Edificando Filadelfia
  TIATIRA
 

Capítulo IV

TIATIRA


SINOPSIS DE TIATIRA

Fundamentos de la gran ramera

La torre alta babilónica y el catolicismo romano - Jezabel, tipo de la gran ramera neotestamentaria - Exponentes de los vencedores de Tiatira: Madame Guyón, Fenelón, Juan Tauler, Luis de Molina - La levadura de la mujer dominante - La idolátrica Babilonia la grande.

Consolidación del catolicismo romano
El cesaropapismo - Los fraudes píos y la feudalización del papado y del alto clero romano - Hildebrando y el cenit del papado - Paradojas del papado romano - La inquisición - El Índice - Los Jesuitas.

Grandes figuras del escolasticismo medieval
Anselmo - Pedro Abelardo - Hugo de San Víctor - Pedro Lombardo - Buenaventura - Alberto Magno - Tomás de Aquino - Juan Duns Escoto - Guillermo de Occam.

Comercio de almas de hombres de la gran ramera
Las indulgencias y los castigos temporales en el “purgatorio” - La tesorería de la iglesia - El juicio de la gran ramera - Las profundidades de Satanás.

Los prerreformadores
Francisco de Asís - Pedro de Bruys - Enrique de Lausana - Arnoldo de Brescia - Los Valdenses - Juan Wicliffe - Juan Huss - Jerónimo Savonarola.

Los vencedores de Tiatira
Cuarta recompensa: El Señor les dará autoridad sobre las naciones durante el reino milenial y gobernarán con Cristo. Tienen alguna relación con los vencedores que están tipificados en el hijo varón de Apocalipsis 12.


LA CARTA A TIATIRA

"18Y escribe al ángel de la iglesia en Tiatira: El Hijo de Dios, el que tiene ojos como llama de fuego, y pies semejantes al bronce bruñido, dice esto: 19Yo conozco tus obras, y tu amor, y fe, y servicio, y tu paciencia, y que tus obras postreras son más que las primeras. 20Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que toleras que esa mujer Jezabel, que se dice profetiza, enseñe y seduzca a mis siervos a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos. 21Y le he dado tiempo para que se arrepienta, pero no quiere arrepentirse de su fornicación. 22He aquí, yo la arrojo en cama, y en gran tribulación a los que con ella adulteran, si no se arrepienten de las obras de ella. 23Y a sus hijos heriré de muerte, y todas las iglesias sabrán que yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras. 24Pero a vosotros y a los demás que están en Tiatira, a cuantos no tienen esa doctrina, y no han conocido lo que ellos llaman las profundidades de Satanás, yo os digo: No os impondré otra carga; 25pero lo que tenéis, retenedlo hasta que yo venga. 26Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, 27y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre; 28y le daré la estrella de la mañana. 29El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias" (Apo. 2:18-29).

Torre alta
La cuarta de las cartas de Apocalipsis es enviada a la iglesia en la localidad de Tiatira, la cual relacionamos con el período profético que se inicia en los albores de la Edad Media, cuyo punto de partida se asocia con la caída de Roma en el año 476; pero de acuerdo con el contexto de la carta, este período continuará existiendo simultáneamente con los últimos tres, hasta el tiempo del retorno del Señor, y prefigura a la Iglesia Católica Romana. En los períodos anteriores, los de Esmirna y Pérgamo, no existía el sistema católico romano. La Iglesia de Jesucristo era católica en el sentido de universal, pero ese catolicismo de la Iglesia no tenía ninguna relación con lo romano. La ciudad de Tiatira fue fundada por Seleuco I Nicátor (355-280), uno de los cuatro generales y sucesores de Alejandro Magno, los que posteriormente y a la muerte del macedonio dividieron el gran imperio griego. En ese mismo lugar actualmente está ubicada la ciudad turca de Akhissar.
Tiatira era una ciudad ubicada también en Asia Menor, conocida y famosa por ser un centro de numerosos gremios de artesanos, con la particularidad de que cada gremio tenía sus dioses protectores, a los cuales les celebraban fiestas en determinadas fechas, mediante libaciones o comidas rituales, y de acuerdo con las costumbres paganas, los oferentes consumían la carne ofrecida en sacrificio a esos dioses. La palabra Tiatira en griego significa torre alta, torre fortificada, lo que nos dice que después que la Iglesia se desposó con el mundo y el poder político del Estado, fue encumbrada a una elevada posición, y el mundo empezó a verla como una torre alta, y como tal empezó a ser reverenciada y acatada por el veleidoso mundo. El Imperio Romano se “cristianizó” y todo ese acervo religioso pagano mundial que había heredado el Imperio desde sus orígenes en Babilonia, pasando por Egipto, Asiria y Grecia, se mezcló en Roma con la terminología cristiana, y la simbiosis del paganismo con el cristianismo y con el judaísmo empezó en firme a concebir el sistema católico-romano-papista, lo que engendró serios problemas. También la palabra Tiatira en griego significa sacrificio aromático o sacrificio continuo, también significa actividad en el ofrecimiento de víctimas, pues como es de común conocimiento, el apóstata sistema católico se caracteriza por sus continuos sacrificios representados en las misas, con altar y casta sacerdotal, pues llegaron a ignorar que el sacrificio de Cristo en la cruz fue suficiente para salvarnos (Heb. 10:12).
"Y escribe al ángel de la Iglesia en Tiatira: El Hijo de Dios, el que tiene ojos como llama de fuego, y pies semejantes al bronce bruñido, dice esto" (v.18).
Aquí el Señor se presenta como el Hijo de Dios como una protesta por la herejía apóstata, pues el sistema católico romano enfatiza el hecho de que Cristo es hijo de María; y por otra parte ese sistema eleva a María tan exageradamente, que da la impresión que le dan mayor importancia a la adoración a una criatura como ella, que al mismo Señor, Salvador de ella (cónfer Lucas 1:47) y de nosotros; como en una velada intención de eclipsar un poco la gloria debida al Señor. En el Magníficat, María lo expresa proféticamente de sus propios labios al decir: “Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”. También el sistema católico romano dice que la Iglesia está edificada sobre Pedro, un simple humano, desechando así a la verdadera Cabeza, a Cristo, el Hijo del Dios viviente, revelado por el Padre a toda persona destinada para salvación. Asimismo se presenta el Señor como el que tiene ojos como llama de fuego, y pies semejantes al bronce bruñido, pues el Señor tiene el poder de la omnivisibilidad y de penetrar hasta las cosas más ocultas, y de hecho conoce y distingue todas las cosas, por muy remotas que parezcan estar en el tiempo, en el espacio, o en lo profundo de los pensamientos y secretos e intenciones del corazón. En Pérgamo se presenta como el que tiene la espada aguda de dos filos, esto es para dividir una virtual y desafortunada unión de Su Iglesia con el mundo, pero en Tiatira usa los ojos como llama de fuego para juzgar y quemar las consecuencias de esa unión. Sus pies de bronce bruñido hablan de que el Señor es el juez, y todo lo que va mirando y condenando con sus ojos, con sus pies se apresta para ejecutar juicio y pisotearlo. Recuérdese que hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, a quien “Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos” (cfr. Ro. 14:10; Hechos 10:42b). El Señor tiene todo el poder, autoridad y soberanía sobre todas las criaturas para ejecutar lo que Él quiera, cuando Él quiera, y esta iglesia apóstata necesita ser juzgada por Sus ojos escudriñadores y Sus pies que aplastan.


Obras en la apostasía
"Yo conozco tus obras, y amor, y fe, y servicio, y tu paciencia, y que tus obras postreras son más que las primeras" (v.19).
El apóstata sistema católico romano se distingue también porque lleva a la práctica muchas obras y servicios de carácter social, principalmente en los últimos tiempos. Y de hecho ha habido gente abnegada que se ha dado por amor a suplir las necesidades de los demás. Para muchos puede parecer increíble, pero en este corrupto sistema religioso ha habido siempre, aún hoy, un pequeño remanente que también fue escogido desde antes de la fundación del mundo para ser salvo, y que se ha encargado de ejecutar muchas obras buenas porque realmente ha conocido a Dios, y además de la Palabra de Dios, la misma historia ha dado fe de esto. En Tiatira podemos discernir un nivel espiritual.
Aunque es un sistema eclesiástico condenado y aborrecido por el Señor, sin embargo, dentro de tal sistema hay hijos de Dios allí mezclados y los habrá hasta el tiempo de la venida del Señor, y por eso hay una invitación del Señor para los hermanos que están dentro del sistema católico romano, y aun dentro de los sistemas religiosos evangélicos denominacionales de él derivados, hasta el punto que Dios los compara con Babilonia. El Señor les dice: "Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis partes de sus plagas" (Ap. 18:4). A esos santos Dios los ama y desea salvarlos de las consecuencias que sobrevendrán por la levadura de maldad del sistema babilónico.
La multitud de los adeptos al sistema católico romano son ignorantes de la Palabra de Dios y aun del sistema religioso en el que militan; ignoran por completo el camino de salvación; no saben quién es Jesucristo, y están inmersos en un mar de confusiones, y los líderes de ese sistema lo saben perfectamente. El día en que cualquiera de sus mismos seguidores empiece a opinar conforme las Escrituras, lo tildan de desviado mental, lo persiguen, y lo anatematizan muchas veces hasta la muerte. En la Edad Media, por ejemplo, era tanto el desconocimiento de la Palabra de Dios y la fe en Jesucristo, que la vida religiosa de los feligreses se caracterizaba en sujetarse a los cánones del romanismo, los cuales enfatizaban como pecaminoso los impulsos sensuales naturales. De ahí que vieran en el monasticismo, humanamente y sin tener en cuenta a Dios, el estado de perfección y de santificación ideal. Pero allí existe un remanente de buena fe, fiel al Señor. En ese pequeño remanente dio fruto el amor, la fe, el servicio, la paciencia, en personas como Juana de la Mothe Guyón, mejor conocida como
Madame Guyon (1648-1717), mística francesa que inició en Francia el movimiento pietista, y a causa de su fe fue objeto de persecución y prisión en su misma patria (fue encarcelada en la Bastilla por el rey Luis XIV), y se caracterizó por su copiosa calma y resignación. A pesar de que la tildaron de hereje, y que el papa censuró a Fenelón por su causa, esta hija de Dios no llegó a separarse del catolicismo romano. En cuanto a Francisco de Salignac Fenelón (1675-1715), fue un eclesiástico jesuita francés educado en la Universidad de Cahors; habiendo sido tutor del nieto de Luis XIV, perdió el favor del rey como consecuencia de su relación con los pietistas seguidores de Madame Guyon. La vida santa y el testimonio de Madame Guyon tuvieron profunda influencia sobre Fenelón. A pesar de lo anterior no abandonó el sistema católico romano, y, por el contrario, en la controversia jansenista, estuvo en favor del papa defendiendo su bula Unigenitus a través de cartas y sermones.
Otro digno de mención es
Juan Tauler o Taulero (1290-1361), dominico alemán profundamente influido por su maestro Juan Eckhart. Aunque no descolló como gran erudito, gozó de popularidad por su lenguaje sencillo y sincero, lo que despertaba mucho entusiasmo entre los oyentes. Afirmaba que los cristianos deben ejercer su propio sacerdocio una vez que Jesucristo mora en el corazón del creyente. Hay una anécdota que dice que Tauler ejerció tal influencia sobre Lutero, que éste le escribió a su amigo Spalatino, diciéndole: "Si quieres aprender en la lengua alemana la sólida teología de los tiempos primitivos, lee los sermones de Juan Tauler. No he leído en latín ni en ningún otro idioma, la teología más juiciosa ni más de acuerdo con el Evangelio". Hermanos como estos tres ejemplos ha habido muchos de buena fe en el sistema católico romano, y los hay.
Nombres como
Luis de Molina (1535-1600), cuya teología, conocida como molinismo, luchaba con el problema de cómo conciliar la gracia y el inalterable decreto de la predestinación con el libre albedrío; teología a la cual adherían muchos de los jesuitas, entre ellos Roberto Bellarmine (1542-1621), más tarde cardenal, sobrino de un papa.
Miguel de Molinos (1628-1696), teólogo español, de familia de la nobleza. Residenciado en Roma, se hizo amigo del papa Inocencio XI, quien llegó a condenar su obra “Guía Espiritual” por sus principios quietistas, doctrina llamada también molinosismo, por medio de la cual aconsejaba la suspensión de toda actividad humana y el abandono en Dios; promoviendo así la aniquilación de la propia voluntad.

