sí en la tierra como en el cielo. Y precisamente el Verbo de Dios fue encarnado, entre otras cosas, para traer el dominio celestial a la tierra. Adán perdió el dominio, y Cristo, el nuevo Adán, vino a recobrarlo, como verdadero hombre, de conformidad con la economía de Dios; y entonces sí sea hecha la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo. El señor Jesús es el nuevo Rey, y de Sus seguidores, los que han vencido ya viven la realidad actual del reino de los cielos. De manera que quienes amemos ese establecim iento del reino de los cielos en la tierra, debemos orar que se manifieste, primeramente en tu persona, y en segundo lugar en toda la tierra, hasta que la tierra sea completa y totalmente recobrada para Dios y Su Cristo, y que se haga la perfecta voluntad de Dios en toda la tierra.
Dice la Biblia que
"después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado" (Mr. 1:14,15). La expresión reino de Dios no significa exactamente lo mismo que reino de los cielos, pues el reino de Dios es el reino en el sentido amplio, desde la eternidad hasta la eternidad, y el reino de los cielos es apenas una parte, la que se inicia con la Iglesia en el día del Pentecostés y que comprende la era de la Iglesia y del milenio. Para entrar en el reino de Dios hay que nacer de nuevo; es la regeneración (Juan 3:3,5); en cambio para participar del reino de los cielos hay que cumplir ciertos requisitos proclamados por el Rey en el sermón del monte. Antes de la venida de Juan el Bautista, el reino de los cielos no había llegado. Los ciudadanos del reino de los cielos se caracterizan fundamentalmente por ser pobres en espíritu, porque la Palabra de Dios dice que de ellos es el reino de los cielos. Jesús comenzó su pr edicación diciendo que el reino de Dios se había acercado; es decir, ya se estaba manifestando el poder de Dios sobre los hombres, porque cuando Cristo vino lo trajo consigo, y los demonios estaban siendo privados de su funesto poder sobre los hombres. Pero el que no nace de nuevo, quien no haya experimentado la regeneración espiritual, quien no haya recibido la vida de Dios en su espíritu por la obra redentora de Cristo y por la acción del Espíritu Santo, no puede percibir el reino de Dios, no puede entrar y pertenecer a él; ni siquiera verlo, porque no es una institución visible, sino una posesión interior, en su manifestación actual. El actual aspecto del reino de Dios es la Iglesia. “Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lc. 17:20-21). No es posible confundir ni identificar el reino de Dios con ninguna organización eclesiástica; pues aunque ya es una realidad, sin embargo, es asimismo una espe ranza para la edad futura, el reino milenario, en el cual Cristo y los creyentes vencedores reinarán sobre todas las naciones.
De acuerdo con la escala de valores, el mundo se interesa por las cosas materiales, las riquezas, las posesiones, el confort, el lujo, los festivales patronales, lo superfluo; pero, por contraste, el Señor dice que es tan importante el reino de los cielos, que nuestro afán debería concentrarse en buscarlo primordialmente, antes que al vestido, la comida, por muy esenciales que sean en nuestro diario existir. Dice la Palabra de Dios qu
e una persona no ha empezado realmente a vivir y a poseer vida eterna y abundante, mientras no pertenezca al reino de Dios. Para ver el reino de Dios es necesario estar ubicado en cierta posición, en una perspectiva espiritual adecuada; hay creyentes que no han ajustado esa posición y su visión es confusa.
¿Cómo se caracterizan los que pertenecen al reino de Dios? Para comprenderlo mejor puedes estudiar todo el Sermón del Monte, en los capítulos 5, 6 y 7 del Evangelio según San Mateo, y en especial en las bienaventuranzas. El Sermón del Monte describe la actual realidad del reino de los cie
los, que está en nosotros. Algunos misterios concernientes al reino de Dios los encuentras en las siete parábolas de Mateo 13. Esas parábolas describen la apariencia del reino de los cielos; aspecto que se cumple en la cristiandad nominal actual. La Palabra que proclama el reino y es sembrada en el corazón de los hombres; el enfrentamiento entre las dos simientes: la de la mujer, Jesús, y la de la serpiente, el trigo y la cizaña; en un desarrollo anormal de la apariencia del reino, comienza como la más pequeña de las semillas y se convierte en un árbol grandioso donde anidan las aves del cielo. Es u n tesoro escondido, o una perla preciosa y excepcional, que para adquirirla el Señor vende todo lo que tiene y en la cruz compra la tierra, la redime, para obtener este tesoro, la Iglesia, para el reino; y al final habrá una escogencia entre los hombres, entre los malos y los justos para la posesión del reino de Dios, lo cual es de gran gozo. Para entender estas parábolas hay que tener en cuenta que la Iglesia de Jesucristo jamás estará compuesta por la mayoría del mundo, sino por un pequeño remanente redimido; y aun de los redimidos, sólo participarán en el reino milenial los vencedores. En todas las razas de la tierra, incluyendo los judíos, los auténticos seguidores de Dios y de Su Cristo siempre han sido unos pocos. El Señor llama a Su Iglesia, manada pequeña. “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lc. 12: 32).
El mundo está en abierta oposición al reino de Dios, debido a que el mundo entero está bajo el maligno. Una persona que siga la corriente del príncipe de este mundo no puede poseer el reino de Dios, a menos que sea a través de un nuevo nacimiento; saliendo del mundo y de su oscuridad satánica. Desde el punto de vista objetivo e histórico, ¿por qué el judaísmo y el Imperio Romano determinaron llevar a Jesús hasta la muerte? Sencillamente porque esas dos organizaciones veían en el Señor un peligro para su propia subsistencia estructural. Los representantes legales tanto del sistema religioso del judaísmo
como del poder político del Imperio, percibían que si Cristo hubiera sido seguido fiel, firme y masivamente por todas aquellas multitudes que lo asediaban, esas dos organizaciones estaban condenadas a desaparecer. Aunque hace dos mil años empezó con Jesús el reino de Dios en el ámbito de la Iglesia, sin embargo, ha de manifestarse dispensacionalmente; será el reino de mil años como lo describen los capítulos 24 y 25 de Mateo, y la historia sin duda llegará a su cu lminación, pues es necesario que Dios juzgue a la humanidad y se manifieste eventualmente Su soberanía y Su reino entre los hombres. Los primeros discípulos del Señor también compartían la expectativa del pueblo judío contemporáneo acerca de la instauración del reino en Israel, y convencidos de que el Señor era el Mesías esperado, antes de la eventual ascensión de Jesús al Padre, le plantearon esa pregunta, “Señor, ¿restau rarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hch. 1:6). Pero el Señor juzgó que no era oportuno hablarles en ese momento sobre ese tema, pues era algo que sólo el Padre sabía; y más bien que se ocuparan de ser Sus testigos por toda la tierra. Incluso aún después del día de Pentecostés, la iglesia apostólica creía en el inminente retorno del Señor a instaurar el reino de Dios.

El candelero
El Señor Jesús anda en medio de los siete candeleros de oro. El número siete significa la plenitud; es el número que Dios usa para indicar totalidad e
n Su obra, que El no deja nada incompleto ni quiere nada incompleto; eso simboliza a la totalidad de todas las iglesias locales en todos los lugares y a lo largo de toda la historia, y el Señor Jesús anda en medio de todos los candeleros. Hay que tener en cuenta que cuando esta carta fue escrita se estaba terminando el período de Efeso y en ambos casos, tanto la iglesia en la localidad de Efeso, como el primer período profético de la Iglesia habían empezado a decaer, a deslizarse de ese nivel alto, de esa plenitud a la cual el Señor había elevado a la Iglesia en el día de Pentecostés. ¿Qué si gnifica esa expresión? ¿Qué representa el candelero de oro? En el verso 20 del capítulo 1 nos da la respuesta, cuando afirma:
"El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias".
Eso significa que la iglesia de Jesucristo en cada localidad está tipificada por un candelero, en las cuales El se mueve, como Cabeza que es; el candelero se relaciona con el testimonio. Una iglesia en Efeso, un candelero en Esmirna, otro en Pérgamo, otro en Jerusalén, otro en Valledupar, otro en
Bucaramanga, así como otro en Teusaquillo, otro en Usaquén, en el marco del Distrito Capital ,2 etc. En una localidad no puede aparecer más de un candelero. Una sola iglesia en cada localidad, jamás dividida en varios grupos o congregaciones o supuestas "iglesias", porque el ca ndelero que hizo Moisés en el desierto constaba de seis brazos y una caña central, pero era de una sola pieza, pues la caña y los brazos terminaban en sendas lamparillas, que a su vez eran alimentadas por el aceite de un solo depósito y sostenido todo en un solo pie, porque Jesucristo es el único fundamento de la Iglesia. Existe como un solo candelero en la iglesia local, pero la suma de todos los candeleros forman la Iglesia universal; de ahí el número siete, que significa plenitud.
El candelero estaba dentro
del tabernáculo (el Cuerpo de Cristo), pero el candelero en sí es la expresión local del Cuerpo del Señor. En el tabernáculo había un solo candelero, más tarde, en el templo de Salomón había diez candeleros,5 y eso muestra que los candeleros se están multiplicando; ahora el Señor se dirige a siete candeleros, número de plenitud; y en cada localidad el Señor está estableciendo un candelero, y anda en medio de ellos cuidándolos, alimentando el depósito con más aceite (Su Espíritu), para que no se apaguen y alumbren en medio de la oscuridad del mundo. En el tabernáculo se tipifica la unidad del candelero, en el templo de Salomón la multiplicación de los candeleros, y en Apocalipsis la plenitud. En el candelero está tipificada la Trinidad de Dios: El oro representa la naturaleza de Dios Padre, por ser el oro el metal más precioso. El Hijo es representado en la forma que se le da a esta naturaleza divina, pues Él es la imagen de Dios, y el Espíritu Santo está tipificado en el aceite que alimenta las lamparillas para que alumbren, pues la Iglesia es l a luz del mundo (cfr. Éxodo 25:31-40;  Mateo 5:14-16; 1 Corintios 12:12). Para eso descendió el Espíritu Santo.
El Señor está edificando Su Iglesia, y en la Biblia, desde el libro de Éxodo, el candelero está relacionado con esa edificación de Dios. El candelero por su estructura es una unidad colectiva. En este tiempo es necesario que los creyentes reciban rev
elación a fin de comprender este misterio de los siete candeleros de oro, y ver las iglesias locales, las cuales conjuntamente forman la Iglesia universal. No encontramos en el Nuevo Testamento ni un solo versículo en que el Espíritu Santo autorice y permita a los apóstoles edificar "iglesias" de apóstoles en particular, o de misioneros o pastores, o de ninguna otra índole o doctrina, que no sea la iglesia de Jesucristo unificada en cada localidad. Una iglesi a local es una iglesia integrada por todos los hijos de Dios en una ciudad, localidad, pueblo, villa, vereda, unidos en actitud inclusiva, en el amor y en la comunión del Espíritu, que tengan por única Cabeza al Señor Jesús, que participen de un mismo pan y que obedezcan un solo presbiterio. La Iglesia no es construida con madera, ladrillos y piedras naturales, sino con piedras vivas, cuya verdadera vida es Cristo.
"Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo, a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, con los obispos y diáconos" (Fil. 1:1). He ahí una iglesia local normal. A excepción de algunas dirigidas a ciertas personas, las cartas neotestamentarias fueron dirigidas a las iglesias locales, y el libro del Apocalipsis fue escrito para ser enviado a la
s iglesias locales. Hay mucha desorientación cuando no se comprenden estas cosas. La Biblia no registra otro tipo de iglesia que no sea las iglesias locales. El predicar el evangelio y establecer iglesias locales fue el trabajo que el Espíritu Santo asignó al apóstol San Pablo y su equipo de apóstoles, desde el momento en que fue apartado para la obra en compañía de Bernabé en la localidad de Antioquía, de acuerdo con el contexto de los capítulos 13 y 14 del libro de los Hechos. Cuando el pueblo hebreo recibe la orden de Dios de tomar un cordero por familia para sacrificarlo con motivo de la gran salvación y liberación de la esclavitud egipcia, ese corderito inmolado en la fiesta de la pascua, era una figura perfecta, admirable y magnífica, de Cristo crucificado por amor de nosotros; y el caso es que no fue un solo cordero por toda la congregación de los hijos de Israel, sino un cordero por familia, para tipificar, dentro de los detalles de la gran maqueta veterotestamentaria de la Iglesia, que cada familia comiendo el cordero con hierbas amargas, expresaba la iglesia local alrededor del Cordero de Dios, dentro del marco de la I glesia de Jesucristo, iglesia unida en cada localidad, reunida en el nombre del Señor Jesús por la comunión del Espíritu Santo. Los israelitas no se reunieron alrededor del cordero con otro pretexto, ni persona, ni objeto, ni mandato, ni centro, ni sistema, ni doctrina, ni ordenanza, ni determinación particular, ni nombre que no fuera el ordenado por Jehová. Cada familia era la expresión local del pueblo de Dios, así como la igle sia de cada localidad es la expresión local de la Iglesia del Señor, y a ninguna familia le fue dado inmolar más de un cordero. Asimismo ahora también en la Iglesia solamente participamos de un pan no fraccionado y dividido, sino un único y mismo pan, para alimentarnos de Él y mantenernos en una santa comunión con Él, porque ese es el testimonio de Dios. La Iglesia de Dios es una; ni un solo hueso del cuerpo del Señor fue quebrado.