Mujer dominante
"20Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que toleras que esa mujer Jezabel, que se dice profetisa, enseñe y seduzca a mis siervos a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos".
La palabra Tiatira también significa mujer dominante. Se empieza a delimitar un contraste entre la Esposa del Cordero que aparece en Apocalipsis 19 y la ramera, la que le fue infiel, de Apocalipsis 17 y 18. El Señor menciona aquí a una mujer llamada Jezabel, que se dice profetisa, pero su labor se reduce a enseñar y seducir a los santos a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos, y lo peor es que es tolerada por los cristianos. ¿De qué se trata? En la iglesia de la localidad de Tiatira pudo haber una mujer que ella misma se hacía aparecer como profetiza, de gran influencia llamada Jezabel, que tanto por su nombre como por sus actividades coincidiera con la Jezabel prototipo del Antiguo Testamento y prefigurara asimismo con la iglesia apóstata. El nombre de Jezabel significa deshonesta, perjura. Con ella se cristaliza el maridaje idolatría-Estado. Pero concretándonos en nuestro análisis, en primer lugar vemos que las enseñanzas de Jezabel son muy parecidas (y como una continuación) a las de Balaam, pero su influencia ha sido más grave, debido a que Balaam solamente podía aconsejar, mientras que Jezabel también tenía poder para ordenar, por su autoridad de reina. Es curioso que en Tiatira estaba el famoso “Peribolé” (recinto), residencia de la sibila oriental Sambata, lo cual puede tener su simbología con la Jezabel y los cultos y banquetes idolátricos, que comprometían y contaminaban a muchos creyentes.
El Antiguo Testamento registra en sus páginas la vida y obra de una mujer llamada Jezabel, hija de Et-baal, rey de Sidón, con la cual se unió en matrimonio Acab, rey de Israel, en vez de haber tomado por mujer a una hebrea; por esta acción, Acab, dejó de adorar a Jehová por servirle a Baal y adorarlo (cfr. 1 Reyes 16:31). Pero Acab fue más lejos "32e hizo altar a Baal, en el templo de Baal, que él edificó en Samaria. 33Hizo también Acab una imagen de Asera, haciendo así Acab más que todos los reyes de Israel que reinaron antes que él, para provocar la ira de Jehová Dios de Israel" (1 Re. 16:32,33). El pecado de Acab fue más grave que el de Jeroboam, al estimular al pueblo a adorar a un dios extraño.
Jezabel, como reina que era, incitaba a Acab (cfr. 1 Reyes 21:25), y tenía oportunidades y estaba revestida de derechos para influir en el gobierno del pueblo de Dios, de acuerdo con su soberana y perversa voluntad. Jezabel, mujer de naturaleza autoritaria, instruía al pueblo en la práctica de obras abominables y a comer de lo sacrificado a los ídolos, sin que nadie osara resistirle. Juzgue el lector la situación de la iglesia de Tiatira, ante una mujer culta, influyente, rica, de ilustre prosapia, sagaz, la iglesia se llenó de temor de reprender a un miembro tan ilustre, y cuando ella se rodeó de incondicionales, la cosa se hizo más difícil aun, y hubo el pecado de permisión. Esto lo relacionamos con la profecía del Señor acerca de esta mujer en la parábola de la levadura.
Otra parábola les dijo: El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado” (Mt. 13:33).
Con mayor énfasis en el sistema católico romano, esta parábola refleja la corrupción interior de la actual y desfigurada apariencia del reino de los cielos en la tierra, durante la ausencia del Rey, porque Cristo es la ofrenda de harina pura, pero en cambio la levadura representa las doctrinas falsas, la hipocresía, los que dicen profesar la auténtica fe y proceden impíamente, los que enseñan falsamente el cristianismo; también representa la malicia y el pecado (cfr. Mateo 16:6,11-12; 1 Corintios 5:6-8; Gálatas 5:8,9). La Iglesia, como la manifestación práctica del reino de los cielos hoy, tiene la flor de harina sin levadura, que es Cristo, pero esa mujer, que es el sistema católico romano y los sistemas religiosos nacionalistas que de él se derivan y aun los posteriores movimientos denominacionales, escondió la levadura, en modo oculto, en la harina, introduciendo en la Iglesia prácticas paganas, herejías y perversidades, mezclando abominaciones con cosas procedentes de Dios, de tal modo que las puras enseñanzas bíblicas acerca de Cristo fueron leudadas, resultando una apariencia del reino de los cielos. Jezabel combinaba astutamente el uso carismático (profético) con la idolatría y la fornicación, una peligrosa y explosiva mezcla de dones e impiedades. La Iglesia Católica Romana, como Jezabel, se autodenomina profetiza, con pretensiones de haber recibido de Dios la autoridad de hablar por el Señor, con el resultado de que se arroga el derecho de hablar por sí misma, de tener el monopolio de la enseñanza e interpretación de la Palabra de Dios, lo cual ha hecho que la gente se desentienda de leer la Biblia y se contente con escuchar sus filosóficas y heréticas enseñanzas humanas y, de paso, dejar de alimentarse con el apropiado conocimiento de Cristo.
Vemos entonces que la unión matrimonial de Acab con una idólatra gentil dio como resultado que se fomentara oficialmente el inmoral culto a Baal, dios del rayo, la tormenta, la lluvia y la fertilidad en el panteón cananeo y fenicio. ¿Por qué? Porque su mujer era una adoradora fanática de ese ídolo satánico y él quería complacerla. Esto llevó a Israel a una aguda crisis nacional, confusión, persecución y sincretismo religioso; el pueblo de Dios comiendo lo sacrificado a los demonios; que en su momento muchos israelitas pudieron haberlo visto normal y hasta lógico, pero que en la perspectiva profética bíblica no era sino un rechazo a Yahveh. Allí la fornicación significa confusión. Llegó el momento crucial en que quien mandaba en Israel era una mujer extranjera, que, además, era idólatra, prostituta y hechicera (cfr. 2 Reyes 9:22), que pretendió borrar del pueblo escogido la adoración a Dios, seduciéndolos a que dejaran los mandamientos de Yahveh y se olvidaran hasta del mismo nombre del Altísimo, hasta el punto que, cuando el profeta Elías se enfrentó con los cuatrocientos profetas de Baal, valientemente le dijo a todo el pueblo: "¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él" (1 Re. 18:21). Mas había tanto temor y confusión en el pueblo, que la Biblia dice que nadie respondió palabra. Jezabel mataba a los profetas de Dios. Pero Dios respondió poderosamente y a través de Elías demostró que precisamente en la esfera donde pretendían que Baal era más poderoso (el rayo, la lluvia), allí fracasaron estruendosamente sus seguidores.
Jezabel tuvo el poder de dominar a su esposo, así como la iglesia apóstata ha tratado de dominar a los reyes y al mundo entero mediante la política y los concordatos favorables; es decir, que todo lo que Cristo rechazó cuando fue tentado en el desierto, fue aceptado por la iglesia ramera. En las cartas de Apocalipsis, el diablo es mencionado en un avance sutil para destruir a la Iglesia. En Esmirna, Satanás operaba desde la sinagoga; en Pérgamo desde su trono en el templo de Zeus, y en Tiatira, ya había establecido su sede de operaciones dentro de la Iglesia misma. Téngase en cuenta que la mujer de Mateo l3:33, Apocalipsis 2:20 y Apocalipsis 17 es la misma. Ese es el punto principal de la carta a la iglesia en Tiatira.