Una Iglesia llena de amor
"2Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que
no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; 3y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre y no has desmayado" (Apo. 2:2, 3).
Es absolutamente innegable que la profunda experiencia pentecostal de la Iglesia apostólica, la cambió radicalmente, iluminándole el entendimiento a l
os hermanos acerca de las verdades de Dios; pudieron ver con claridad lo que realmente era el reino de Dios; fueron transformados en verdaderas criaturas nuevas; Dios proveyendo un odre nuevo para que contenga y preserve Su vino nuevo; fueron llenos de poder espiritual, de la autoridad representativa de Dios, sabiduría divina, poder de convicción; fueron confirmados los dones, ministerios y operaciones en el ámbito individual para el servicio corporativo, y empezaron a alumbrar las lámparas comenzando desde Jerusalén. El Señor resalta las buenas obras y virtudes de la iglesia en Efeso; el arduo trabajo, la paciencia, que los movía a difundir las buenas nuevas, a perfeccionar a los santos, a esmerarse por el cuidado de las necesidades de los santos pobres, a fomentar la unidad del Cuerpo y la edificación de la casa de Dios. La iglesia en Éfeso no se descuidaba en el trabajo para el Señor. También era sufrida y paciente. En esos primeros tiempos la Iglesia corporativamente obraba movida por los estrechos vínculos del amor de Dios, del amor ágape, el amor que los creyentes deben sentir los unos por los otros, y la unidad en el Espíritu. Tengamos cla ro que el Señor siempre nos ama. Lo crucial es que nosotros le amemos a Él, y que ese amor permanezca, que no se desvanezca; cuando nuestro primer amor no se afloja, entonces hay vida, y el amor nos proporciona las condiciones para alimentarnos del árbol de la vida, que es Cristo; y cuando en la Iglesia hay vida, entonces hay luz, la luz del candelero. El asunto está en nosotros, no en el Señor. Cuando la iglesia primitiva se reunía, a menudo celebraban un ágape, en el cual también partían y comían el pan y bebían de la copa en memoria del Maestro, porque Él había ordenado que se hiciera esto hasta que Él volviese. Ellos comían el pan de la unidad, y el Señor quiere que nosotros hoy sigamos participando de aquel mismo y único pan; no un pan fraccionado y sectario, porque hacemos parte de un solo Cuerpo. La Palabra de Dios nos da testimonio de esa unidad de vida y de ese obrar, por la vida del Señor en Su Iglesia.
"32Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma;
y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. 33Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos. 34Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, 35y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad" (Hch. 4:32-35).
Durante el subperíodo apostólico, la Iglesia se caracterizaba por su absoluta obediencia a la voluntad del Señor glorificado. Ya al final de ese período, la Iglesia aún era deseable al Señor, y Dios había encontrado fidelidad y obediencia entre los redimidos, en contraste con la infidelidad y rebelión de las criaturas comenzando en el cielo con Lucero, el querubín protector, quien a su vez había hecho caer en el mismo pecado a toda la humanidad a través de la primera pareja. En la historia, había encontrado Dios un hombre obediente, Abraham, y a través de él formó al pueblo de Israel, pero ese pueblo también le falló. Finalmente la Iglesia le fue obediente, viviendo la comunión del Espíritu, la vida corporativa, de manera que el testimonio de los hermanos constituía en ese tiempo una poderosa influencia por medio de la cual transtornar el mundo. Era una Iglesia laboriosa; todos daban testimonio del evangelio; todos se esforzaban porque estaban llenos del amor de Dios y amaban al Señor y a Su obra, y el Señor se manifestaba con la realización de grandes prodigios y milagros. La Iglesia no tenía faltas; cuando alguien osó incurrir en egoísmo, avaricia y falsedad, inmediatamente cayó muerto. Reinaba el gozo en la comunión y en el cuerpo se vivía el interés por ayudar a los más necesitados, los santos pobres.
En ese tiempo aún la Iglesia estaba integrada en su totalidad por judíos, con la excepción de algunos prosélitos que, como Nicolás el diácono y el etíope eunuco, se trataba de gentiles que inicialmente se habían convertido a la fe de los judíos, y ahora habían creído en el Señor Jesús por la predicación de los apóstoles, como aparece en el libro de los Hechos en el día de Pentecostés (cfr. Hechos 2:10). No obstante estos y
otros ejemplos, las declaraciones de las Escrituras y las propias palabras del Señor en sus instrucciones finales, ninguno de ellos podía ni siquiera imaginarse que los gentiles pudiesen llegar a ser admitidos; aún no había sido plenamente revelado el misterio sobre la Iglesia, que "los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio" (Ef. 3:6). Fue conflictivo para muchos de los primeros cristianos tener claridad sobre si la Iglesia se configuraba como una secta más dentr o del judaísmo, o una asamblea independiente y distinta. De ahí la razón por la cual el apóstol Pedro necesitase de una visión del Señor y la insistencia del Espíritu Santo para que se sometiera a ir a la casa de Cornelio, el centurión romano, para predicarle el evangelio junto con toda su familia, el cual se registra en el libro de los Hechos como el tercer gentil convertido.
Es necesario aclarar que es comprensible que en los albores de la Iglesia, alguna facción ultra judía, sobre todo de la secta de los fariseos, pretendiera que no podía ha
ber salvación fuera de Israel, y con mucha energía pregonaban que los discípulos gentiles debían observar todas las reglas de la ley judaica, como lo del sábado como día de descanso, circuncidarse, la distinción entre los alimentos limpios y los impuros, etcétera, como medio para justificarse ante Dios. A raíz de esta fuerte controversia, se vio amenazada la unidad de la Iglesia, por lo cual fue necesario que en el año 50 d. C. se celebrase un concilio con los apóstoles y ancianos en Jerusalén, por medio del cual llegaron a un sabio acuerdo, por el momento, bajo la ilum inación del Espíritu Santo, pues la ley sólo ata a los judíos, y no a los gentiles creyentes en Cristo. Una parte destacada de los cristianos, entre ellos Pablo, insistían que si los discípulos de Cristo se sometían a observar la ley, despreciaban la gracia de Dios en Cristo y caían de ella, dando muestras de no entender la esencia misma del evangelio (cfr. Hechos capítulo 15 y Gálatas 5:1-6). La Iglesia del Señor Jesús es para toda raza y nación y no exclusiva para los judíos. Era necesario, además, que la Iglesia no pareciera como una de las sectas del judaísmo, o una más de las múltiples religiones que pululaban por todo el im perio romano. No obstante la Escritura registra que el trabajo de zapa de los judaizantes continuó por mucho tiempo en varias localidades como las de la región de Galacia, con las consecuencias que presenciamos incluso en el día de hoy.
Por ser en su mayoría de raza judía los santos de la iglesia en Jerusalén, acostumbraban en ciertas horas del día ir al templo a orar, como lo hicieron Pedro y Juan, sin embargo, es notorio que desde su nacimiento la Iglesia se reunía en las casas para celebrar la Cena del Señor, su reunión principal, como lo c
onsigna Hechos 2:46: "Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón". Ellos fueron iluminados por el Espíritu Santo para comprender que el verdadero templo de Dios es la Iglesia, compuesta por los santos redimidos; que no debían darle importancia a los edificios hechos por los hombres. El diácono Esteban lo explicó delante del sumo sacerdote y los ancianos del Sanedrín de Israel, cuando dijo: "...si bien el Altísimo no habita en templos hechos de mano..." (Hec. 7:48), y esto le valió haber sido apedreado hasta el martirio. Más tarde, pasada una generación, el Señor permitió que el templo de la obsoleta religión judía, fuese destruido totalmente, sin que hasta el momento de escribir estas cuartillas (1997) haya sido nuevamente construido.
En ese ardoroso subperíodo apostólico, quien iba a la vanguardia de la Iglesia del Señor, indiscutiblemente era el apóstol Pedro; defendiéndola, extendiéndola, representado la autoridad y el poder del Señor en todos los frentes del desarrollo de la Ig
lesia. Este hecho de ninguna manera significa que el apóstol Pedro haya sido papa, o que haya recibido del Señor algún encargo de tipo político o gubernativo. El mismo declara que no fue papa, cuando escribe a los santos expatriados de la dispersión en la región del Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, diciéndoles: "Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano t ambién con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo..." (1 Pe. 5:1). Aquí la palabra anciano significa también, y así es traducida en diferentes versiones, presbítero, pastor, obispo; sin que necesariamente se constituyera en el obispo de obispos. El papado es una institución italiana de origen pagano, desarrollado en los albores de la Edad Media, que dista mucho de tener raíces en la Biblia y en la revelación dada por el Señor, de manera que un hombre de la talla espiritual de Simón Pedro, lejos está de haber sido el primer papa romano. Aun entre el tiem po en que vivió Pedro y el inicio del papado en Roma, media alrededor de unos cinco siglos. Estaremos ahondando sobre este tema en el capítulo IV, cuando estemos estudiando el período de Tiatira.
Con el ministerio de Pablo, el apóstol del mundo no judaico y especialmente el mundo helenista, en la segunda mitad del primer siglo, se desarrolló la enseñanza de las grandes y profundas doctrinas y dogmas de la Iglesia cristiana. En su tercer viaje misionero vino hasta Efeso, en donde permaneció por más de dos años enseñando cada día en la escuela de un discípulo llamado T
iranno, constituyendo así a Efeso como centro neurálgico de la obra, cuyos resultados fueron manifiestos no sólo en la iglesia de esa localidad, sino también en la propagación del evangelio por toda la provincia de Asia, en donde estaban ubicadas las siete iglesias de Asia que son objetos de sendas cartas en Apocalipsis, asunto que estamos examinando. Indudablemente en ese tiempo la iglesia en la localidad de Efeso pasaba por un período de gran madurez espiritual, tanto que alrededor del año 64, Pablo, bajo la inspiración del Espíritu Santo, le escribió una de las cartas más profundas que haya podido escribir.

Los apóstoles
De acuerdo con los versículos 2 y 3, la iglesia de Efeso recibe palabras de aprobación del Señor, y uno de los motivos es debido a que ellos probaron en su tiempo a los que se decían ser apóstoles y en realidad no lo eran, sino que habían comprobado que eran falsos. Los hallaron mentirosos, hipócritas, con la apariencia de piedad propia de los maestros relacionados con el gnosticismo, los cuales ya empezaban a contaminar las iglesias con sus errores. También nos indica que además de los doce, el Espíritu Santo ya había constituido otros apóstoles, entre los cuales se camuflaban algunos falsos, para se
mbrar la confusión y el engaño. ¿Qué significa ser un apóstol? La palabra apóstol viene del griego apóstolos (απόστολος), que significa enviado o apartado para. Conforme a la Palabra de Dios, los apóstoles son los que Dios escoge y envía a fin de que trabajen en Su obra, siguiendo los lineamientos de Su soberana voluntad e iniciativa. Las tres Personas de la Trinidad se han encargado de enviar apóstoles.
El Padre envió a Su propio Hijo, el Señor Jesús, quien fue el primer Apóstol (cfr. Hebreos 3:1). Así como el Padre envió al Hijo, el Señor llama y envía a Sus doce apóstoles al trabajo que Dios ha determinado previamente (Juan 20:21; Efesios 2:10). El Padre los toma del mundo, y siendo de propiedad del Padre, se los da al Hijo, quien a Su vez lo
s envía (Juan 17:6). De manera que la primera y más importante característica de un verdadero apóstol de Jesucristo, es que no es voluntario; no se ha hecho apóstol por su propia voluntad, sino que es enviado por Dios. Ahí tenemos el ejemplo en los doce que el Señor escogió, pues ni aun Matías, el que reemplazó a Judas Iscariote, se ofreció voluntariamente, sino que el Espíritu Santo lo confirmó, según Hechos 1:15-26.
El Señor Jesús ascendió al Padre, pero envió al otro Consolador, al Espíritu Santo, quien desde ese tiempo retomó la responsabilidad de nombrar a otros apóstoles con el encargo de continuar con el trabajo de la obra de Dios iniciada por el Señ
or y los doce, en la edificación y crecimiento del Cuerpo. Existen algunas escuelas de pensamiento en el campo teológico que sostienen que fuera de los testigos de la resurrección del Señor, no hay más apóstoles; pero de acuerdo con la Palabra del Señor, por ejemplo los versos 11 y 12 del capítulo 4 de Efesios, los sucesores de los doce son ministros de la edificación del Cuerpo de Cristo, asunto este que nos lo enseña claramente también la Palabra en Hechos 13:2 y siguientes, cuando el Espíritu Santo aparta y envía a Saulo y a Bernabé a la obra del Señor, y a quienes también se les llama apóstoles (Hechos 14:4,14). Los ministerios de Efesios 4:11, incluido el apostolado, existen y existirán en la Iglesia del Señor, para el trabajo de capacitación y perfeccionamiento de los santos, a fin de que todos nos ocupemos en "la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo" (Ef. 4:12-13). No debemos ignorar que el Señor está trabajando para que esa unidad se perfeccione y se refleje en nuestro tiempo. Ahora bien; en el libro de los Hechos de los Apóstoles, así como en las cartas del apóstol Pablo, encontramos a menudo evidencias d e que el Espíritu Santo había constituido a muchos otros hermanos como obreros de Dios, enviados a efectuar la obra a la que El previamente los había llamado; pero el asunto es que empezaron a aparecer falsos apóstoles, que incluso recorrían las iglesias de la obra, entre los cuales es posible que se encontraran los judaizantes, quienes pretendían que los santos procedentes de los gentiles, se esclavizaran a guardar ciertos ritos de la ley judía como la circuncisión y el observar las fiestas religiosas judías; esto, además de pervertir el evangelio de Cristo, produjo perturbación entre ellos, ya que, como es de suponer, denigraban de Pablo, diciendo que no era un auténtico apóstol, según ellos, porque no hacía parte de los doce y alegaban que Pablo no predicaba el legítimo evangelio. Con base principalmente en esas consideraciones, Pablo escribió la epístola a los Gálatas, y por otro lado hace la defensa de su apostolado en los capítulos 11 y 12 de la segunda epístola a los Corintios.
"13Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. 14Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. 15Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras" (2 Co. 11:13-15).
De acuerdo con el c
ontexto de los capítulos 11 y 12 de la segunda epístola del apóstol San Pablo a los Corintios, falsos apóstoles los hubo desde la iglesia primitiva, y que al ser falsos no son enviados por Dios sino que son ministros de Satanás; y ahí confirma que sus características principales, entre otras, por las cuales se pueden detectar, es que se glorían en la carne, se enaltecen en sus conocimientos, se engríen en sus posiciones; que desean ser exaltados y glorificados, muchas veces predicando un evangelio diferente; más que al hombre, buscan lo que tiene el hombre; prefieren más recibir que dar, y ser atendidos y regalados; destacan su necedad; les gusta esclavizar a los santos, imponiéndoles cargas doctrinales y económicas que ellos mismos no pueden soportar; los devoran, y es tan fuerte todo eso, que los tratan como si les dieran de bofetadas. La iglesia primitiva, por lo menos en su etapa apostólica, supo descubrirlos a tiempo, y eso fue encomiado por el Señor.

Herejías tempranas
Dentro de la actividad de los falsos apóstoles bien puede tenerse en cuenta la difusión de errores doctrinales y
herejías para confundir a los santos.  Antes que terminara el primer siglo, ya algunos estaban negando que Cristo hubiera venido en carne, ya prefigurando movimientos herejes con las ideas y principios relacionados con el judaísmo, el docetismo y el gnosticismo. En su obra “La Refutatio”, Hipólito de Roma (el primer llamado antipapa) refuta las ramas filosóficas griegas que dieron origen a herejías. Dice el hermano Witness Lee que "el enemigo, Satanás, ha usado tres puntos principales para dañar la Iglesia: la religión judía, la filosofía griega y la organización humana. Estas son las fuentes principales de las divisiones, la ruina y la corrupción de la Iglesia".6 Aquí solamente nos limitaremos a expo ner sucintamente las principales herejías que se perfilaban en contra de la unidad de la Iglesia, de la doctrina de los apóstoles y de la prístina verdad de la Palabra de Dios en el período de Efeso, y que en el segundo siglo fomentaron mayores fuentes de división.

Ebionitas
Es difícil describir con objetividad lo relacionado con los ebionitas. A manera de ilustración anotamos la existencia de una línea de opinión que nos enseña que se trata de una secta integrada por l
os seguidores de Ebión, judío de Samaria del siglo I, que negaban la filiación divina de Jesús, considerándolo un mero hombre, un profeta, un vocero de Dios, como lo eran los grandes profetas hebreos del pasado, de extraordinaria sabiduría y poder, adoptado por Dios; que negaban el nacimiento virginal, y que sólo aceptaban el evangelio de Mateo, al cual consideraban dirigido a los hebreos, y aun de él suprimían algunos capítulos. La copia que ellos usaban de este evangelio tenía ciertas desviaciones típicas eb ionitas, como la de que Jesús era hijo de José y María. Una de las columnas de la Hexapla de Símaco, líder ebionita, era esta versión del evangelio de Mateo.
Por otra parte se dice que Ireneo utilizó por primera vez el término ebionitas para referirse a unos judeocristianos que vivían al este del Jordán. También es probable que ese nombre, ebionita, se derive del hebreo ebyon (pobre) y que guarda alguna relación de origen con la iglesia de Jerusalén anterior al año 70 d. C., la cual se trasladó a Pella, ciudad gentil al este del Jordán, y allí sobrevi
vió por algún tiempo, atendiendo a la recomendación del Señor Jesús en Mateo 24:15-18. Algunos observan que con el discurrir del tiempo, sus descendientes, por falta de contacto con el resto de la Iglesia, concibieron algunas ideas heterodoxas acerca de la encarnación. Hay que tener en cuenta que dentro de los cristianos que salieron de Jerusalén había un grupo de hermanos que hacía parte de los fariseos relacionados con el sínodo de Hechos 15, que pretendían obligar a los cristianos gentiles a guardar la ley.
Pero se puede afirmar que los ebionitas hacían parte de esas minorías de judaizantes que se aferraban a que los discípulos de Jesús deberían quedar dentro del redil judaico. Los ebionitas estaban como se dice, entre la espada y la pared porque eran considerados por los judíos como apóstatas, y a lo mejor, por su actitud cerrada y exclusivista, no eran muy bien vistos por los cristianos gentiles. Curiosamente, una facció
n de la iglesia local de Jerusalén, liderada por Jacobo, hermano del Señor Jesús, tendía hacia este punto de vista dentro del proceso de judaización y el esclarecimiento de los fundamentos cristianos. Destacamos que Jacobo llamaba Señor a Jesús. Los ebionitas repudiaron a Pablo, declarándolo apóstata de la ley, lo mismo que a sus escritos por cuanto sus epístolas reconocían a los gentiles como cristianos (cfr. Hechos 21:17-27). Pero probablemente a raíz de las enseñanzas de Pablo y a la epístola a lo s Gálatas, llegaron a comprender que las prácticas del judaísmo no eran obligatorias para los cristianos gentiles. Algunos escritores los mencionan como nazarenos, y entre ellos hubo escritores que afirmaban que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios, y que Sus enseñanzas eran superiores a las de Moisés, pero que los cristianos judíos debían observar las leyes judaicas relativas a la circuncisión, la observancia sabática, y los alimentos. Algunos de ellos aceptaban el nac imiento virginal de Jesús, pero otros, tal vez los "ebionitas gnósticos", propagaban la doctrina de que el Señor era Hijo de José y María, que al bautizarse, fue cuando el Cristo descendió sobre el hombre Jesús en forma de paloma, proclamando luego al desconocido Padre, pero que el Cristo, quien no debía sufrir, se alejó de Jesús antes de Su crucifixión y resurrección. Del ebionismo surgiero n varias ramas heréticas que alimentaron el unitarismo y alguna variedad del gnosticismo.
Otros datos acerca de los ebionitas se encuentran en la historia eclesiástica de Eusebio de Cesarea. Son de corte ebionita algunos escritos primitivos como los llamados evangelios apócrifos de los ebionitas y nazarenos, y las llamadas Homilías Pseudoclementinas (atribuídas a Clemente de Roma). Estos documentos dieron pie a la escuela modernista de Baur de Tubingia, para su interpretación
dialéctica del cristianismo primitivo. Sin lugar a dudas, los modernos “mesiánicos” son los abanderados de las ideas ebionitas.