Babilonia la grande
"Y le he dado tiempo para que se arrepienta, pero no quiere arrepentirse de su fornicación" (v.21).
La Jezabel neotestamentaria era muy orgullosa para arrepentirse, no obstante que el Señor le dio tiempo para que se arrepintiera, rechazando así el único camino posible para salvarse ella y todos sus seguidores. La Iglesia de Jesucristo es tipificada por una mujer, la Esposa del Cordero, la Nueva Jerusalén (Ef. 5:22-32; Ap. 19:7-9; 21:9,19), pero hay otra mujer dominante que le ha sido infiel al Señor, que la Palabra de Dios llama "Un misterio: Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra" (Ap. 17:5). Esa mujer cuando se casó con el mundo dejó de ser Jerusalén para convertirse en Babilonia, el sistema católico romano; pero hubo tanta habilidad e ingenio satánicos para mezclar el paganismo babilónico con el cristianismo, que la Biblia llama a ese nuevo sistema un misterio, y es la misma Jezabel del tiempo de la gracia, porque se ha encargado de introducir en el pueblo de Dios mucha confusión, indiferencia, ignorancia, sincretismo, culto idolátrico y prácticas inmorales. Esa mujer se llama profetisa y se ha arrogado el derecho de ser la única que tiene la autoridad de enseñar e interpretar las Escrituras, con el resultado de que impone sus propias espurias y torcidas doctrinas, invalidando y contradiciendo las Escrituras Sagradas. Ella se encarga de enseñar y no deja que hable Dios (cfr. Juan 5:39; 16:13). Solamente ella pretende tener la razón y la verdad. No se va arrepentir, y se sabe que será destruida sin que se haya arrepentido, como le sucedió a Jezabel. En la Edad Media hubo un largo tiempo en que la Biblia fue un libro prohibido por el cesaropapado, y sólo podía ser adquirido e interpretado por una augusta élite del Vaticano, a fin de acomodar las cosas a los intereses del sistema de la ramera. En su obra La Ciudad de Dios, Agustín expresa dramáticamente la clara distinción trazada entre la ciudad del mundo y la ciudad de Dios, puntos de vista en su oportunidad apreciados por los cristianos fieles al Señor y Sus propósitos.
Para fines del siglo quinto, el sistema católico romano y el Imperio estaban tan íntimamente asociados, compenetrados entre sí, que el sello que el Imperio había impreso en ese sistema religioso ya era indeleble, y cuando el Imperio Romano de Occidente se disgregó, el catolicismo romano retuvo muchos de sus rasgos, estructura y organización externa y en muchos sentidos perpetuando las características de la Roma precristiana hasta hoy. Más que con un gobierno estatal y simple sistema político y sus vinculaciones económicas, el cristianismo desertor e infiel se mezcló en sus mismas raíces con el sistema religioso babilónico, formándose a la larga el cesaropapismo con el sumo pontífice a la cabeza, como continuación de una de las piernas de hierro del último de los cuatro grandes imperios mundiales revelados por Dios al rey Nabucodonosor en Babilonia (cfr. Daniel 2:33,40).
Esa férrea unión generó serios compromisos con el príncipe de este mundo. ¿Como cuáles? Uno de ellos la continuación del paganismo babilónico, la contemporización y el fomento de la idolatría y la adoración a la reina del cielo, la diosa-madre, y su cohorte. ¿Existía la reina del cielo desde los tiempos babilónicos? Sí, se llamaba Istar y Mylita, y todas las culturas desde muchos siglos antes de Cristo adoraban a la divina madre, la madona y a su hijo, representada con un niño en los brazos. Por ejemplo, en Egipto la llamaban Isis, entre los cananeos Astoret y Astarté, en Alemania Hertha, en Asia Cibeles, en Efeso Diana, en Roma Venus o Fortuna, en Grecia Afrodita o Ceres, etcétera. ¿Qué hizo el sistema católico romano? Introdujo la adoración a la reina del cielo y otros dioses extraños con una pequeña modificación, cambiándoles el nombre. A la reina del cielo le llamó inicialmente María, y a los demás dioses, ídolos o estatuas, les llamaron "santos". Por ejemplo, la estatua del dios Júpiter en Roma, cuya figura es de color oscuro, fue retocada y colocada en la catedral de San Pedro en Roma (con una mitra dorada sobre su cabeza, cuya figura (una cabeza de pez) es distinta a la usada por Aarón y los sacerdotes hebreos), en calidad de ídolo del apóstol Pedro. No hay evidencia bíblica que acredite que Jesucristo y los apóstoles usaran este ornamento, que por el diseño que actualmente usan los papas, cardenales y obispos, corresponde a una prenda pagana del dios pez babilónico, conocido por Ormuz o Dagón. Así como la ciudad de Tiatira era conocida y famosa porque en ella cada gremio tenía sus dioses protectores, a los cuales les celebraban fiestas en determinadas fechas, mediante libaciones o comidas rituales, así también en el período profético de Tiatira, del cristianismo apóstata, se perpetuaron esos rituales paganos a "santos" patrones de los gremios; por ejemplo, San José, patrono de los obreros, San Cristóbal, patrono de los choferes, San Rafael, patrono de los médicos, etcétera. Tenemos el ejemplo de Efeso, ciudad en la cual parte de la adoración tributada a Diana fue transferida a la virgen María, ciudad donde al parecer vivió y murió María, por haber sido encomendada al apóstol Juan.
El sincretismo universal que ha caracterizado al paganismo con su politeísmo, aparentemente se fue opacando y dando paso al monoteísmo judío y cristiano; pero eso es apenas una mera apariencia. Aun las masas llamadas “cristianas” en Occidente, jamás han dejado el politeísmo. A pesar de la sustitución de una religión por otra, el sincretismo es el mismo; las naciones adoran los mismos dioses antiguos, disfrazados de divinidades con nombres “cristianos”.
Tolerar que prevalezcan estas enseñanzas ha traído fracasos y graves consecuencias a los cristianos de Tiatira, y lo peor es que habrá creyentes en la condición de Tiatira que serán hallados así en la gran tribulación. La idolatría engendra confusión y tragedia, ceguera espiritual y muchos males. Desde tiempos antiguos, Dios prohibió por abominable la adoración a la reina del cielo y a todo el ejército del cielo, y amonesta a su pueblo por medio de sus profetas.
Por ejemplo, Jeremías les dice: "18Los hijos recogen la leña, los padres encienden el fuego, y las mujeres amasan la masa, para hacer tortas a la reina del cielo y para hacer ofrendas a dioses ajenos, para provocarme a ira. 19¿Me provocarán ellos a ira? dice Jehová. ¿No obran más bien ellos mismos su propia confusión?" (Jer. 7:18-19). El pueblo hebreo por su idolatría provocó la ira de Dios, y Jerusalén, símbolo del templo de Dios, fue destruida; los judíos fueron llevados durante setenta años cautivos a Babilonia, por contraste la guarida de demonios. Fue así como la verdad revelada por Dios a los judíos paulatinamente se mezcló en Babilonia con la religión pagana que se había originado en Babel; hubo así una asociación entre algunas creencias de los hebreos, ciertas tradiciones herméticas(1) egipcias (recuérdese que los hebreos vivieron 400 años en Egipto) y las teúrgias caldeas, dando origen a la llamada Kábala, escuela de pensamiento judío que se prestó al misticismo y a la especulación teológica y filosófica, y más tarde, con la mezcla de las corrientes filosóficas griegas, surge el gnosticismo y varias ramas de ocultismo y esoterismo sincretista, alimentados por religiones de tipo oriental. Asimismo se habla que la Iglesia en parte ha estado en cautiverio en Babilonia, en la ciudad terrenal.
El principio de ese cautiverio tuvo ocasión en el período de Pérgamo, y el sistema babilónico se disfrazó de cristianismo en Roma. Del pueblo hebreo en cautiverio, Dios llamó a un pequeño remanente para que volvieran a la Tierra Santa a reconstruir la ciudad de Jerusalén y al templo en tiempos de Zorobabel, Nehemías, Esdras, Zacarías. Después de mil años de cautiverio en la Roma cesaropapista, el Señor también empezó a llamar a otro pequeño remanente a fin de recuperar todas las cosas que se habían perdido y continuar la construcción del templo de Dios, como lo veremos en próximos capítulos.

Raíces del cesaropapismo
No existe registro documental y normativo alguno en que conste que el Señor diera instrucciones a fin de que, para que se perpetuara Sus enseñanzas, cuando Él ascendiera al Padre y viniera el otro Consolador, el Espíritu Santo, se instituyera una organización visible que hubiera de continuar a través de los siglos, al estilo y con las características de las que siglos más tarde surgieron, en especial en las capitales del Imperio Romano, tanto de Occidente, Roma, como de Oriente, Constantinopla; y sus posteriores hijas y herederas; organizaciones muchas de ellas iniciadas por hombres que amaban la obra del Señor, pero que eventual y paulatinamente fueron jerarquizadas por hombres ebrios de poder y riquezas terrenales, pero carentes de las riquezas del cielo; en contraste con nuestro amado Señor, quien evitaba a toda costa toda ostentación de Sus poderes, a fin de no llamar la atención sobre Sí mismo, y que cuando decidió elegir a Sus más íntimos amigos, evitó escoger entre los grandes del Sanedrín, sino que lo hizo entre los hombres de las humildes sendas de la vida en el devenir de la peregrinación por esta tierra, o de los más modestos estratos sociales, como se le llamaría hoy.
Quien formuló por primera vez de manera rigurosa la doctrina del primado romano fue el obispo romano Dámaso (366-384), basado en una interpretación errónea de las palabras del Señor, Tú eres Pedro, de Mateo 16:18. Es muy socorrido hacer énfasis a las palabras del Señor en respuesta a Pedro en el capítulo 16 del evangelio según San Mateo. De acuerdo con el contexto, el Señor se interesó por saber lo que sus discípulos decían acerca de quién era Él. En el verso 16, a una pregunta del Señor al respecto, Pedro le responde: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente", frase esta que puede verse escrita en gigantescos caracteres en latín alrededor de la cúpula de la basílica de San Pedro en el Vaticano, con el argumento de que Pedro fue la primera cabeza de la Iglesia, y en consecuencia, sus pretendidos sucesores, los papas romanos, deberían continuar su autoridad. Es perentorio aclarar que la frase afirmativa de Pedro es una revelación que le hace el mismo Padre celestial acerca de la personalidad e identidad del Señor Jesucristo, pues el mismo Señor Jesús se lo confirma cuando le dice: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (v.17).
Pero a continuación aparece una declaración del Señor que ha dado pie a ciertas especulaciones por parte del papado romano. El Señor le sigue diciendo a Pedro en los versos 18 y 19: "18Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. 19Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos". Es necio y sin fundamento bíblico decir que Jesús fundó su Iglesia sobre Pedro, o sobre algún otro hombre. Para que una persona, cualquiera, docta o ignorante, conozca quién es el Señor Jesucristo, el único medio posible es por revelación de Dios el Padre. De la declaración de la persona respecto de Cristo, depende que sea o no un hijo de Dios, integrante de la Iglesia del Señor. Esa confesión es la roca. Yo soy para ti el Cristo, el Salvador, entonces tú eres una piedra de la casa de Dios, la Iglesia. Dios edifica Su Iglesia con todas esas piedras vivas, los que han creído y confesado que Jesús es el Cristo, el Salvador, siendo la principal piedra de ángulo Jesucristo mismo, no un hombre. Gracias al Señor, que previendo todo lo que se vendría, el Espíritu Santo inspiró al mismo apóstol Pedro para que señalara que Cristo mismo es la piedra angular de Su templo, la Iglesia, cuando dice en 1 Pedro 2:4-8:
"4Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, 5vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. 6Por lo cual también contiene la Escritura: He aquí, pongo en Sión la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; y el que creyere en ella, no será avergonzado. 7Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso; pero para los que no creen, la piedra que los edificadores desecharon, ha venido a ser la cabeza del ángulo; 8y piedra de tropiezo, y roca que hace caer, porque tropiezan en la palabra, siendo desobedientes; a lo cual fueron también destinados".
En Mateo, el Señor usa las palabras Pedro y piedra (en griego Petros y petra). Pedro (petra, πετρα), como el resto de creyentes, por su declaración es constituido una piedra viva en la edificación espiritual; pero lo que ha declarado, que el Señor Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente, es la piedra angular, la roca (petros, πετροζ), sobre la cual está fundamentada la Iglesia. La Iglesia se construye sobre la persona del Señor Jesucristo, con los que, a igual que Pedro, confiesan al Señor. Pablo también lo ratifica en Efesios 2:20-22, así: "20... edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, 21en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; 22en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu".
No entramos a analizar el verso 19 de Mateo 16, pero el significado exegético del mismo no da fundamento, ni siquiera lo insinúa, para afirmar que habría en la historia una serie de sucesores a los cuales el apóstol Pedro tuviera autoridad para transmitir el poder de las llaves. Ese encargo fue de tipo personal y no transmisible y Pedro lo ejerció para abrir el camino de la salvación y del Reino, primero a los judíos en Jerusalén en el día de Pentecostés (Hechos 2), y luego a los gentiles en Cesarea en casa del centurión Cornelio (Hechos 10), y esas puertas aún no se han cerrado, como lo confirma Pablo años más tarde (alrededor del 61 d. C.) a los efesios: "...porque por medio de él (Cristo) los unos (hebreos) y los otros (gentiles) tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre" (Ef. 2:18).
La misma noche en que fue aprehendido, el Señor Jesús oró al Padre, diciéndole: "20Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, 21para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste" (Juan 17:20-21). Estas dicientes palabras nos dan a entender que el Señor quiere en su Iglesia un compañerismo estrecho, y continuo a través del tiempo y la distancia, sin especificar qué estructura visible tendría la Iglesia. Las características estructurales por las que el Espíritu Santo orientó a la Iglesia del Señor, son las que se encuentran en las páginas del libro de los Hechos de los Apóstoles, las epístolas de los apóstoles Pablo, Pedro y Juan, Hebreos y el libro del Apocalipsis, todo en el marco de la igualdad, del amor y la comunión del Espíritu Santo. A raíz de la muerte del Señor, Su gloriosa resurrección, ascensión y la venida del Espíritu Santo, se cristalizó un compañerismo e igualdad entre Sus discípulos, y eso se llamó Iglesia, la Iglesia de Jesucristo, la cual es Su cuerpo y Él es la Cabeza. La Palabra descarta que un hombre sea la cabeza de la Iglesia.
"20...la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, 22y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, 23la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. 27A fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha" (Ef. 1:20,22,23; 5:27).
Sobre el pasaje bíblico que registran las palabras del Señor: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia”, hay otra interpretación que dice: “Si Cristo hubiese querido decir que Su Iglesia iba a estar fundada sobre Pedro, ¿por qué no dijo: ‘sobre ti edificaré mi iglesia’? tal como directamente lo hizo cuando llamó a cada uno de los apóstoles, ‘ven, sígueme’. Si se hubiere referido a Pedro, ciertamente habría dicho: Pedro, edificaré mi iglesia sobre ti, de la misma manera que le dijo: ‘A ti te daré las llaves’. No, no era sobre la cabeza de Pedro, sino sobre la confesión que acababa de hacer sobre dónde iba a fundarse la Iglesia. No sobre el inestable Pedro (que lo negó tres veces antes de que cantara el gallo; también era judaizante, que recibió reprensión del Señor cuando le dijo: Apártate de mí, Satanás; e irascible, por haberle cortado la oreja a uno de los soldados que apresaron a Jesús), sino sobre aquella poderosa verdad que el Padre le había revelado”(2).
En la misma carta a los Efesios, Pablo nos dice que la Iglesia es formada tanto por judíos como por gentiles, todos miembros de la familia de Dios, siervos de Jesucristo, sin distinción de razas, nacionalidad, trasfondo cultural, sexo, libertad, servidumbre, sin barreras ocasionadas por lenguas o distingos políticos. Desde principios del siglo IV, o mejor, a través de un lento desarrollo histórico cuyas raíces encontramos antes de esa fecha, pero que tomó mayor fuerza con la aparición de Constantino en el concierto histórico del Imperio, se vino operando un desarrollo doctrinal paralelo con un proceso institucional generando un sistema eclesiástico centralizado en torno al obispo de Roma, con gran influencia en Occidente y cada día más libre de la tutela imperial. La primacía de honor del obispo de Roma y su título y poder temporal pontificio, no le vino necesariamente del evangelio sino de la organización eclesiástica que había sido copiada de las instituciones político religiosas del Imperio Romano.
La legislación pontificia se inicia con las decretales del obispo de Roma Siricio (384-399), reclamando jurisdicción universal, pues en el siglo IV el obispo tomó el carácter de papa, pero no le fue reconocida; pero con Dámaso el papado da un vuelco importante, pues él asumió el antiguo título romano de Pontifex Maximus, alto sacerdote oficial de los misterios babilónicos, reconocido tanto por paganos y cristianos como la cabeza, heredado hasta el día de hoy por todos los papas, título del cual se había despojado el emperador Graciano en el año 375, cuando con motivo de su conversión al Señor Jesucristo, tuvo discernimiento de que ese título era de origen satánico. Cuando el papa romano recibió el título babilónico de Sumo Pontífice, recibió el liderazgo sobre todo el paganismo.
El papa Inocencio I (401-417) propuso una política de centralización jurisdiccional del primado, pero no fue sino hasta el año 445, en tiempos de León I el Grande (440-46l), en que el emperador Valentiniano III estableció la supremacía de Roma, por razón de que este obispo ocupaba "el primado de San Pedro", sobre la parte occidental de la Iglesia mediante el edicto Certum est, sin que le fuera reconocida aún su autoridad por las iglesias. Algo similar ocurrió con Bonifacio III, que fue declarado obispo universal por el emperador Focas, de Constantinopla, bajo la aplicación de edictos de gobernantes terrenales sin tener en cuenta la voluntad de Dios. Notemos que es reconocida esa supremacía mediante un documento legislativo secular, del emperador, mas no bíblico.
La institución romano-papista para sustentar sus pretendidos derechos de supremacía y de la sucesión apostólica de ese sistema, cita que en el último cuarto del siglo segundo Ireneo de Lyon supuestamente afirmaba en un tratado que los apóstoles habían nombrado sus sucesores en las diferentes iglesias; pero lo curioso de este documento considerado espurio aun por comentaristas católicos romanos, es que Ireneo, habiendo podido haber dado la lista de todos esos obispos sucesores en todas las iglesias, o por lo menos en las principales ciudades, sólo se limita a dar la línea de sucesión de la iglesia de Roma, la cual, aducen ellos pero no las Escrituras, había sido fundada por Pedro y Pablo, los cuales a su vez nombraron a Lino; éste a su vez fue seguido por otros en línea intacta hasta el duodécimo en sucesión, época en que el presunto libro de Ireneo estaba siendo escrito.
Este supuesto libro de Ireneo es un documento falso como tantos otros que esa institución (la Iglesia Católica Romana) se inventó a lo largo de los siglos. Cipriano, el famoso obispo de Cartago, quien vivió entre los años 200 al 258, refiriéndose a cierto tipo organizativo, decía que "la iglesia está en el obispo y el obispo en la iglesia", dándole mucha importancia al obispado, pero sostenía que todos los obispos eran iguales. Consideraba que todo obispo poseía todos los poderes comunes a todos los obispos; que ningún obispo tenía autoridad administrativa sobre los demás, que ningún obispo debía exaltarse como obispo de obispos, y estimaba al obispo de Roma sólo como uno entre sus iguales. Esto a todas luces representaba un conflicto con las pretensiones del obispo de Roma, y debido a eso se tiene conocimiento que sus obras fueron tergiversadas, de manera especial en lo relacionado con lo del primado de Pedro.
Ahora bien, no hay registro bíblico, ni patrístico confiable que sustente que Pedro haya sido el fundador y obispo de la Iglesia de Roma. Hay que diferenciar entre el ministerio de apóstol y el de anciano u obispo. Bíblicamente el campo de trabajo del apóstol es la obra regional, y el del obispo es la iglesia local. Los apóstoles jamás se quedaban como obispos de alguna iglesia; en cambio, los ancianos eran designados entre los hermanos de su misma iglesia local. En cuanto a Pablo, en el contexto de la carta a los Romanos, y particularmente en los versos 10-13 del capítulo 1 y 20-23 del capítulo 15, vemos que cuando el apóstol escribió esta carta alrededor del año 57 d. C. nunca había estado en Roma, ¿cómo, pues, pudo ser uno de los cofundadores de la iglesia en esa localidad?
Las continuas divisiones eclesiásticas de Oriente, sobre todo en tiempos de los concilios de Éfeso (431) y Calcedonia (451), la corrupción imperial y las amenazas de las invasiones de los bárbaros, entre otras cosas, les eran favorables al obispo de Roma en sus pretensiones para conseguir la supremacía dentro de la cristiandad. Invadida la ciudad por los vándalos, y sin la presencia y autoridad imperial en Occidente, León I el Grande, tuvo la idea de convertir el trono del imperio en sede del reino universal de la Iglesia, dando inicio a la teocracia católica romana, como verdadera continuación del Imperio. Una solución salomónica; el Imperio no se extinguía, sino que cambiaba de forma y continuaba el papa como el sucesor de los césares; y no fue menos importante que, en el curso de este proceso, tras el espaldarazo de Valentiniano III, paulinamente los emperadores orientales fueron reconociendo esa primacía papal al obispo de Roma, a fin de irse ganando un aliado; entonces, de las ruinas del imperio romano occidental, surge así la Roma papal. Y lo curioso es que cuatrocientos años antes, el Señor Jesús, verdadera Cabeza de la Iglesia, le había dicho a Poncio Pilato, el representante de ese mismo imperio romano: “Mi reino no es de este mundo” (cfr. Juan 18:36).
La construcción de Babilonia la grande, la gran ramera, continúa inexorablemente y en año 494 el papa Gelasio declaró que el mundo era gobernado por el emperador, pero que éste debía someterse a los prelados en asuntos divinos, y que Roma había sido puesta en superioridad sobre las demás iglesias, por la presencia y martirio de Pablo y el supuesto martirio de Pedro allí, toda vez que no hay registro bíblico de que este apóstol hubiese estado en Roma. El emperador Justiniano I (527-565), entre otras cosas, es muy famoso porque durante su gobierno recopiló muchas leyes y promulgó su famoso Código de leyes imperiales llamado «Corpus Juris Civilis» (Cuerpo de ley civil), por medio del cual también confirmó y aumentó los privilegios del clero, y designa al obispo de Roma como jefe supremo de las iglesias. Este documento, por ejemplo, en el prefacio del artículo noveno dice: “No sólo se le asigna a Roma el origen de las leyes, sino que además no hay nadie que dude que en ella reside la cima del más alto pontificado”.
Asimismo en el artículo 131 del Código de Justiniano dice: “De ahí que, de acuerdo con las resoluciones de estos concilios, ordenamos que el Muy Santo Papa de la antigua Roma ocupe el primer rango entre todos los Pontífices, y que el Muy Bendito Arzobispo de Constantinopla o Nueva Roma, ocupe el segundo Lugar después de la Santa Sede Apostólica de la antigua Roma, la cual tomará la precedencia sobre todas las demás”.
Vemos entonces a grandes rasgos cómo ese proceso institucional del cesaropapismo fue echando poderosas raíces, se fue ramificando, posesionando y tomando ventaja sobre otras instituciones, y es así como aparecen los obispos feudales, con las insignias y las atribuciones de los señores feudales de la Edad Media, llegando a ser más príncipes que pastores, comenzando por el mismo pontífice, pretendido sucesor de un trono que el apóstol Pedro nunca tuvo, y que conforme a lo consignado en Hechos, detestaba el boato, la adulación, pleitesía, etcétera, como se narra en el siguiente pasaje bíblico: “Cuando Pedro entró, salió Cornelio a recibirle, y postrándose a sus pies, adoró. Mas Pedro le levantó, diciendo: Levántate, pues yo mismo también soy hombre” (Hch. 10:25,26).
Conforme la Jezabel del Antiguo Testamento, en la Iglesia Ortodoxa Oriental, llegaron a gobernar en la iglesia apóstata emperatrices, las que por cierto fueron las más influyentes implantadoras de la adoración de imágenes, y en Roma, los eclesiásticos eran los ricos, los corrompidos cortesanos, los sabios, los mecenas. El pontífice no se conformó con ser "obispo universal" y cabeza de lo que ellos afirmaban ser la iglesia de Jesucristo, sino que entra en una etapa en que afirma ser gobernador sobre las naciones, por encima de los reyes y emperadores. Hay que tener muy en cuenta que esos personajes no necesariamente se convertían a Cristo de manera individual, por convicciones personales y por revelación del Padre, sino por principios y razones culturales, y como consecuencia su nombre era escrito solamente en el registro civil. Es una época en que Satanás se oculta tras un disfraz, mezclando sutilmente el paganismo babilónico con el cristianismo, usando hombres que "vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces" (Mt. 7:15).
Con Gregorio I, el Grande (590-604), uno de los administradores más capaces del papado romano, se inicia el período de crecimiento del poder papal, quien se preocupó por la conversión de los paganos de las naciones en Europa, y traer a la fe ortodoxa a los arrianos de las tribus bárbaras de los godos y visigodos. Era hijo de Gordiano, rico senador romano, y Silvia, también de familia patricia y descendiente directa del papa Félix IV, la cual fue más tarde canonizada. Gregorio colocó las bases para el poder temporal o político que el papado romano ejercería en la Europa occidental en las siguientes nueve centurias, e hizo los preparativos para hacer del pontificado el virtual gobernante en la provincia que rodeaba Roma, en una época en que empezaba el expansionismo de la ingerencia del papado en política; además, Gregorio Magno desarrolló e impulsó ciertas doctrinas, como la adoración de las imágenes y la transubstanciación. Respecto a las imágenes, es bueno conocer la sutileza empleada por Gregorio Magno para introducir y avalar esta costumbre reprobada por las Escrituras. Dice un aparte de una carta enviada por Gregorio a Ciriaco, abad del monasterio de San Andrés, en las Galias: «En nombre de Jesucristo, querido hermano nuestro, alabamos el celo que habéis mostrado rompiendo las imágenes, y aplaudimos el que hayáis arrojado del templo los ídolos fabricados por las manos de los hombres, toda vez que usurpan la adoración debida únicamente a la Divinidad. Esto no obstante, vuestro ardor os ha impulsado harto lejos; vos, con algunas mutaciones, debíais transformar los ídolos en imágenes de nuestros mártires, y conservarlas en nuestros templos. Porque es de saber que es muy permitido colocar cuadros en las iglesias a fin de que la gente sencilla conozca los divinos misterios de una religión, que no puede estudiar en los libros»(3). De manera, pues, que llenó los templos de cuadros y ornamentos preciosos, e impuso el brillo y la pompa en las ceremonias religiosas, llegando incluso a transigir con las creencias de las naciones idólatras, introduciendo sus ritos y sus dogmas en las costumbres de la cristiandad.
Respecto de los antiguos templos paganos, vemos un pequeño aparte de una carta dirigida por Gregorio a Agustín, apóstol de Inglaterra: «Guardáos mucho de destruir estos edificios; basta con romper los ídolos que contienen, y purificar su interior con agua bendita. Podréis enseguida levantar altares cristianos, y colocar las reliquias bajo las santas bóvedas. Recordad, también, que es preciso desterrar al demonio de los monumentos de su culto, pero sin que se destruyan estos últimos; al conservarles seréis útiles a la causa de Dios, pues los paganos, cuyas plantas manchan con frecuencia las losas de estos templos, llegarán a convertirse, aunque no sea más que para orar en los lugares donde estaban acostumbrados a dirigir súplicas a los dioses; y los que tienen la costumbre de inmolar víctimas al infierno, abandonarán sus impíos sacrificios por el esplendor de vuestras ceremonias»(4). Se interesó por la música litúrgica, compilándola, haciéndole decisivas modificaciones y editando lo que había sido escrito en tiempos pasados, música conocida hasta la actualidad como canto gregoriano.
Gregorio el Grande divulgó la doctrina del purgatorio, que había tomado de Agustín, enseñando que el purgatorio es un estado, un fuego, en el cual los cristianos son purgados de sus pecados livianos antes del juicio final(5). De acuerdo con el enfoque doctrinal sobre el bautismo en su época, enseñaba que los hombres tienen que arrepentirse de pecados cometidos después del bautismo. Asimismo enseñaba que la contrición de los hombres por sus pecados condicionaba el perdón de Dios, y que las obras de penitencia alivian y limpian el peso de la culpa, librando de la disciplina del purgatorio. Introdujo el valor de las misas como ayuda por las almas que estuvieren en el purgatorio. También enseñó que las misas y la ayuda de los mártires y santos en calidad de abogados sirven para aligerar la disciplina prescrita para los cristianos vivos que se arrepienten de sus pecados post-bautismales, invalidando la Palabra de Dios que textualmente dice: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Ti. 2:5). Estas torcidas enseñanzas del catolicismo romano constituyeron las bases para el posterior comercio de indulgencias.