Docetismo
El docetismo, palabra que viene del griego doceiko, "apariencia", dokeo, "parecer", consistía en la opinión de que Jesucristo, el Hijo de Dios, realmente no se hizo carne, sino que sólo pareció hacerlo; que no es verdadero hombre, sino en apariencia, negando así la encarnación y, por consiguiente, la expiación y la resurrección. Por Eusebio sabemos que Cerinto, hereje d
ocetista y gnóstico de Asia Menor, fue en Efeso un opositor del apóstol Juan. De ahí que Juan enfatice reiteradamente las palabras carne y sangre escribiendo contra esta herejía, y declare que "todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo" (1 Juan 4:3). El origen de esta herejía está en una mezcla de la filosofía griega con las religiones orientales. Ignacio de Antioquía hace mención de esta herejía, anotando: "...y los sufrió verdader amente, así como verdaderamente se resucitó a sí mismo, no según dicen algunos infieles, que sólo sufrió en apariencia. ¡Ellos sí que son la pura apariencia! y, según como piensan, así les sucederá, que se queden en entes incorpóreos y fantasmales".7
Cerinto, con sus principios gnósticos, enseñaba que el mundo no había sido creado por el único y supremo Dios, sino por un demiurgo. Negaba que la persona del Señor Jesús fuese a la vez divina y humana. Decía que Jesús había sido sólo un hombre común y corriente al cual, en el acto del bautismo en el Jordán, en el mome
nto en que descendió el Espíritu Santo en forma de paloma, fue cuando descendió el Cristo espiritual, el Logos o Verbo divino, y con base en estas premisas lo que seguía era negar la encarnación del Verbo y desvirtuar de paso Su crucifixión, afirmando que en la crucifixión solamente habría sufrido Jesús, el humano, pues Cristo, como Dios, era impasible y no podía padecer. También hay corrientes gnósticas que afirman que el Verbo divino volvió al hombre J esús en la cruz, cuando exclamó: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?". El apóstol Pablo contradijo también la herejía de Cerinto en la epístola a los Colosenses, al igual que el apóstol Juan, tanto en su evangelio como en la primera epístola. Las Escrituras dicen que "el Verbo fue hecho carne", y eso significa que la preexistente Persona divina del Hijo estaba con el Padre desde antes de la fundación del mundo, que es consustancial con el Padre y de su misma esencia, porque en el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios, y aquel Verbo se hizo carne.
En la formación y desarrollo de estos errores, tuvo mucho que ver la filosofía griega. De acuerdo con el pensamiento helenista, sobre todo por los principios del platonismo y neoplatonismo, había una rígida separación entre el espíritu y la materia. Contrastando con la tradición judaica, y en particular con las enseñanzas del Señor Jesús, esas disciplinas filosóficas consideraban la materia, incluyendo la carne, como mala, y el puro espíritu como bueno, de donde concluían que el hombre debía emancipar su espíritu de la contaminación de la carne, lo que generó conflictos con las enseñanzas de la encarnación y la crucifixión. También se refleja un gran daño en la posterior aparición del ascetismo y el pseudomisticismo, que no son otra cosa sino rudimentos del mundo.
20Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos 21tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques 22(en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? 23Tales cosas tienen a la verdad cierta reput
ación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne” (Col. 2:20-23).

Gnosticismo
Movimiento filosófico-religioso surgido en tiempos de la Iglesia primitiva, compuesto de diversas sectas y alimentado en una gran variedad de manantiales, como las filosofías griegas y corrientes religiosas de tipo orientalista, armas con las cuales Satanás quiso destruir la Iglesia del Señor desde sus raíces. El gnosticismo recibió contribuciones del dualismo órfico y platónico, dualismo persa, las religiones de los
misterios, la astrología mesopotámica y la religión egipcia. Es probable que haya tenido su origen en Asia Menor, que algunos consideraron como un foco de ideas fantásticas de la mente de griegos místicos y desequilibrados. Pero hay consenso en la opinión de que un personaje prominente en la creación del gnosticismo, es Simón el Mago. La Palabra de Dios en el libro de los Hechos de los Apóstoles afirma que Simón ejercía la magia en Samaria antes de profesar su conversión, pero se registra asimismo que fue acusado por Pedro de haber querid o comprar el poder de dar también el Espíritu Santo al imponer las manos. De acuerdo con una tradición se tiene conocimiento de que Simón fue el iniciador de algunas derivaciones espurias del cristianismo.
El gnosticismo es un mo
vimiento altamente sincretista, y entre los sistemas filosóficos griegos, fue el platonismo el que más influyó para dar un barniz intelectualoide a ese fenómeno del gnosticismo; y el neoplaton ismo fue la base para la unión de la filosofía con la religión, con el resultado de que la religión empezó a ser enseñada saliéndose de los esquemas puramente religiosos, envuelta en mitos de origen pagano. También tienen raíces en el panteísmo estoico, lo cual está relacionado con los espíritus del mundo, o elementales del cosmos, todo lo cual encuadra con la llamada “nueva era”. Su nombre se origina por la pretensión de ellos de decir que poseían una gnosis o conocimiento secreto sobre el origen del universo y el destino del hombre. Enfocan su no bien definida doctrina a través de una cosmogo nía que enseña que el mundo es el resultado de la intervención del Demiurgo (algunos lo identifican con el Dios del Antiguo Testamento) de rango inferior al Ser Supremo (el Dios del Nuevo Testamento). Enseñando asimismo que entre el Ser Supremo y el mundo material intermediaban una serie escalonada de entidades (eones) que emanaban de Él, entre los cuales estaban los arcontes o poderes demoníacos que habitaban los planetas, y quienes gobernaban el universo. Esto tiene que ver mucho con la astrología y la gran mentira de los horósco pos, pues ellos enseñan que los hombres, en tanto que permanecen en este mundo, están sometidos a los planetas, o sea, a los arcontes. Todo esto, como es de suponer, para echar por tierra todo lo relacionado con la salvación por medio de Jesucristo.
Los gnósticos sostienen que los hombres solamente pueden salvarse de su miserable condición mediante la Gnosis o conocimiento de su verdadera naturaleza; una especie de luz mística interna. Que ese conocimiento es superior a la fe sencilla de los creyentes. Entonces, ¿quién es Cristo para los gnósticos? Para ellos el Señor no
es el Unigénito de Dios, el Verbo Eterno, sino apenas uno de los eones más conspicuos de la Divinidad absoluta, una de esas emanaciones de Dios, una especie de fantasma, afirmando que vino a salvar a los hombres no con Su sacrificio expiatorio, sino a través del conocimiento (gnosis) que nos trajo de parte de Dios. La filosofía gnóstica se basaba en la distinción moral de los griegos entre materia y espíritu, considerando así que la materia era intrínsecamente mala, y por tal razón, no podía concebirse una auténtica encarnación del Verbo, sino aparente. Lo mismo que afirmaba Cerinto, pero con otras palabras u otro enfoque. La carta de Pablo a los Colosenses es decisiva para rebatir las doctrinas gnósticas, este espantoso engaño, y en donde se insiste con mucha claridad en la divinidad esencial de Cristo.
"12...con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; 13el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, 14en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados. 15Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. 16Porque en él fu
eron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. 17Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; 18y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; 19por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, 20y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz" (Col. 1:12-20).
"3...en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y
del conocimiento. 4Y esto lo digo para que nadie os engañe con palabras persuasivas. 5Porque aunque estoy ausente en cuerpo, no obstante en espíritu estoy con vosotros, gozándome y mirando vuestro buen orden y la firmeza de vuestra fe en Cristo” (Col. 2:3-5).
También por los escritos del apóstol Juan nos enteramos que en las iglesias primitivas hubo muchos cristianos de tendencia gnóstica entre los cuales había señaladas manifestaciones de falsos dones carismáticos, hasta que fueron expulsados de la comunidad cristiana por herejes. Otros se or
ganizaban en congregaciones aparte, con sus peculiares ritos, incluso hasta asemejar clubes de misterios, tan comunes en el Imperio Romano, provenientes a su vez de misterios anteriores, griegos, egipcios y mesopotámicos. Pero Juan nos advierte:
"1Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. 2En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; 3y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y q
ue ahora ya está en el mundo. 4Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo" (1 Juan 4:1-4).
La gnosis es una amalgama de creencias y dogmas de origen orientalista bajo un barniz bíblico. Afirman que el sentido alegórico de la Escritura es más importante que el literal, por lo cual sólo puede ser entendida por una élite de “iniciados”, es decir, los que poseen esa iluminación especial de que hablan. Han incorporado tradiciones esotéricas como la metempsicosis o transmigración de las almas, que no es otra cosa que la falsa doctrina llamada reencarnació
n. También incluyen la astrología babilónica, el dualismo persa, la cábala judía, y el hermetismo de Hermes Trimegisto de Egipto. Se dice que el maniqueísmo fue prácticamente una secta gnóstica. El historiador cristiano Eusebio de Cesarea, en su Historia Eclesiástica, nos dice que en los albores del cristianismo hubo muchos cristianos de tendencia gnóstica o abiertamente gnósticos, dentro de los que se cuentan Cerinto (de Asia Men or, siglo I); del siglo II tenemos a Basílides (de Alejandría), Bardesanes, Valentino (de Alejandría), Marción (del Ponto), Ptolomeo y Heracleón (154-180), discípulo de Valentino. Pero esa información la obtiene Eusebio de los tratados dejados por Ireneo, quien escribió sus obras Contra los herejes (Adversus Hæresus), para refutar las desviaciones gnósticas y defender la pureza del depósito dejado por el Señor.
Otros que en su oportunidad se opusieron al gnosticismo fueron Tertuliano con sus obras La Prescription y Contra Marción, Hipólito de Roma con su obra La Refutatio, y Epifanio de Salamina, cuya obra clave fue “Panærión”. En los siglos posteriores, el gnosticismo llegó a tomar tanta fuerza, que hasta Clemente de Alejandría fue influido en el pensamiento por algunos de sus postulados. En la práctica, los gnósticos son antinomianistas por excelencia. El antinomianismo8 tiende a sacar consecuencias falsas de Romanos 6:15. Ahora estamos bajo la gracia, pero eso no significa que nos es permitido desobedecer la ley. No nos salvamos por cumpli r la ley, sino que la cumplimos por la gracia del Espíritu que mora en nosotros.

El amor es sufrido y paciente
La Palabra declara enfáticamente que Dios es amor, un amor sublime que se revela en Su Hijo, Jesucristo, y que consiste en darse a Sí mismo totalmente, y el ideal de la Iglesia se encamina a la plena expresión y realización de este amor en cada uno de los santos, y asimismo corporativamente. Cuando la Iglesia es impulsada por este amor, en la unidad y la vida en el Espíritu, nada
la detiene para el cumplimiento de la obra de Dios, ni aun la persecución. La iglesia, desde sus primeros días en Jerusalén, fue objeto de persecución y sufrimiento, cárceles y martirios. El libro de los Hechos narra con lujo de detalles los padecimientos de Pedro y Juan y la gran persecución que se desató en el tiempo en que dirigentes religiosos como Saulo de Tarso persiguieron a los santos; como el caso del primer mártir, el diácono Esteban. Más tarde, el mismo Saulo, convertido ya en el apóstol Pablo y en nueva criatura, fue objeto de mucho sufrimiento, pues desde el primer viaje recibió en su carne los embates de la violencia, a tal punto que en la ciudad de Listra lo apedrearon con tanta saña, que le arrastraron fuera de la ciudad, pensando que estab a muerto. A causa de la persecución, muchos creyentes fueron esparcidos por diferentes ciudades y pueblos, pero a donde quiera que iban, predicaban el evangelio y establecían la iglesia en cada localidad: Damasco, Samaria, Antioquía, Jope, Cesarea. La iglesia primitiva era sufrida y tenía paciencia porque estaba llena del amor de Dios. Esa es la máxima prueba del poder espiritual.
En este campo se destaca también el caso de Jacobo, hermano de Juan, quien en el curso de una persecución en la cual también encarcelaron al apóstol Pedro, fue muerto a espada en Jerusalén por orden del rey Herodes Agripa I, nieto de Herodes el Grande, quien a su vez murió comido
de los gusanos sentado en su tribunal, en el año 44 d. C. (cfr. Hechos capítulo 12.). No debe confundirse este Jacobo con el hermano del Señor, que se dice fue el primer dirigente de la iglesia en Jerusalén, y que fue muerto por orden del sumo sacerdote Anán en el año 62, conforme lo afirma Flavio Josefo, cuando dice: "Siendo Anán de este carácter, aprovechándose de la oportunidad, pues Festo había fallecido y Albino (el nuevo procurador romano) estaba en camino, reunió el sanedrín. Llamó a juicio al hermano de Jesús que se llamó Cristo; su nombre era Jacobo, y con él hizo comparecer a varios otros. Los acusó de ser infractores a la ley y los condenó a ser apedreados".9 Una de las primeras y más famosas persecuciones fue la desatada por Nerón, el peor y más cruel de todos los emperadores romanos. Se dice de él que para desvirtuar el rumor de que había mandado a incendiar a Roma, culpó de ello a los cristianos, pues eran acusados por sus contemporáneos de odio hacia la raza humana. Muchos gustaron el martirio despedazados por los perros después de haber sido envueltos en pieles de animales; otros fueron crucificados, o envueltos en llamas, como antorchas vivas, para iluminar un circo en los jardines privados del emperador, que hoy son el asiento de los palacios del Vaticano. Hay una tradición que dice que el apóstol Pabl o fue decapitado en la misma ciudad en el año 64 d.C., por órdenes de Nerón. No obstante que sobre el apóstol Pedro se ha venido afirmando que fue decapitado en Roma en el año 67 d. de C., también por orden de Nerón, no hay evidencia bíblica que diga que él estuvo en Roma.