Los fraudes píos y la feudalización del papado
Después de que Carlos Martel contuviera la invasión musulmana a Europa en 732 en la batalla de Poitiers, al sur de Francia, en 750 el papa Zacarías legitimó el golpe de estado que llevó a Pipino el Breve, hijo de Carlos Martel, al trono de Francia. Este monarca, a petición del papa Esteban II, arrebató a los lombardos de Italia un conjunto de tierras comprendidas en el Exarcado y la Pentápolis, que entregó al papado (756), recibiendo a su vez del papa el título de Patricio de los romanos, título que reflejaba una misión protectora sobre Roma. Este fue el origen de los llamados Estados Pontificios, recibiendo así el romano pontífice plenamente poder temporal de manos de otro mandatario del mundo. Pero lo curioso es que todo eso ocurre al tiempo en que fue puesto en circulación un falso documento relacionado con una supuesta
Donación de Constantino el Grande (se puede leer este falso documento en el apéndice del presente capítulo) de una parte de su Imperio; es decir, ¿qué pretende la donación? Que “la ciudad de Roma y todas las provincias, distritos y ciudades de Italia” fueron donados por Constantino al papa Silvestre I (314-335), y a sus sucesores. Se trata de uno de esos famosos "fraudes píos", escrito en el siglo VIII, aparentando, claro, que había sido escrito en el siglo IV, en vida del emperador Constantino, por medio del cual se pretende demostrar que Constantino, a comienzos del siglo IV, por medio de ese documento, había dado al obispo de Roma, en ese momento Silvestre I, autoridad suprema sobre todas las provincias imperiales de Europa, aun por encima de los emperadores. ¿Qué motivo aparente hubo para esa donación? Una supuesta curación milagrosa de la lepra, que imaginariamente sufriera Constantino, “milagro” ocurrido cuando Silvestre le administraba el bautismo. En ese documento espurio aparece que Constantino le confiere al papado el palacio de Letrán en Roma, la tiara y todas las vestimentas e insignias imperiales.
La razón aducida es que Constantino trasladó la capital imperial de Roma a Constantinopla. Eso justificaba los llamados Estados Pontificios. Es imperativo tener en cuenta que durante el reinado de Constantino el Grande no existía el papado romano. Durante siglos este documento sirvió a los intereses del papado romano para justificar también sus pretensiones y el derecho de injerencia en los asuntos de las iglesias cristianas y soberanos europeos, y para fortalecer la autoridad del papado en una época cuando ese sistema estaba en peligro de desplomarse por la proliferación de "iglesias" tribales, reales y feudales. He ahí un espurio documento circunstancialmente saliendo del puño de un emperador que jamás se despojó de su dignidad de sumo pontífice babilónico, y en el cual vemos un vivo retrato de la ramera vestida de púrpura montada encima de la bestia, que nos describe el capítulo 17 de Apocalipsis.
Cuando se escribió este anacrónico documento endilgado a Constantino, era una época oscura en la cual abundaba la ignorancia y la gente era fácilmente engañada, y, además, se carecía de medios para probar las falsificaciones, de tal manera que sólo en el Renacimiento y en los albores de la Reforma, cuando Eugenio IV ocupaba el cargo de papa, hubo claridad de que estos documentos carecían de fundamento, y se probó que eran una falsificación. Lo espurio de estos documentos fue demostrado, entre otros estudiosos, por el ingenio de dos eruditos de la época, Nicolás de Cusa en 1433 y Laurencio Valla en 1440. Valla, secretario papal y canónigo de la Basílica de San Juan de Letrán en Roma, fue un humanista dotado de suficiente astucia crítica para revelar el carácter espurio de estos documentos, como también se deleitaba en manifestar que el llamado credo de los apóstoles no había sido redactado por los doce apóstoles, como se había difundido. También alentó el estudio del hebreo y del griego a fin de que se conociera la Escritura en sus idiomas originales y con ello se propuso debilitar la confianza en la Vulgata como versión autorizada por Roma, debido a sus errores implícitos.
Otro "fraude pío" de mayor influencia aun fue una serie de documentos que se conocen como las
Falsas Decretales de Isidoro, publicadas alrededor del año 830, profesando haber sido compiladas por un tal Isidoro Mercator(6) y ser decisiones adoptadas por los concilios y primitivos obispos de Roma desde los apóstoles(7), reclamando la suprema autoridad del papa sobre la iglesia universal, consolidar la disciplina eclesiástica y la independencia de la iglesia del Estado, entre otras cosas. Los escritos falsos fueron hábilmente combinados con otros auténticos, como cartas conciliares, cartas papales y otros, pero nadie supo distinguir entre lo verdadero y lo falso. En una época llena de atraso, ignorancia y superstición, cuando no se hacía examen crítico de documento alguno, estos escritos fueron aceptados como genuinos, y fueron usados para afirmar las pretensiones papales por cientos de años. Juzgue el lector lo espurio de estas Pseudo-isidorianas, si ponen a los primeros obispos de Roma a citar a Jerónimo, el autor de la versión bíblica la Vulgata Latina, mucho antes de que éste naciera. Esas Decretales hicieron de la supremacía romana una monarquía sacerdotal absoluta, a tal punto que el papa Nicolás I (858-867) llegó a afirmar que esos escritos espurios eran iguales a las Escrituras en autoridad, y en nombre de una gran mentira, los papas romanos se constituyeron en dueños y señores de todos los hombres. En el siglo XVI, las Decretales pasaron por el cedazo de la crítica erudita, tanto por el lado protestante como por el de los católicos, hasta que por fin el papa Pío VI reconoció el fraude en 1789; pero ya el mal había sido sembrado y sus funestas consecuencias aún persisten y persistirán hasta que la gran ramera reciba su justo juicio y sea destruida por la bestia en los días finales de esta era, conforme lo ha dispuesto el Señor en Su Palabra.
Se registra asimismo que el papa León III es expulsado o huye de Roma a causa de un levantamiento, pero se sabe por una carta del año 799 de Albino Alcuino, eclesiástico inglés y consejero de Carlomagno (742-814), que éste restablece al pontífice, quien a su vez, el 23 de diciembre del año 800, corona como emperador de los romanos y con el nombre de Carlos Augusto a este hijo de Pipino el Breve, "reconstituyendo" así el Santo Imperio Romano de Occidente, a través de una ficción de aclamación por parte del pueblo de Roma. Carlomagno, en su condición de “protector de la iglesia, designado por Dios”, e influido por el agustinismo político, tiene injerencia en los asuntos eclesiásticos, como presidir sínodos, intervención en cuestiones teológicas y doctrinales, en asuntos económicos y administrativos, nombramiento de obispos y abades a los que transforma en funcionarios imperiales, y le da incluso consejos espirituales al mismo papa.
En 962, Otón I, fue coronado por el papa Juan XII como emperador del Santo Imperio Romano Germánico, institución que había de persistir hasta 1806. Téngase en cuenta que este emperador era descendiente de Carlomagno por parte de su madre. Los dos, el emperador y el papa, firmaron un acuerdo, el Privilegium Ottonis, por medio del cual Otón concedió al papa la jurisdicción temporal sobre unas tres cuartas partes de Italia, y por su parte los romanos se comprometieron a no consagrar como papa a ninguno que no jurara fidelidad al emperador. Una de las razones de esta institución imperial era que en teoría la cristiandad había de tener dos cabezas terrenales, pretendidamente ambas “divinamente comisionadas”, la una civil, el emperador, y la otra espiritual, el papa romano.
Pero en la práctica el ideal de reunir la cristiandad en una sola unidad bajo el doble dominio del santo imperio romano germánico y el papado, jamás pudo realizarse; al contrario, cada monarca europeo aspiraba controlar aquella porción eclesiástica que estaba dentro de sus dominios, y se resentía de cualquier interferencia del papado, y esto se analiza como una preparación previa a la posterior y coyuntural formación de las “iglesias nacionales” a raíz de la Reforma. Sobre este asunto volveremos en el capítulo relacionado con Sardis.
Todo lo anterior dio como resultado la feudalización del pontificado, y se estableció una especie de concordato entre el papado y el emperador romano-germánico, en el que al fin de cuentas era difícil determinar quién mandaba a quién en un mar de confusiones en lo que respecta a las relaciones entre el poder secular y el poder religioso. Obispos recibiendo tierras de los señores feudales, cayendo en la triple condición de eclesiásticos-vasallos-pseudo señores feudales. Consecuencias: Simonía, u obtención de las dignidades eclesiásticas a cambio de dinero, y nicolaísmo, o disfrute de dichos cargos por personas sin vocación, como producto de las investiduras laicas. Al ir declinando el poder de los monarcas carlovingios después de acaecida la muerte de Carlomagno, fue aumentando el del papado romano, y los obispos y abades llegaron a ser señores feudales, y en muy poco se distinguían de sus vecinos laicos de no ser en sus títulos y funciones eclesiásticas. El espíritu de esta situación se ha perpetuado como una herencia hasta los tiempos contemporáneos.