Éfeso se desliza

"4Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. 5Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hu

bieres arrepentido".

 

Al analizar la iglesia histórica en la ciudad de Efeso, simultáneamente lo estamos haciendo con la condición del período profético correspondiente a los albores de la Iglesia del Señor, y tenemos delante de nosotros una Iglesia enamorada del Señor, de Su obra; una Iglesia en perfecta comunión en el Espíritu, llena de amor por el Señor y hacia los hermanos, viviendo en la unidad en el Espíritu; aún estaba lejos de perderse la vida corporativa de la Iglesia y la obediencia absoluta a la voluntad de Dios; una Igl esia llena de gozo en la comunión de los santos y la vida interior; un período en el cual había un solo candelero en cada localidad y se vivía la unidad de la iglesia local; se conservaba fresco el odre nuevo que Dios había provisto para Su vino nuevo; se vivía el señorío de Cristo, el kyrios (Κριος), la autoridad espiritual y el apostolado.
Pero después de la muerte del apóstol Pablo, empezó a cernirse sobre la Iglesia lo que algunos suelen llamar "la edad sombría"; ora por las continuas persecuciones, ora por el vacío de información sobre ese período subapostólico. Mas lo verdaderamente sombrío radica en que la Igle
sia empezó a deslizarse, a decaer; el primer amor se fue enfriando en la segunda generación, y del avivamiento inicial no quedaba sino las obras, pues a menudo puede darse el caso de que haya mucha actividad sin que realmente se ame al Señor, y al Señor lo que le agrada es el trabajo de nuestro amor, porque "si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy" (1 Co. 13:2). Más le interesa al Señor que se le ame y se le obedezca, que el afán excesivo de hacer muchas cosas externas , en las cuales a veces se ufana la carne y se infla el ego. Eso viene a constituir una traición al Señor. El Señor no quiere que le hagamos nada sin amor; Él quiere nuestro corazón; que le amemos más a Él que a Su obra. Unos treinta años antes, el apóstol Pablo les había escrito a los hermanos de Éfeso: “15Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, 16no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones” (Ef. 1:15,16). Cuando una iglesia local no mantiene el testimonio de Dios en el mundo, su candelero es quitado. Efeso cayó de su nivel original y fue bajando tanto que le fue quitado el candelero de su lugar hasta que dejó de ser una ciudad c ristiana para convertirse en un centro musulmán. En Apocalipsis, no hay palabras que indiquen que el candelero de Éfeso había de continuar existiendo hasta la segunda venida del Señor Jesús. Igual sucede con Esmirna y Pérgamo. Ese período histórico-profético corre con la misma suerte de la ciudad de Efeso, cuya importancia se perdió en los anales históricos, y en el lugar que ocupó se levanta hoy una aldea turca.
Al deslizarse, la Iglesia empezó a dejar su primer amor. ¿Cuál es ese primer amor? No puede ser el amor del cuerpo, el erótico, biológico y carnal, que viene del griego eros; tampoco puede ser el amor entre esposos, ni entre los hermanos
, entre amigos, el afectivo, del alma, del griego psiqué, sino el amor derivado de una tercera palabra griega, agape (αγάπη) y ésta de agapao (amar), la clase de amor manifestado por Dios en Cristo, y por Cristo al darse a sí mismo. Agape designa el amor que los creyentes sienten por Dios, y los unos por los otros. El amor es uno de los dones más excelentes que nos ha dado el Señor. Al hablar del primer amor, la palabra griega que se traduce primer es la misma que en otros textos se traduce mejor, como en Lucas 15:22. De modo que debemos amar al Señor con lo mejor y más excelso de nuestro amor. Recuerda, reflexiona, de dónde has caído; vuelve en ti, como el hijo pródigo (Lucas 15:17).
En la Iglesia primitiva, y se da noticia de esto sobre todo en Jerusalén y Corinto, la Cena del Señor ocupaba un lugar prominente en la vida común de la Iglesia; y la Palabra deja entrever que había una comida o cena fraternal, el ágape, o "fiesta del amor", que los primeros cristianos celebraban juntos antes de la Cena del Señor. Es posible que Pablo mismo las hubiese fomentado en la iglesia de la localidad griega de Corinto, a juzgar por el contexto de 1 Corintios 11:17-34. Ignacio de Antioquía y la Didache mencionan esta comida en relación con la santa cena, a pesar de que Pablo había indicado ya que no formaba parte de la ordenanza que el Señor
Jesús instituyó, sino que al contrario era susceptible de abusos que debían ser evitados. A estas comidas cada uno traía sus propios alimentos y bebidas, y los mejor aprovisionados no solían compartir con los hermanos que traían poco o nada. Desafortunadamente, y para pena de Pablo, con el tiempo surgieron abusos graves en estas fiestas, porque a raíz de lo anterior se fomentó en ellas la glotonería, inmoralidad, y algunos se iban borrachos y otros, por contraste, se iban con hambre. Como si empezaran las disputas entre los ricos y los pobres en el seno de la Iglesia del Señor. A fines del siglo I se cele braba ya la cena del Señor sin ser precedida por ninguna comida.
"20Cuando, pues, os reunís vosotros, esto no es comer la cena del Señor. 21Porque al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y uno tiene hambre, y otro se embriaga. 22Pues qué, ¿no tenéis casas en que comáis y bebáis? ¿O menospreciáis la iglesia de Dios, y avergonzáis a los que no tienen nada? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os alabo. 27De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. 28Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y b
eba de la copa. 29Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. 30Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen. 31Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; 32mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo. 33Así que, hermanos míos, cuando os reunís a comer, esperaos unos a otros. 34Si alguno tuviere hambre, coma en su casa, para que no os reunáis para juicio. Las demás cosas las pondré en orden cuando yo fuere" (1 Co. 11:20-22, 27-34).
"Estos son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdica
mente con vosotros se apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados" (Jud. 12).
Es más probable que el texto de 2 Pedro 2:13 sea "engaños" en vez de "ágapes" en algunas versiones, no obstante el contexto habla siempre de comilonas. Precisamente debido a estos abusos fue desapareciendo la fiesta, al menos como celebración al lado de la Cena del Señor. Sin embargo, se ha ido recuperando entre algunas agrupaciones cristianas, como entre los hermanos Moravos en el siglo xviii, de donde Juan Wesley la introdujo a los primeros metodistas, particularmente entre pequeños grupos. Hoy se practi
ca de manera especial en las iglesias del Señor de cada localidad ya recuperadas y no vinculadas a organizaciones denominacionales, el candelero en cada localidad. “Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos” (Cantares 8:7).
La iglesia en la localidad de Efeso llegó a crecer hasta alcanzar un alto grado de madurez espiritual y fidelidad al Señor. Pablo le dedicó suficiente tiempo de su ministerio, ocupado principalmente en enseñar en la escuela de la obra, y más tarde, desde su prisión, le llegó a escribir una de sus más profundas epístolas, en donde se ocupa de algunos misterios y revelaciones relacionada
s con la persona de Cristo, y de la Iglesia como casa de Dios. Esa carta carece de reprensiones, no se necesitaron en su momento. Pablo se interesó mucho por la obra del Señor entre los efesios, y durante su última visita por la región, en vista de que no podía llegar hasta Éfeso, desde Mileto mandó llamar a los ancianos de la iglesia, y entre otras cosas les dijo: "28Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre. 29Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. 30Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos" (Hech. 20:28-30). A finales del siglo primero, cuando el anciano apóstol Juan escribía las visiones del Apocalipsis en Patmos, la iglesia de Efeso había caído de su posición original.
Es ilustrativo el caso de la iglesia en la localidad de Corinto. Tanto había degradado la Iglesia en la pérdida de su primer amor, que encontramos en Corinto una muestra muy diferente a la de su posición original en Jerusalén. Hasta oídos de Pablo llegó la noticia de la situación de la iglesia de Corinto en Grecia, a tal punto que en el año 55 d. C, desde Efeso les escribe la que se conoce como la primera epístola a los Corintios, en la cual el problema que aboca primero es el amago o intenció
n de división que se cernía sobre esa iglesia local. "10Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. 11Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. 12Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo" (1 Co. 1:10-12). Estaba amenazada la unidad de la iglesia, y la causa era la falta de amor entre los hermanos. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. En el verso siguiente Pablo les dice: "¿Acaso está dividido Cristo?". De acuerdo con el contexto de la carta, eso estaba ocurriendo allí sencilla y llanamente por la carnalidad y falta de madurez de los hermanos, pero concretamente el mal se originaba por la falta de amor, como se los aclara en el capítulo 13.
En tiempos en que Clemente de Roma les escribe su epístola a los Corintios, ya se había protocolizado otra división en esa iglesia.10 La Palabra de Dios no autoriza sino que condena enfáticamente toda insinuación siquiera de división en Su Iglesia, porque eso destruye la unidad de Su Cuerpo. No hay siquiera indicios en la Palabra de Dios de que los diferentes y legítimos equipos apostólicos del primer período de la Iglesia
, o algunos de los apóstoles a título personal, pretendieran constituir "misiones" cismáticas y denominaciones, que fuesen ejemplos de prototipos y patrones para legitimar las divisiones de los últimos siglos. Aunque el Señor Jesús le diera poca atención a una organización permanente y a la institución de un gobierno central, es innegable y bíblica la realidad de la comunión apostólica y el amor fraternal de los santos desde los albores de la Iglesia. El ideal propuesto por el Señor para Su Iglesia en el Nuevo Testamento fue el de la unidad inclusiva.
A renglón seguido, el Señor conmina a la iglesia de Efeso a que recuerde de dónde cayó, cuál era el nivel que ocupaba al principio, que mire la causa por la cu
al se deslizó, que mire todo lo que se había perdido; trata de ayudarla a volver a esa posición primigenia, pues ya empezaban a verse ciertas consecuencias negativas. El candelero tiene un depósito, y ese depósito estaba empezando a perderse. El libro de los Hechos de los Apóstoles y las epístolas de Pablo y los apóstoles dan testimonio del estado original de ese depósito dejado por el Señor para Su Iglesia. El Señor invita a la iglesia a que se arrepienta y a que haga las primeras obras, las obras en amor, pues todo lo que se hace sin amor no sirve de nada. La invita a que vuelva a serle fiel; se pueden hacer muchas cosas sin serle fiel al Señor, y sin tener en cuenta que Cristo es el Señ or, el que debe ordenar las cosas conforme Su voluntad. Se pueden estar haciendo muchas cosas en la Iglesia sin que necesariamente esté interviniendo el Señor. En caso de que la iglesia no se arrepintiese, el Señor procedería a quitar el candelero de Efeso. Esa iglesia sería disciplinada por el Señor, pues el candelero es la iglesia, y el Señor está en medio de los candeleros. Sin la presencia del Señor, del Espíritu Santo, no puede haber luz en el candelero, y en esa forma no se puede hacer la obra de Dios ni dar el testimonio de Su presencia. Históricamente lo primero que empezó a perderse en la Iglesia del Señor fue el primer amor. A menudo descuidamos el amor al Señor por amar Su obra, en lo cual hay el peligro de confundir los términos, y en vez de tenerla por “Su obra”, nos tienta el pensar que es “nuestra” obra, y empieza la carne a requerir alabanzas. ¿Para qué quiere el Señor una gran obra pero sin amor? Si abandonamos el primer amor al Señor, es inevitable que sobrevengan las degradaciones. Sin amor no hay vida, y sin vida no hay luz. El Señor no quiere que Su novia no lo ame, ni que esté muerta, caminando en tinieblas.
En la medida en que finalizaba el período apostólico, se iban sazonando en el panorama judío algunos hechos que cambiarían por mucho tiempo la his
toria del pueblo terrenal que Dios escogió para manifestarse y bendecir al mundo, trayendo consigo consecuencias que repercutirían también en la Iglesia. No mucho después que la Tierra Santa sucumbiera bajo el dominio del Imperio Romano, en el año 42 a.C., empezó a surgir un fuerte resentimiento entre los judíos en contra de Roma, en forma tal que una generación después de la crucifixión del Señor Jesús, aquel odio maduró tanto, que degeneró en una estruendosa sublevación en el año 66 d.C., que trajo como resultado la destrucción de ciudades y enormes matanzas por parte de las tropas romanas al mando del general Vespasiano, quien fue llamado a Roma para ocupar el trono imperial, dejando al frente del ejército en Palestina a su hijo el general Tito. Como las cosas empeoraban, después de un prolongado sitio, finalmente, en el año 70 d.C., ocurrió la destrucción de Jerusalén y del templo judío, bajo el mando de Tito, cumpliéndose así lo dicho por el Señor: "¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada" (Mt. 24:2). Esta profecía del Señor advirtió a los hermanos, para que pudiesen salir a tiempo de la ciudad, antes que sucumbiera, y este hecho sirvió para que se rompiera toda relación entre el judaísmo y la Iglesia, pues en los primeros años, en el Imperio Romano tenía n a la Iglesia como una secta más de la religión judía. La voluntad del Señor fue la de que se estableciera una clara diferenciación entre Israel y Su Iglesia; que no se confundiera el tipo de la adoración con la adoración misma, ni la sombra de las cosas con la realidad misma. La nación de los judíos fue destruida, hasta el día 15 de mayo de 1948, fecha en que se produjo su restauración como el moderno estado de Israel.
La intención inicial del general Tito no era destruir la hermosa ciudad de Jerusalén, ni mucho menos al portentoso templo, pero la tozudez de los judíos y sus escaramuzas desde las murallas, l
o obligaron a tomar la decisión de atacar tan fieramente, que sobrevino lo peor. Relata el historiador judío Flavio Josefo, testigo presencial de este histórico evento, que Tito había dado la orden de no destruir el templo, aun cuando hubiese sido tomada la ciudad, pero dentro de las tropas de asalto pudo más el hambre de apoderarse de todo ese oro y riquezas del templo que, accidentalmente, fue provocado un voraz e incontrolable incendio que dio lugar a que todo ese oro se fundiera, introduciéndose entre los intersticios de las grandes piedras de las paredes del templo, lo que obligó a los ávidos soldados a ir arrancando y derribando piedra tras piedra, a fin de sacar el codiciado oro que con el fuego se había derretido. El templo de Jerusalén no ha sido reconstruido desde su destrucción en el año 70 d. C. hasta el día de hoy, aunque profética y eventualmente deberá ser construido antes de la venida del Señor, en el mismo lugar que ocupa el templo musulmán llamado la Mesquita de Omar o Cúpula de la Roca. Se dice que usando esas antiguas piedras del auténtico templo jerosolimitano, con el tiempo los judíos construyeron el famoso Muro de las Lamentaciones en el mismo recinto, y lo únic o que actualmente se conserva de él, al que acuden los judíos clamando por la venida del Mesías. Durante el sitio a Jerusalén por parte de los ejércitos del Imperio Romano al mando del general Tito, pudo haber sucedido algo similar a lo ocurrido en el sitio de la ciudad santa por Nabucodonosor y su ejército babilónico, alrededor de seis siglos y medio atrás. En ambos casos los sitiadores no tenían en primera instancia el propósito de destruir la ciudad y el templo, pero los judíos se resistían, pensando que por la presencia del templo en medio de la ciudad, Dios no permitiría que los incircuncisos penetraran en ella y la destruyeran junto con el templo y saquearan todo. También alimenta ron la creencia de que Israel estaba destinado a conquistar y dominar al mundo entero, y que eso los hacía inexpugnables. El templo de Jerusalén fue quitado; lo mismo ocurrió con el candelero en Éfeso. Los judíos llegaron a amar más su religión y sus intereses que a Dios; los creyentes primitivos se fueron degradando, perdiendo el testimonio del Señor. Si abandonamos nuestro primer amor, perdemos nuestro testimonio y el candelero es quitado.

Los nicolaítas
"6Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco".
El Señor vuelve a com
placerse con la iglesia de Efeso y la alaba de nuevo, como diciéndole que le agrada que aborrezca lo que Él aborrece, las obras de los nicolaítas. ¿Quiénes son los nicolaítas? El término nicolaíta, viene del griego “nikoláos”, de las raíces nikaos, gobernante, dirigente, guía, también tiene la connotación de conquistar o vencer, y laite o laos (λαός), gente común, secular, pueblo, laicado; de la cual se deriva la palabra laico, significando, pues, "los que vencen al pueblo", o los que ejercen autoridad sobre el pueblo, los que vencen a los laicos, personas que se tienen por superiores a los creyentes comunes; es ese afán de ejercer autoridad y dominio sobre el pueblo, formando así un tipo de hierarquía.11 De donde se deduce que aquí el Señor condena la aún incipiente tendencia en la Iglesia, de crear un partido de personas ambiciosas que se erijan por encima de las demás, ávidas de poder, y que a la postre habrían de crear un sistema clerical divisorio y exclusivista, formando así dos grupos en la Iglesia: uno minoritario, elitista y encumbrado, llamado clero, y otro integrado por la gran masa de los santos, el laicado, gobernado y sometido por el primero, jera rquía que vemos tomar fuerza en los sistemas del catolicismo y el protestantismo, estorbando así la economía de Dios. Eso lo aborrece el Señor de la Iglesia. El Señor aborrece los ambiciosos de poder al estilo Diótrefes. Aun en el pueblo hebreo, Dios quiso que Su pueblo fuese todo un reino de sacerdotes (Éxodo 19:6), pero debido a la adoración al becerro, perdieron ese privilegio, y fue escogida la tribu de Leví para que lo ejerciera (Éxodo 32; Deuteronomio 33:8-10). Respecto de los nicolaítas, dice Matthew Henry :
“Es, pues, posible que se trate de una secta de “iniciados” (gnósticos), que pretendían establecer una división del pueblo de Dios en castas, lo cual había de derivar, andando el tiempo, en el establecimiento de la casta sacerdotal dentro de la Iglesia oficial del Imperio; esto había de comportar los ritos y ceremonias que abundan en todas las religiones mistéricas, como puede verse aún en la Iglesia Romana, y más todavía en la llamada Ortodoxia. Mezclando el ceremonialismo judío con la filosofía griega, tenemos ya una secta que combina el entusiasmo espiritual con el relajamiento moral; mucha fantasía religiosa mezclada con despreo
cupación ética; orgullo y vanidad de mística retórica y de carácter “superior” que, en realidad, introducía en la Iglesia el egoísmo, la soberbia, el descuido del amor fraternal; en fin de cuentas, la misma ortodoxia estaba también en peligro. ¿Cómo defenderse de tales enemigos? Nos lo dice claramente la palabra de Dios: “Mis ovejas oyen mi voz”, dice el Señor (Juan 10:27). Y el propio Juan nos dice: “Vosotros tenéis la unción del Santo y conocéis todas las cosas... Lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros... Os he escrito esto sobre los que os engañan” (1 Juan 2:20, 24, 26)”.12
La Iglesia de Jesucristo
toda es sacerdotal, y la impuesta clase clerical mediadora perjudica el sacerdocio universal de los creyentes. El Señor no tolera que nadie se enseñoree de Su Amada, la que Él compró con Su sangre. El libro de los Hechos y las cartas de Pablo determinan el gobierno de la iglesia local en manos de un presbiterio o grupo de ancianos u obispos (pastores). No obstante, se advierte que en el período de Efeso sólo se conoce ciertos esfuerzos personales, como el caso de Diótrefes (cfr. 3 Juan 9,10), de ejercer autoridad sobre los santos; pero hay indicios de que al final del primer siglo y concretamente en el segundo, alrededor del año 125, tal vez en un intento de imitar el ceremonialismo judío, empezó a darse la inclinación de elevar a un obispo sobre sus casunto este que paulatinamente condujo al clericalismo, en detrimento de la auténtica dependencia del Señor y del sacerdocio de todos los santos. La institucionalización de la tribu de Leví y la familia sacerdotal de Aarón, no fue la intención inicial de Dios en el pueblo hebreo, y en el Nuevo Testamento Dios vuelve a Su propósito original (cfr. 1 Pedro 2:5,9; Apocalipsis 1:6; 5:10). Hoy se fomenta el clericalismo en el sistema babilónico y sus ramas.
A comienzos del siglo
segundo, Ignacio, obispo de la iglesia de Antioquía, registra el hecho que ya se estaba dando en algunos lugares con relación a la errónea diferenciación entre obispo y presbítero. Ignacio, en el curso de su viaje a Roma como prisionero, rumbo al martirio, escribió cartas a varias iglesias locales, casi todas en Asia Menor (Efeso, Magnesia, Tralia, Filadelfia, Roma, Esmirna, y a Policarpo), en las cuales encontramos la cita más antigua sobre la distinción entre obispo y presbítero. Allí por primera vez aparece lo que se estaba dando de colocar jerárquicamente al obispo por encima de los presbíteros y dec larando que el obispo (lo nombraba en singular) era el representante de Dios el Padre, y que los presbíteros son el sanedrín de Dios, la asamblea de los apóstoles. (Favor leer la carta de Ignacio a los Esmirniotas en el excursus al final de este capítulo). Con el tiempo esto degeneró en la nefasta división entre clero y laicos. Se fue introduciendo la jerarquía en la Iglesia. Se fue estableciendo y generalizando sutilmente esa "vanidosa" forma episcopal de gobierno, la cual llegó a ser dominante y universal. Es posible que hasta el final del período de Esmirna hayan persistido las dos modalidades, la del obispo de una sola iglesia local, y la del obispo que obraba como si tuviera el derecho de d irigirse con autoridad a las iglesias en otras localidades. Se dice que después del año 150 d. C., los concilios eran celebrados únicamente con esta clase particular de obispos, y lógicamente que las leyes eran dictadas sólo por ellos. Muchos alegan un acervo de razones para que esto sucediera, pero ante las razones del Señor no hay justificación alguna. ¿Como cuáles razones esgrimen? Entre otras, como el crecimiento y extensión de la Iglesia, las persecuciones, hacerle frente al surgimiento de sectas, herejías y divisiones doctrinales. Pero debemos en justicia dejar constancia que durante los períodos de Efeso, Esmirna, y mucha parte de Pérgamo, ningún obispo reclamó para sí autor idad de carácter universal sobre el resto de los obispos y de la Iglesia entera, como más tarde lo hizo el obispo de Roma.
Conforme a la Palabra de Dios, un obispo (en griego episkopos, supervisor) no es de mayor jerarquía que un anciano. Tomemos nuevamente el ejemplo de Hechos 20, en el cual el apóstol San Pablo llama ancianos a los dirigentes de la iglesia de la localidad de Efeso; y a esos mismos ancianos, en el verso 28 les llama obispos y también pastores, porque les dice: "Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacenta
r (oficio de pastores) la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre". Los líderes de las iglesias locales son los ancianos, constituidos por los apóstoles de la obra (Hechos 14:23; Tito 1:5), sin que ello signifique que ocupan jerárquicamente una posición más encumbrada. Los legítimos pastores son aquellos hermanos más maduros espiritualmente de la iglesia local, quienes, por su madurez y visión más amplia de Cristo, se constituyen en desinteresados y humildes servidores de sus hermanos. El Señor Jesús fue enfático cuando afirmó:
"25Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y lo
s que son grandes ejercen sobre ellas potestad. 26Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, 27y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; 28como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (Mt. 20:25-28).
El anciano u obispo no debe enseñorearse de la iglesia del Señor, sino supervisarla y vigilarla en el amor del Señor. La iglesia apostólica se distinguía porque en cada iglesia local no había uno sino varios obispos (episkopoi) o presbíteros (presbuteroi), que eran los mismos ancianos o pastores, pues se trataba de títulos que se daban a los mism
os oficiales, como lo atestigua la Biblia en Hechos 20:17,18; Tito 1:5,7; 1 Timoteo 5:17; 1 Pedro 5:1; Filipenses 1:1; la primera de Clemente a los Corintios, capítulos 42, 44 y 57. También Jerónimo, Agustín de Hipona, el papa Urbano II (1091) y Pedro Lombardo admitieron que en su origen obispos y presbíteros eran sinónimos, pero con el tiempo fue el hombre cambiando las cosas de Dios, y el concilio de Trento (1545-1563) se encargó de que esta verdad fuese convertida en una herejía. Ha habido una interpretación errónea en cuanto a algunos versos de Hebreos 13. En el 7 dice: "Acordaos de vuestros pastores,13 que os hablaron la palabra de Dios...". En el 17 dice: "Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta...". En el 24 dice: "Saludad a todos vuestros pastores...". En primer lugar se observa que siempre se habla en plural al referirse a pastores; como cuando Pablo escribe a la iglesia de la localidad macedónica de Filipos, y en el saludo les dice: "Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo, a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, con los obispos y diáconos". Esto es saludable porque evita asimismo que un solo individuo se enseñoree de la ig lesia, como se ve actualmente en ciertas congregaciones. En segundo lugar, volviendo a Hebreos, esa obediencia de los santos a sus pastores de ninguna manera debe ser ciega, sino que debe tratarse de una sujeción a la luz de los postulados del evangelio; una obediencia en la comunión espiritual, en la cual tome parte activa el Espíritu Santo; una obediencia iluminada y guiada inteligentemente por el Espíritu del Señor, en el conocimiento del amor de Cristo, lo cual se hace corporativamente. Cualquier sujeción forzosa y jerarquizada en la Iglesia, es abominable al Señor.
El clericalismo de los sistemas religiosos cristianos es una mezcl
a de elementos del judaísmo con algunos rasgos de la organización sacerdotal de la religión babilónica, con sus distintas variantes culturales. No hay que desconocer que Babilonia es la cuna de la religión satánica, y todo lo que proviene de Satanás va enrumbado a desvirtuar los principios del Señor para Su Iglesia. En la religión babilónica, con sus variantes egipcia, griega, romana, etcétera, había una casta sacerdotal dominante. En el judaísmo hubo una organización sacerdotal temporal, que fue cambiada por un sacerdocio eterno, que incluye a la Iglesia. En la legítima Iglesia del Señor no existe el clericalismo, pues todos somos sacerdo tes. El apóstol Pedro lo manifiesta con suma claridad en 1 Pedro 2:5, así:
"...vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo".
Otros textos que corroboran y confirman esta afirmación los podemos tomar en Apocalipsis 1:6 y 5:10:
"...y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén".
"...y nos ha hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra".
No hay lugar a duda a
lguna de que no es la voluntad del Señor que en Su Iglesia haya posiciones y rangos clericales, ni mucho menos que los hombres se enseñoreen de algo tan importante para el Padre, como es la Iglesia, la Esposa que El se propuso conseguirle a Su Hijo. La autoridad en la Iglesia es el Espíritu Santo. Cuando el anciano de la iglesia se arroga esa autoridad emanada de su cargo, acarrea consecuencias desastrosas en la grey del Señor. Se ha confundido el minist erio, trabajo o servicio de pastor con un cargo revestido de una autoridad mal interpretada y peor aplicada, debido a que se ha reemplazado la norma bíblica por la interpretación humana (cfr. Colosenses 2:20-22).
En las iglesias locales, los ancianos presiden, pastorean, enseñan, guían, pero no gobiernan con señorío, pues esa clase de gobierno conlleva cierta cuota de poder, y el poder quiere controlarlo todo, convirtiéndose en abuso del poder, tratando con dureza a las ovejas. Hay que tener en cuenta que todo poder tiende a personalizarse y a enseñorearse. Es un principio claro del Señor que en Su Cuerpo no haya distinción entre clérigos y laicos. En la
época en que se reunió el concilio de Jerusalén, alrededor del año 50 d. C., en la Iglesia no había distinción aún entre ministros y laicos. Allí dice que "se reunieron los apóstoles y los ancianos para conocer este asunto" (Hechos 15:6). Dice el apóstol San Pedro en su primera epístola 5:1-3:
"1Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: 2Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariame
nte; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; 3no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey".
Esto lo escribe, bajo la inspiración del Espíritu Santo, el hombre que el catolicismo romano proclama como el primer papa; sistema jerarquizado, clerical y enseñoreador por excelencia. Mas lastimosamente no sólo ese sistema adolece de esos encumbramientos, sino los diferentes sistemas religiosos dentro de la cristiandad, que se han desmembrado del sistema madre, heredando, como es de suponer, muchas de sus formas externas, incluyendo met
odologías, liturgias, clericalismos y sistemas eclesiológicos extra bíblicos. Aunque los primeros pasos firmes se dieron en el siglo segundo, período de Esmirna, sin embargo, la carta a la iglesia de Efeso nos indica que ya se levantaban hombres interesados en que se empezara a perder la igualdad entre los hermanos, y se empezara a deteriorar el sacerdocio de todos los santos. La Iglesia del Señor comenzó cuando existía la esclavitud institucional aun entre los santos; pero tanto el esclavo como el amo eran iguales en la iglesia y delante del Señor. Eventualmente podía darse en cualquiera de las iglesias locales que el esclavo fuese obis po mientras que el amo no. Si observas detenidamente los sistemas religiosos cristianos de hoy, verás que en el catolicismo romano persiste el sacerdocio, en las iglesias nacionales y denominaciones institucionalizadas existe el sistema clerical y en las iglesias congregacionales e independientes, el sistema pastoral.