El cesaropapismo en el cenit

No podemos dejar de registrar la errada interpretación que la teología medieval le dio a la obra magistral de Agustín, la Ciudad de Dios. Agustín enfatiza el enfoque apologético de la teología de la historia, pero los teólogos de la iglesia apóstata la interpretan como una prueba de la superioridad de la autoridad espiritual sobre la autoridad secular, lo cual le daba un gran espaldarazo a las pretensiones papales. Paulatinamente y sin fundamento y respaldo escriturario se fue pergeñando y divulgando en esa pacata e ignorante sociedad medieval la idea de que el papado romano y todo su montaje temporal daba cumplimiento al profético reino de Dios en la tierra, mutilando la profecía, claro está, de muchos elementos fundamentales, como el que el verdadero Rey es el Señor Jesucristo y no el papa, que el tiempo de ese reinado se da en el marco de Su segunda venida, que la capital de ese reino no es Roma sino Jerusalén, que en ese tiempo no habrá cárceles, ni ejércitos terrenales, ni inquisición, ni violencia, ni hambre, época en que los hombres construirán sus casas y podrán vivir en ellas, tiempo en el cual eventualmente los leones y las fieras pastarán con el ganado, y los niños jugarán con las serpientes. Al respecto dice A. Gibert:
“Vemos por las epístolas del Nuevo Testamento que los primeros cristianos esperaban constantemente al Señor Jesús. En la era de las persecuciones esta esperanza daba fuerza y ánimos a las almas. Pero pronto la Iglesia se estableció en el mundo y la visión del regreso personal de Cristo fue perdida de vista. Se hablaba del juicio venidero, eso sí, del gozo de los elegidos, del “fin del mundo”, pero todo ello de forma muy vaga, mezclada con muchas supersticiones y fábulas. Algunos “Padres de la Iglesia” se ocuparon de los escritos proféticos y su interpretación, como Clemente e Irenéo, en el segundo siglo; más tarde, Eusebio, Jerónimo y, sobre todo, Agustín; pero ellos interpretaban como ya cumplidos los juicios del Apocalipsis, los cuales relacionaban con los tiempos del Imperio Romano. (Para ellos el Anticristo era dicho Imperio, perseguidor de los fieles.) Pero una vez llegado el triunfo de la Roma papal consideraron a ésta como la Nueva Jerusalén y la relacionaron con todas las promesas de las profecías. Solamente algunos espíritus selectos en el curso de la Edad Media llegaron a ser conducidos a la idea de un reino futuro de Cristo sobre la tierra. Otros, ante los escándalos de Roma, interpretaron que el Papa era el Anticristo. Los reformadores retuvieron la misma idea y no sondearon apenas en los detalles de la Revelación. Sin embargo, en algunos teólogos, tanto católicos como protestantes, se despertó la convicción de que los acontecimientos relatados simbólicamente en el Apocalipsis, iban dirigidos hacia el fin de la era cristiana y lo que la sigue, y que conducían a un reino milenario que ha de ser establecido después de los juicios divinos, mediante la conversión del mundo” (A. Gibert, en el Prefacio del Estudio sobre el Libro de Apocalipsis, de J. N. Darby, op. cit., pág. 11).
Pero a pesar de todas estas claridades bíblicas, esas otras falaces ideas fueron infundidas en una sociedad que no conocía la Biblia ni las verdades de Dios, y el cesaropapismo siguió adelante y tuvo su período culminante durante unos ciento cincuenta años entre 1073 y 1216, época que se destaca porque el papado romano gozó de un poder casi absoluto, no solamente sobre el sistema católico romano, sino sobre las naciones de Europa, cuya cumbre fue alcanzada durante el gobierno de Gregorio VII (1023-1085), más conocido por Hildebrando, su nombre de familia. Parece haber pertenecido a una familia aristocrática, pues la madre hacía parte de una familia de banqueros; nacido en un pueblo de la Toscana, en Italia; hijo de un carpintero. Estudió en el monasterio de Clugni, practicando allí un ascetismo riguroso. De allí fue llamado por León IX (1049-1054) para que le sirviera de consejero, y lo hizo superior del monasterio de San Pablo Extramuros, en Roma, el cual se encontraba moralmente muy degradado. Hildebrando era un hombre muy enérgico, de carácter soberbio y vehemente. León IX no tomaba ninguna determinación de importancia sin consultar con Hildebrando, quien se constituyó en el poder tras el trono durante unos veinte años, y era quien elegía los papas sucesivos a la muerte del reinante, por lo cual llegaron a llamarle "hacedor de papas", antes de emplear la triple corona como sucesor de Alejandro II en 1073, hasta su muerte en 1085.
Liberó al sistema católico romano de la dominación del Estado, y le puso fin al nombramiento de los papas y los obispos y por los reyes y emperadores. En esa época muchos soberanos, a cambio de fidelidad feudal, ofrecían a los clérigos un cayado y anillo episcopal. Muchos prelados y clérigos lo odiaban porque se propuso reformar el corrompido clero y acabar con la simonía, o sea, la compra y arriendo de puestos en ese sistema religioso. También puso en vigor el celibato clerical, anteriormente aprobado, contrariando la Palabra de Dios que dice expresamente que el obispo tenga su esposa y sus hijos (cfr. 1 Timoteo 3:1-4; Tito 1:6).
Existe un documento de Hildebrando titulado Dictatus Papæ(8) en el cual define la posición papal mediante veintisiete afirmaciones, como:
- La iglesia romana fue fundada por Dios.
- Sólo el pontífice romano merece el título de “universal”.
- Solamente él puede deponer o reinstalar a los obispos.
- Sólo él puede usar la insignia imperial.
- Él es el único hombre a cuyos pies deben besar los príncipes.
- Él puede deponer a los emperadores.
- Él puede trasladar a los obispos de una sede a otra.
- Puede dividir obispados ricos y unificar los pobres.
- Tiene la autoridad de ordenar clérigos de cualquier iglesia, y quien sea por él ordenado no puede recibir un grado mayor de parte de otro obispo.
- Ningún sínodo puede ser llamado general sin su autorización.
- Una sentencia por él expedida no puede ser anulada por nadie sino por él mismo.
- El papa romano no puede ser juzgado por nadie.
- A él deben ser presentados para su resolución los casos importantes de todas las iglesias.
- La iglesia católica nunca erró, ni errará jamás por toda la eternidad.
- Aquél que no esté en paz con la iglesia romana no será tenido por católico.
- El pontífice romano puede liberar a los súbditos de la fidelidad hacia un monarca inicuo, o a quienes estén sujetos a lealtad a hombres malvados (GREGORIO VII:  Registrum, PATROLOGÍA LATINA, CXLVIII).
Como podemos observar, uno de los propósitos de Hildebrando fue someter todos los gobiernos al papado romano. Algunos gobernantes europeos como el emperador alemán Enrique IV, ambicionaban dominar a toda Europa, el cual también traficaba con los cargos eclesiásticos. Este emperador se disgustó con el pontífice Hildebrando y trató de deponer al papa mediante un sínodo de obispos alemanes que convocó. La reacción de Hildebrando fue la de excomulgar a Enrique IV, advirtiendo a sus súbditos que no estaban obligados a guardar lealtad a su excomulgado soberano.
La historia registra que Hildebrando puso al emperador en una situación de impotencia, y en enero de 1077, el emperador tuvo que humillársele al papa ante la puerta del castillo en Canosa, donde había esperado afuera durante tres días, descalzo, con frío y, según el relato histórico, le sirvió de estribo para que Hildebrando montara a su caballo. El supersticioso e ignorante pueblo de esa época creía vivamente en el "poder de las llaves", y la generalizada opinión era que el papa podía mandar a las almas al infierno si él así lo deseaba; y estas cosas ayudaron a Hildebrando a que, sin necesidad de ejércitos pudiese imponer su poder sobre todas las naciones de Europa, incluyendo los emperadores.
El reinado de Hildebrando sentó las bases para que ejercieran poder autocrático sucesores suyos del cuño de Inocencio III (1198-1216), quien en opinión de algunos es el verdadero representante de la mayor altura del poder terrenal del pontificado romano y su influencia política en Europa Occidental. El verdadero nombre de este aristocrático personaje es Lotario de Conti di Segni. Al ser coronado papa dijo: "El sucesor de san Pedro ocupa una posición intermedia entre Dios y el hombre. Es inferior a Dios pero superior al hombre. Es el juez de todos, mas no es juzgado de nadie". También una carta oficial suya dice que al papa "le había sido encomendada no solamente toda la iglesia, sino todo el mundo, con el derecho de disponer finalmente de la corona imperial y de todas las demás coronas", y así lo sostuvo durante su reinado.
Inocencio III era consciente de que a los gobernantes seculares Dios les confiaba ciertas misiones, pero que Dios había ordenado tanto el poder pontifical como el real (secular), y decía que así como Dios había creado al sol y a la luna, y de la manera como ésta recibe su luz de aquél, así el poder del príncipe deriva su dignidad y esplendor del poder papal, y aun en la misma Roma obligó a los oficiales civiles a que lo reconociesen a él como soberano antes que al emperador, y llegó a sustituir a los jueces imperiales por los que él nombró. Para esa época, la casi totalidad de los pueblos de Europa occidental había sido ganada a la fe cristiana pero sólo como una aceptación objetiva y nominal, pues la gran mayoría no tenía sino un vago concepto de la “religión” que habían abrazado, y lejos estaban de conocer “la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús”, incluyendo aun, con contadas excepciones, al clero, obispos y a los papas.