Oídos sordos
"7El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida,
el cual está en medio del paraíso de Dios".
Hay un adagio popular que dice: "No hay peor sordo que el que el que no quiere oír", y algo de eso encierra el contexto de la vez que el Señor enseñaba usando la parábola del sembrador, y al final de la exposición de la misma, dice: "9El que tiene oídos para oír, oiga". Cuando Sus discípulos le pidieron alguna explicación tanto de la parábola como del por qué le hablaba por parábolas a la multitud, una de las razones que les responde el Señor es "13...porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden. 14De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis, 15porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los
oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos; para que no vean con los ojos, y oigan con los oídos, y con el corazón entiendan, y se conviertan, y yo los sane" (Mt. 13:9, 13-15).
La frase: "El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias", es una constante que aparece en todas y cada una de las siete cartas que estamos desglosando. ¿Por qué se repite esta frase y aparece la palabra iglesias en plural? Porque estas siete cartas de Apocalipsis no necesariamente están dirigidas sólo a las iglesias históricas en las localidades de Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea, sino también a todas las iglesias que estén vivien
do la misma situación y características que aparecen en cada una de estas iglesias de Asia Menor, a través del tiempo, como también es una profecía que nos dice que esas mismas condiciones históricas y en un lugar geográfico, prevalecieron en determinada época de toda la Iglesia. Pero acontece que a través de la historia sí se han tenido oídos para oír, pero no se ha oído la voz del Señor, y la Iglesia empezó a perder paulatinamente esos principios de vida corporativa provistos y revelados por el Señor en Su incorporación a la Iglesia. En este mismo orden de ideas, parece ser que se ha sembrado la semilla en terreno rocoso. El Señor le habla a las iglesias, no a denominaciones, sectas, religiones o grupos particulares. Si el cristiano no lo toma bajo esta perspectiva, corre el riesgo de no oír ni entender lo que habla el Espíritu. Si tienes capacidad para oír, podrás ver muchas cosas espirituales. Primero hay que oír la voz de Dios, y luego se tiene la visión de Dios. El Espíritu no habla a una iglesia única en particular ni a las que no lo son. El Espíritu habla a Su verdadero candelero en cada localidad. En el candelero se oye la voz del Señor, y por eso se puede ver lo que Dios está haciendo en Su Iglesia conforme Su economía. La casa de Dios tiene su propia economía; y la economía de Dios tiene que ver con la administración de Su casa, y es necesario que esa administración produzca el efecto que Dios desea, conforme Sus propósitos eternos. En griego, la palabra oikonomía se compone de oiko, que significa casa, hogar, y nomia, norma o ley; la ley de la casa o norma del hogar. Debemos obedecer esas normas de la casa de Dios. Hay muchas congregaciones denominacionales que erróneamente a sí mismas se llaman iglesia local, y eso se debe a que no han tenido oídos ungidos para oír lo que está hablando el Señor en Su Palabra.
De acuerdo con lo anterior cabe preguntar, ¿qué dice aquí el Espíritu Santo, que el Señor invita a las iglesias
a oír? El Señor dejó un depósito y los hombres empezaron a olvidarse de ese depósito y a alejarse de la voluntad del Señor para su Iglesia. El depósito es todo el conjunto doctrinal revelado, así como las promesas, las esperanzas y los privilegios que comporta la condición cristiana. El depósito encierra la vida, el dogma y vivencia del andar de la Iglesia. Dice en 2 Timoteo 1:12-14: “12Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día. 13Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús. 14Guarda el bue n depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros”. Y en Judas 3, se habla de “que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos”, significando el conjunto de creencias o enseñanzas consideradas básicas para el cristiano.
El Señor quiere que trabajemos con Él para la recuperación de la unidad del candelero en cada localidad. El Señor dice que constantemente está observando la obra de las iglesias; que está atento a si hay autenticidad en lo que nos anima a servirle, si lo hacemos con amor, con ese bendito y gran amor con que Él obra en nosotros y nos da todo, pues cuando el motor o fuerza que nos mueve a servirle al Señor, es el amor hacia Él y no a nosotros mismos, la gloria de El y no la nuestra, Sus intereses y no los nuestr
os, exaltarlo a El y no a nosotros mismos, esa es la obra que le agrada. También dice que tiene en cuenta nuestro sufrimiento y nuestra paciencia ante las adversidades, y que eso no significa que nos abandona a nuestra suerte. El Señor tiene palabras aprobatorias sobre el sufrimiento en la Iglesia; pero el cristianismo contemporáneo desprecia el sufrimiento, lo rehuye, y en cambio proclama y se ocupa de la prosperidad en esta tierra, el poder coyuntural. Pablo le escribe a Timoteo: "3Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. 12Si sufrimos, también reinaremos con él" (2 Ti. 2:3,12). Asimismo se advierte que el Señor de un solo plumazo descarta la moderna teología de la prosperidad, cuando dice a sus discípulos: "24Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. 25Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. 26Porque ¿qué aprovechará el hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?" (Mt. 16:24-26). También el Señor nos abre los ojos ante los falsos obreros; que volvamos al primer amor de donde nos deslizamos.
La Iglesia como Cuerpo del Señor no tiene arraigo ni intereses terrenales, sino espirituales y celestiales, pero en el curso de la historia los papeles se fueron cambiando y la escala de valores se modificó de tal manera, que las personas perdier
on el oído espiritual, y empezaron a no entender el lenguaje de Dios. Llegó el momento en que se olvidaron las verdades bíblicas y se reemplazaron por las tradiciones, los estatutos y reglamentos de los hombres, invalidando la Palabra de Dios. En la iglesia primitiva empezó la oruga a comerse la viña del Señor, pero en el curso de los siguientes períodos de la Iglesia, “lo que quedó de la oruga, comió el saltón, y lo que quedó del saltón, comió el revoltón; y la langosta comió lo que del revoltón había quedado” (Joel 1:4).

Recompensa para los vencedores
Otra frase constante en
las siete cartas es: "Al que venciere". El Espíritu habla a las iglesias, o sea, a la Iglesia como un todo, pero la Iglesia no oye y falla, se va deslizando, desmejorando. Entonces el Señor se dirige a las personas individualmente para que se esfuercen y venzan, sean victoriosas, y, conforme a la historia de la Iglesia, en todos los tiempos ha habido personas victoriosas; en todas las épocas se han registrado personas vencidas, pero también vencedores, y para todos ellos hay galardón. Analice la parábola de las diez vírgenes. Es necesario vencer la respectiva situación degradada, y en el caso de Efeso se refiere a recobrar el primer amor hacia el Señor y rechazar la e nseñanza y la jerarquía de los que se quieren enseñorear de la obra del Señor.
También en todas las cartas hay una recompensa diferente para los victoriosos. La recompensa a los que venzan en la carta a la iglesia en Efeso es, dice el Señor: "le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios". El paraíso de Dios es la Nueva Jerusalén venidera, distinto del paraíso que aparece en Lucas 16:23-26 y 23:46, donde aguardan la resurrección los santos que han gustado la muerte. El árbol de la vida es Cristo mismo, es la vid que nos alimenta. "Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador" (Juan 15:1). Es una enredadera que está a uno y otro lado del río de agua de v
ida en medio de la calle de la Nueva Jerusalén, la ciudad esposa del Cordero, en la cual culminará la Iglesia dentro de la economía de Dios (cfr. Apocalipsis 22:1-2). Hay varios tipos de Cristo como alimento, como el maná, el producto de la buena tierra de Canaán y sobre todo el árbol de la vida, que se remonta al Génesis. El comer del árbol de la vida era el propósito original de Dios, y ahora lo restaura con Su redención.
La Iglesia deja de alimentarse de Cristo, por recibir otros alimentos suministrados por la religión a través de las doctrinas de Balaam, de los nicolaítas, de Jezabel y de las profundidades de Satanás. Pero la Iglesia debe volver al banquete ofr
ecido por el Señor, porque el camino al árbol de la vida fue abierto de nuevo, un camino nuevo y vivo en Cristo (Hebreos 10:19-20). Es necesario abandonar la religión y alimentarnos de nuevo de Cristo, disfrutarle, volviendo a Él con el primer amor. El Señor es nuestro pan de vida (Juan 6:35, 57). No es lo mismo alimentarse de enseñanzas doctrinales que de Cristo como nuestro pan de vida. Siempre han circulado falsas doctrinas que han traído perturbación al pueblo de Dios. Esta promesa es un incentivo para estimular a los hijos de Dios para que no se dejen engañar con doctrinas perturbadoras y en cambio disfruten al Señor, y se hará efectiva como galardón en el reino milenial; pero todo vencedor puede empezar a disfrutarlo desde ahora , porque la vida de la Iglesia hoy es un gozo anticipado de la Nueva Jerusalén. El vencedor que se alimente de Cristo hoy, tiene ya asegurado que lo comerá como árbol de la vida en la Nueva Jerusalén. Los galardones son muy diferentes a la salvación. Los galardones son premios para los vencedores para recibirlos en el reino milenial, y la salvación es un regalo de Dios para sus escogidos desde antes de la fundación del mundo, y un regalo ni se gana, ni se merece, ni se pierde.

La continuidad apostólica
¿Cómo discurrió el enlace y continuidad apostólica del período de Efeso con el de Esmirna? Hay consenso en que el período de Efeso, o primer gran pe
ríodo de la Iglesia, finalizó con la muerte del apóstol Juan el evangelista, alrededor del año 100 d. C. Se sabe por Policarpo, el gran obispo de Esmirna, que Juan se estableció en Efeso hacia el año 60 d. C. y desde allí supervisó y salvaguardó las iglesias de Asia Menor. Se indica asimismo que en los últimos años del emperador Domiciano, alrededor del 86 d. C., fue deportado a la isla de Patmos, frente a la costa occidental del Asia Menor, por causa de su testimonio firme en el Señor Jesucristo, pero volvió a Efeso de nuevo en tiempos del emperador Nerva, donde murió. De esto lo sabemos por Papías y Eusebio de Cesarea.
En el curso del períod
o de Efeso fue escrito todo el Nuevo Testamento, cuyo último libro, como se sabe, es el Apocalipsis de Juan, el discípulo amado, el último en morirse de todos los apóstoles del círculo del Señor. Pero esa línea, tradición y enseñanza apostólica no se perdió con la muerte del apóstol Juan, pues discípulos y compañeros de él continuaron; hombres de Dios de la talla de Policarpo (69-156), obispo de Esmirna, habían sido enseñados por los apóstoles, en especial Juan. Policarpo fue quemado vivo en tiempos del emperador Antonino Pío.
Policarpo a su vez seguramente influyó en la formación de Ireneo (130-195), otro nativo de Esmirna, y que más tarde formó parte de un grupo de evangelistas enviados desde Esmirna como misioneros a las Galias (hoy Francia), y llegó a ser obispo de Lyon. Se le debe mucho a Ireneo haber combatido los errores y herejías, en especial al gnosticismo. En una visita a Roma, escribió un extenso tratado "Contra herejías", afirmando que los apóstoles habían transmitido fielmente lo que habían recibido del Señor Jesús, sin mezclar ese depósito con ideas extrañas.
Discípulo de Juan y compañero de Policarpo fue asimismo Ignacio (31 - 1
07), obispo que fue de la iglesia de la localidad de Antioquía, y martirizado bajo la persecución del emperador Trajano.
Otro discípulo del apóstol Juan fue Papías (60 - 130), quien llegó a ser obispo de Hierápolis, en Frigia (hoy región de Turquía). Por Eusebio conocemos un testimonio de Ireneo en el que afirma que Papías fue oyente o discípulo de Juan, y compañero de Policarpo. De Papías se dice que escribió cinco libros, "Explicación de sentencias del Señor", la primera obra de exégesis del Nuevo Testamento, desafortunadamente perdidos, excepto los fragmentos conservados en la "Historia eclesiástica" de Eusebio de
Cesarea. Pero hay quienes afirman que Eusebio se abstuvo de conservar más de los escritos de Papías por no compartir sus ideas milenaristas, como también sobre la caída de los ángeles y la explicación de los primeros capítulos del Génesis, que constituye una exégesis acerca de la simbología de Cristo y la Iglesia. Por Papías se conoce la autenticidad de los autores de los evangelios de Mateo, Marcos, Juan, las cartas de Juan y el Apocalipsis. Padeció el martirio en Pérgamo.
Es importante mencionar también a Clemente, quien fue obispo de Roma en los años 90-100, y es autor de una carta a los corintios, la cual es considerada por muchos
como uno de los documentos más valiosos y más antiguos después del Nuevo Testamento, la cual, antes de que se formase el canon definitivo de la Biblia, fue considerada como inspirada por algunas iglesias primitivas. El nombre de Clemente aparece en "El Pastor" de Hermas, y se supone que se identifica con el Clemente que Pablo menciona en Filipenses 4:3, un colaborador íntimo del equipo de obreros del gran apóstol. Además de la carta mencionada, a Clemente falsamente se le atribuye la autoría de otros libros apócrifos como "Segunda epístola a los Corintios", dos "Cartas a las Vírgenes", "Homilías Pseudoclementinas" y "Relatos".
A fin de que el lector se vaya familiarizando más con algunos detalles de estas siete iglesias de Apocalipsis, anotamos que al período de la Iglesia correspondiente a Efeso, lo mismo que a Esmirna y Pérgamo, o sea, los tres primeros, el Señor no les menciona su venida; por lo tanto se les considera como períodos que caducaron sin que registraran continuidad y existencia histórica perdurable hasta la segunda venida del Señor. No ocurre así con los cuatro restantes, como lo veremos más adelante, a los cuales el Señor sí les
revela Su venida. Esto significa que cuando ocurra eventualmente la segunda venida del Señor, no encontrará santos en la situación de Efeso, ni de Esmirna, ni de Pérgamo. Nótese que la llamada que el Señor hace al final a todas las iglesias (“el que tiene oídos...”) y la promesa a los vencedores (“al que venciere...”) se invierten en las cuatro últimas cartas (Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea). Esmirna y Filadelfia son las únicas que no reciben reproche alguno; en cambio, Laodicea es la única que no recibe ninguna alabanza. Éfeso y Laodicea se hallan en grave peligro; Esmirna y Filadelfia, en excele nte situación; Pérgamo, Tiatira y Sardis, atraviesan por un estado espiritual mediocre.

Notas finales
1. El Apocalipsis fue escrito en tiempos del emperador Domiciano, alrededor del año 95 d.C.
2. John Nelson Darby.  Estudio sobre el Libro de Apocalipsis.  La Bonne Semence, 1988. Pág. 31.
3. F. F. Bruce [Revelation, en A Bible Commentary for Today, Pickering and Inglis, 1979, pág,1682].  Citado por Matthew Henry, en su comentario Bíblico.
4. Valledupar y Bucarama
nga son las capitales de los departamentos (provincias) colombianos del Ceaar y Santander, respectivamente. Teusaquillo y Usaquén son localidades de las que integran a Bogotá, Distrito Capital de Colombia, América del Sur.
5. El 10 es el número de las naciones; significa que la Iglesia es sacada de todas las naciones de la tierra, de todas las etnias, de todas las lenguas, pero es representada por un candelero en cada localidad.
6. WITNESS LEE, La Historia de la Iglesia y de las Iglesias Locales. Livin
g Stream Ministry, 1991, pág, 8.
7. IGNACIO DE ANTIOQUIA, Carta a los Esmirniotas, II,1, BAC,1985.
8. Antinomianismo viene de anti, contra, y nomos, norma, ley. Herejía de los que se oponen a la ley. Pero el antinomianismo es lo puesto a la herejía del legalismo; es decir, convertir en libertinaje la gracia.
9. FLAVIO JOSEFO, Antigüedades de los Judíos, CLIE, Tomo III, libro XX, capítulo IX,1.
10. CLEMENTE DE ROMA, Epístola a los Corintios XLVII:1-7.
11. Hierarquía es gobierno de la casta sacerdotal.
12. Matthew Henry. C
omentario Bíblico del Apocalipsis. CLIE. 1991. Pág.: 334.
13. En Hebreos 13:7,17 y 24, el original griego para la palabra pastores usa hegouménon, que significa “guías” o “dirigentes”.  Por la frase que sigue en el verso 7 se deduce que la expresión no puede limitarse sólo a los pastores (los que gobie
rnan), sino también a los maestros, los que enseñan.
 
 
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