Algunas paradojas del papado romano
Al decaer el Imperio Romano, el papado fue asumiendo muchas de las funciones antes ejercidas y ejecutadas por el Estado. De la Iglesia se fue formando una organización institucionalizada plagada de contradicciones con relación al evangelio, su fuente escrita natural. Llegó un momento en que la Iglesia se empezó a institucionalizar como heredera de las instituciones propias del Imperio Romano. Entre otras instituciones, la Iglesia le heredó al Imperio el derecho, la centralización burocrática, la organización política en diócesis y parroquias, la titulatura, los cargos (todo el andamiaje de la jerarquía, y entre los cargos, el primero es el de papa, sucesor del César); todo eso extraño al modelo neotestamentario dejado por el Señor para Su Iglesia. La Palabra de Dios no admite que las dos ciudades, la terrenal y la celestial, se entremezclen y se confundan, y eso fue lo que sucedió en Tiatira, aunque esta condición se dio en menor escala en otros períodos proféticos, pues se entiende que en muchas iglesias hubo también alguna dosis de elementos de la ciudad terrenal entremezclados con la ciudad de Dios. Debido a esa mezcla se han dado muchas contradicciones en esa institución, de las cuales relacionamos algunas.
El papa romano pretende desplazar al Espíritu Santo diciendo que es el vicario de Cristo en la tierra, y ostenta el título de Vicarius Filii Dei
"16Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre. 26Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. 7Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. 13Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. 14Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. 15Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber" (Juan 14:16,26; 16:7,13-15).
La figura del papa como supuesto vicario de Cristo es herencia babilónica, pues, a diferencia del faraón egipcio, el rey mesopotámico no fue divinizado sino excepcionalmente; en Babilonia el verdadero soberano era el dios de la ciudad, del cual el rey era considerado su vicario o regente.
Los romanos pontífices fueron considerados en la época de su mayor esplendor como los sucesores de los césares, y el papado como el exponente y protector de la Románitas (civilización grecorromana), edificadores de un imperio cuyo centro era Roma, pero a la vez pregonando la pretendida sucesión apostólica del primado y de un ficticio trono que Pedro jamás tuvo ni ostentó. ¿Verdadera consecuencia? El cristianismo fue sustituyendo la unidad en el amor por la visible unidad de su estructura, y entró a mezclar el poder político del imperio terrenal con el poder de la cruz y de la resurrección del Señor Jesús, por lo cual la expresión de este último poder se fue debilitando en ese matrimonio.
Desde Gregorio I el Grande, los romanos pontífices empezaron a llamarse servus servorum Dei (siervo de los siervos de Dios), como una interpretación traída de los cabellos de las palabras del Señor en el evangelio cuando se refirió a los que deseaban ser los más grandes entre los discípulos, diciendo que para lograrlo debían ser siervos de todos (cfr. Marcos 10:43,44). Se nos ocurre una expresión saturada de hipocresía en boca de los que ocupan el trono papal, pues el romano pontífice vive en un super lujoso palacio, rodeado de inmensas riquezas y sirvientes, en contraste con el Señor Jesús, que vino no a ser servido sino a servir, y no tuvo siquiera una piedra para recostar Su cabeza.
El papado romano es paradójico, por cuanto es un sistema que navega en el controvertido y proceloso mar del mundo, la inmoralidad, la intriga, fornicación, derramamiento de sangre, simonía, mientras que proclama ser el representante de Jesucristo en la tierra. El papado romano en su afán ecumenista, pretende ser el epítome de la unidad, constituyéndose, lo que predican y practican, en una verdadera antinomia con las enseñanzas de quien dicen representar, pero a través de la historia sus pomposas vanidades, presunciones y actuaciones, lo han constituido en prominente obstáculo para la unidad de los diferentes sistemas religiosos cristianos, que algunas corrientes proclaman.
Los papas de Roma dicen ser los adalides de la paz, pero por sus ambiciones de poder la historia registra que han tenido poderosos ejércitos para sojuzgar, enfrentarse y hacer la guerra a las potencias europeas, para imitar a los reyes de la tierra en una época en que lo más importante y benéfico era hacer la guerra. Las Palabras del Señor Jesús son: "Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios" (Mt. 22:21). Además, dijo: "La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo" (Juan 14:27). Las cruzadas representaron un esfuerzo por construir el reino de Dios en la tierra mediante los mismos métodos de aquel mundo que la Palabra de Dios declara estar en enemistad con el evangelio, y que constituye por sí mismo la antítesis del ideal cristiano respecto a la guerra.
Curiosamente, desde la primera cruzada, emprendida por el papa Urbano II en 1096 para ir en auxilio del emperador bizantino contra los musulmanes y rescatar los lugares santos en Palestina, fue prometida la “indulgencia plenaria” a todos los que tomaran parte en ella, y vida eterna a todos los que perdiesen la vida en la empresa. Se dice que fueron indiscutibles protagonistas para la acción de la civilización de los bárbaros, pero crearon, promovieron y alentaron la tristemente célebre Inquisición, página negra que empaña y enlutese la historia de la humanidad. Condenaron la tortura, pero mediante la "santa" Inquisición, aprobaron la tortura y la muerte contra sus enemigos, llámense herejes, protestantes, judíos o hechiceros y todos los que rechazaron las falsas doctrinas del catolicismo romano.

(vicario del Hijo de Dios), pero la Biblia dice que el verdadero Vicario de Cristo ahora en la Iglesia es el Espíritu Santo: La corona pontificia
La corona papal es un símbolo del poder y de fuerza terrenal, usado para recuperarse triunfalmente tras los saqueos de las hordas bárbaras y los embates codiciosos de emperadores europeos del cuño de Napoleón Bonaparte, y para imponer la voluntad cesaropapista sobre las naciones sobre unos mil oscuros años. El papa romano dice ser el vicario de Cristo, pero ostenta una corona de tres pisos, la tiara, de oro fino adornada con alrededor de unas 200 piedras preciosas, que tiene un valor de millones de dólares, en contraste con el Señor Jesús, quien durante su vida terrenal no tuvo otra corona que la de espinas. El verdadero oro de la Iglesia es la vida que Dios nos da por la obra de Su Hijo, es Su presencia en nosotros, y las piedras preciosas son las formas como Dios por Su Espíritu se forja en nosotros, Su obra de purificación y perfeccionamiento en el hombre, hasta que lleguemos “a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (cfr. Efesios 4:13b).
La tiara papal tiene una historia curiosa. Nicolás I (858-867), el primer pontífice que supo sacarle provecho a las espurias Decretales Isidorianas, fue el papa que instauró la costumbre de la coronación de los sumos pontífices romanos, aunque al principio se limitara a una simple corona llamada “tiara”. Hildebrando adoptó una corona con la inscripción “Corona Regni de Manu Dei”. Bonifacio añadió una segunda corona con las palabras “Diadema imperii de manu Dei”; y Juan XXII con su corte en Aviñón, añadió una tercera corona, perfeccionando así el símbolo. Tres coronas: el poder espiritual, el poder temporal y el poder eclesiástico. Esos tres poderes papales con que relacionan la triple corona de la tiara papal, para algunos corresponden a su triple pretensión teocrática, esto es, que se dice ser señor y amo de la iglesia, señor del mundo y señor de ultratumba; recuerden que se arrogan el derecho de vender indulgencias para que la gente se salve de las llamas del purgatorio; además proclaman que fuera de la Iglesia Católica Romana no hay salvación.
En tiempos de Bonifacio VIII (Benedicto Gaetani), papa romano desde 1294 hasta 1303, sucesor del octogenario Celestino V, se hizo notoria la decadencia del papado, y, sin embargo, este personaje irascible, arrogante, sin tacto y amador de la magnificencia, hizo grandes y jamás promulgadas reclamaciones en favor de la autoridad papal, pero a menudo salía derrotado en esos esfuerzos por imponer su voluntad. Bonifacio VIII se puso la corona el día en que hizo su atrevida y falaz declaración: "La iglesia tiene un cuerpo y una cabeza, Cristo y el vicario de Cristo, Pedro y el sucesor de Pedro: en su poder hay dos espadas, una espiritual y una temporal; ambas clases de poder están en las manos del romano pontífice". La historia asimismo registra que este personaje practicó la brujería. Pero lo más infame es que profesando ser ateo, en un gesto blasfemo tildó al Señor Jesús de mentiroso e hipócrita, cuando también se dice de él (Bonifacio) que era un homicida y un perverso sexual.

El clero
Es bíblico que todos los creyentes en el Señor Jesús, los hijos de Dios, son sacerdotes para Dios, pero progresivamente y desde antes de mezclarse la Iglesia con el Estado, ésta se venía agrupando en torno del clero guiado y orientado por los obispos, y constituido preferencialmente por ellos. Después que a comienzos del siglo II empezara a diferenciarse el clero de los laicos, con el tiempo se desarrolló un tipo de sacerdocio copiado conscientemente, lo mismo que actos litúrgicos, vestimentas y otras cosas, del sacerdocio judaico de los tiempos pre-cristianos y la influencia del sacerdocio pagano, con la diferencia de que ofrecían sacrificios incruentos en el altar que también habían copiado, y se fue perdiendo la expresión del sacerdocio de todos los creyentes. Cambiaron el orden establecido por Dios, dividiendo a los creyentes en dos clases: una de laicos y otra dotada de vestiduras sacerdotales, mitra y hasta corona y vestiduras reales. Aún antes de que fuera decretada la tolerancia para el cristianismo por parte del Estado, y sumida aún la Iglesia en la negra época de las persecuciones, no pocos obispos se empezaban a interesar por su prestigio personal, a veces inmersos en intrigas y pompas del tipo de los dignatarios imperiales, el mismo poder antagónico que crucificó a Jesús.
Se fue introduciendo en muchas partes del Imperio que en esos imponentes edificios o templos erigidos después de Constantino, hubiera un santuario que contuviera el altar, el trono del obispo y los asientos del clero, todo separado por una mampara para que los laicos no pudieran entrar hasta allá. Los hombres, dejando a un lado lo establecido por Dios de que en cada iglesia local se estableciesen obispos (palabra sinónima de pastor, anciano y presbítero), prefirieron que el cargo de obispo fuese el de un ministro de una gran ciudad, quien tenía un trono (cátedra) para sentarse, y un magnífico templo (catedral), desde el cual ejercía autoridad sobre las iglesias de una región. El desarrollo jerárquico del clero sin duda recibió la influencia de la organización militar que distinguió al Imperio Romano. Contraviniendo los principios bíblicos, con el tiempo, los obispos de las ciudades más grandes, o metrópolis, empezaron a ejercer autoridad sobre los obispos de sus distritos o provincias y se llamaron arzobispos, metropolitanos. Esto oficialmente fue aprobado en el concilio de Antioquía en el año 341. También se erigieron los patriarcas como los de Jerusalén, Antioquía, Constantinopla, Alejandría y Roma.
Por otro lado, el colegio de cardenales también es copiado de las instituciones del Imperio Romano. En Roma a los magistrados sacerdotales les llamaban pontífices, o sea, el que tendía un puente entre los hombres y los dioses mediante ritos. La palabra pontífice viene de las palabras latinas pons, puente, y facio, facere, hacer; luego su significado literal es "constructor de puentes". Al igual que los pontífices del paganismo, los pontífices (cardenales) de la Roma pagana formaban un Collegium presidido por el Pontifex Maximus, cargo que a la sazón ostentaba el emperador de turno.
La palabra cardenal procede del latín cardinalis, fundamental; también dicen que del latín cardo, que significa bisagra, quicio o gozne, y que presuntamente indica la importancia axial de los cardenales en el apóstata sistema católico romano. Entonces los cardenales son una continuación de los sacerdotes paganos de la bisagra de Babilonia a través de Roma, sacerdotes que le servían en Roma al dios Jano, el dios pagano de las puertas y las bisagras, y que por alguna razón se relaciona con el nombre de enero (en inglés, january), mes que abre el año. Aunque el título de cardenal se remontaba a más de mil años, sólo en 1150 se constituyó el Sacro Colegio Cardenalicio. Nada de esto tiene que ver con la Biblia. Téngase en cuenta que en Babilonia había un Concilio de Pontífices.
Como su nombre lo indica, el color de los cardenales es el rojo, y el papa Inocencio IV (1243-1254) aprobó por decreto que el rojo fuese el color cardenalicio porque mediante ese símbolo, como jefes de ese sistema religioso, los cardenales deben mostrarse dispuestos a derramar su sangre por su fe. Pero en el fondo eso obedece a que son considerados príncipes de ese sistema religioso, y el rojo es el color de las vestimentas de los príncipes de las naciones del mundo. Además, lejos de ser por el asunto de la sangre, me inclino a creer que es por el pecado. "Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana" (Is. 1:18). En Apocalipsis 17, la Biblia asocia y simboliza el sistema cristiano apóstata con una mujer ramera vestida de púrpura y escarlata, ebria de la sangre de los mártires de Jesús. Se degeneró tanto la moral en el catolicismo romano, que en la Edad Media, los cargos eclesiásticos, con frecuencia eran vendidos o adjudicados como prebendas o dotes, y que muchas veces las personas beneficiarias no los ejercían personalmente, sino que a su vez los arrendaban a sustitutos por una renta fija. A menudo se daba el caso de que niños de doce años ya eran obispos, cardenales y hasta papas(9).
Bajo la autoridad episcopal estaban los sacerdotes y fueron multiplicadas las parroquias, frente a las cuales había por lo menos un sacerdote residente que administraba los sacramentos y tenía el cargo de cura animarum, o sea, el cuidado de las almas en su parroquia, de donde viene la palabra cura. Al comienzo las ofrendas de los fieles eran voluntarias, pero en las parroquias se terminó por establecer tarifas para los diferentes servicios prestados por el cura (misas, bautismos, casamientos, funerales y otros). Aun en nuestros tiempos persiste el viejo conflicto entre el Estado y la organización eclesiástica y es que el clero sigue constituyendo una clase especial, tiene sus propias cortes de justicia y en muchos países arguye que los gobernantes seculares no lo demande ante tribunales civiles, ni les cobre impuestos.

La Inquisición

Para erradicar las “herejías”, el catolicismo se valió no sólo de cruzadas sino también de la inquisición. En principio, la inquisición no era nueva. Tengamos en cuenta que las palabras inquisitio e inquisitor provinieron de la ley romana y, como mucha parte de la ley canónica, era tradición del Imperio Romano. Elías se queja delante del Señor que el pueblo de Israel había dejado el pacto con Dios. ¿Qué pasó en la Iglesia? Se repitió la historia; se trabajó por otros intereses y otros principios impulsaban el cristianismo, el cual se deslizó por un oscuro túnel, hasta tal punto de crear una verdadera organización destinada a la persecución y aniquilación de los que ansiaban volver a la verdad de Dios. Jezabel, una prefiguración bíblica veterotestamentaria de la iglesia apóstata, destruía a los profetas del Señor, los mataba, y, al contrario, introdujo en la nación una enorme cantidad de profetas paganos (cfr. 1 Reyes 18:4,13,19). Jezabel sabe perfectamente que eliminando a los auténticos profetas del Señor, el pueblo de Dios no recibe la verdadera orientación divina, quedando así vulnerable a los falsos profetas, quienes son expertos en guiar a los creyentes a la idolatría y al adulterio espiritual.
La Sagrada Congregación de la Inquisición, creada por Pablo III en 1542 para combatir la herejía, vale decir los que no están de acuerdo con la política y los postulados cesaropapistas, es conocida aún como Santo Oficio, pese a que su nombre fue cambiado por orden papal en 1965 por el de Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Y ya había antecedentes de la Inquisición desde el siglo XII. Por ejemplo, la historia registra de Inocencio III (1194-1216) que en sus largos veintidós años de papado hizo asesinar a más de un millón de supuestos "herejes". Por más de 500 años fue usada esta infame arma de la Inquisición para lograr mantenerse en el poder. El catolicismo romano se arroga el derecho de decidir lo que es recto, y quien no esté de acuerdo, debe ser eliminado. ¿Es este el método de evangelizar que manda el Señor en Su Palabra?
Durante los períodos de Efeso y Esmirna, los cristianos fueron perseguidos, encarcelados, torturados y muertos por orden del Imperio Romano; pero en el período de Tiatira, en la oscura Edad Media, su suerte es peor, al ser cruelmente perseguidos, encarcelados, sus bienes confiscados, torturados con los métodos más sofisticados y llevados a la horca o a la hoguera, muchas veces por el simple hecho de encontrarles en su poder un ejemplar de la Biblia, todo esto por orden de una institución creada por quien ostenta el título de vicario de Cristo, el dulce Rabí de Galilea, el mismo que dijo: "27Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; 28bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. 29Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues" (Lc. 6:27-29). Por alguna razón ni ellos mismos se han atrevido a canonizar a la reina Isabel la Católica, a Jiménez de Cisneros y a Tomás de Torquemada, principales protagonistas de la Inquisición española, país donde miles fueron llevados a la hoguera por su negativa a "convertirse" y bautizarse a la fuerza.
Los primeros inquisidores fueron elegidos principalmente entre los dominicos y los franciscanos. En la práctica la inquisición tenía al acusado por culpable mientras no se probara inocente, y no gozaba del derecho de conocer a sus acusadores. Hay quienes han calculado que durante los siglos de barbarie, la Inquisición fue responsable de la cobarde muerte de unos cincuenta millones de personas, y ¿a quién se le imputa esos crímenes? ¿Puede acaso una institución abstracta, a diferencia de un individuo, ser juzgada moralmente? Esos crímenes públicos fueron cometidos por individuos que desempeñaban roles y funciones cobijados en una poderosa y tirana institución político-religiosa, constituida por encima de quienes ostentaban el poder político, militar y económico. ¿Hasta el momento alguien ha podido llevar a esta avasalladora institución ante algún tribunal internacional? A la institución culpable de tantos males en la tierra se le ha aplicado el término convenientemente vago de "la Iglesia", con connotaciones obvias, y sin que se confunda con la Iglesia de Jesucristo.
Se dice que a una institución no se le puede juzgar moralmente, pero que sí se le puede juzgar desde el punto de vista de la ideología que la creó y la sostuvo. Respecto de esto, el mundo debe tener conciencia que el cesaropapismo lejos está de tener origen cristiano, y que llegó un momento histórico de su formación en que dejó de ser representativo del auténtico cristianismo bíblico. Tanto se alejó esa institución de los caminos de Dios, tan infiel le ha sido al Señor Jesús, que no ha hecho sino llenarse las manos de sangre, precisamente de la sangre de los seguidores de Jesús, obedeciendo, no los principios bíblicos, sino los que ha dictado el príncipe de este mundo desde sus mentiras edénicas, y "reglamentados" en el confuso paganismo babilónico. ¿Acaso el cesaropapismo representó alguna vez al cristianismo bíblico, ortodoxo y verdadero? ¿Al cristianismo de Pedro y de Pablo? De pronto resulta ilustrativa, a la vez que un poco equívoca con respecto a la salvación del hombre, la siguiente declaración del escritor inglés Aldous Huxley: "La Inquisición quema y tortura con el objeto de perpetuar un credo, un ritual y una organización eclesiástico-político-financiera considerada necesaria para la salvación del hombre"(10).

El Indice
Estrechamente relacionado con la Inquisición o como una de sus actividades, el catolicismo romano elaboró un catalogo de libros cuya lectura prohibió u ordenó corregir, cuando eran contrarios a los intereses de ese sistema religioso. La Congregación del Santo Oficio (Inquisición) redactó en 1557 un documento titulado Índex Librorum Prohibitorum (Indice de los libros prohibidos), con la lista de libros a expurgarse. En enero de 1599, el papa Pablo IV decretó el Index romano o “lista de autores y libros en contra de los cuales la Inquisición romana y universal ordenaba a todos los cristianos se pongan en guardia, bajo pena de castigos y degradación”. Pero antes de esa fecha en otros países habían publicado otros Índices; por ejemplo, en 1571 fue publicado otro en Amberes; otro en Madrid en 1584; en 1588 otro en Venecia, y en 1607, en Roma se publicó la edición especial del catálogo o índice oficial de libros de prohibida lectura.
Por ejemplo, el libro Monarquía, escrito por Dante Alighieri a comienzos del siglo XIV, fue colocado en el Indice de los libros prohibidos por el hecho de declarar que era necesario para la paz y el bienestar de la humanidad el establecimiento de una monarquía universal, la cual había sido asignada al pueblo de Roma, pero que el emperador recibía su autoridad directamente de Dios y no por medio del pontífice romano. También por la misma época fue condenado y colocado en el índice el Defensor Pacis, libro escrito por el médico italiano Marsiglio Mainardino y el francés Juan de Jandún, ambos profesores de la Universidad de París. Este libro, adelantándose a la Reforma, rebatió las pretensiones papales de la supremacía en el Estado y en la iglesia, pues el papado no debe tener jurisdicción sobre las naciones; repudió la idea de un imperio cristiano universal; declaró que Cristo y los apóstoles no reclamaron para sí poder temporal sino que se sometieron a sí mismos y sus bienes al Estado; que el clero debía seguir la norma de absoluta pobreza y que la iglesia no debía ostentar autoridad temporal; que en la Iglesia primitiva no había distinción entre sacerdotes y obispos, y que todos los obispos eran iguales; atacó la idea de la supremacía papal y sus énfasis en los privilegios del clero y su arrogación del dominio sobre el santo imperio romano. Los libros del humanista Erasmo de Rotterdam fueron puestos en el Indice porque discrepaba con quienes se oponían a que las Sagradas Escrituras fuesen leídas por el pueblo.

Jesuitas
También se considera históricamente relacionada con la Inquisición la orden religiosa de los Jesuitas, punta de lanza de la reforma católica. Esta controvertida orden religiosa masculina ocupa el lugar más importante, prominente y prestigioso del sistema católico romano. Fue fundada en 1540 por el aristócrata vasco Iñigo (Ignacio) de Loyola, con el nombre de Sociedad de Jesús, con el objeto de detener el avance y combatir al protestantismo durante el proceso de la Contrarreforma. Para nadie es un secreto que los jesuitas fueron los principales agentes para repeler los avances del protestantismo, y sus actividades hicieron que la sociedad fuera temida tanto por católicos romanos como por protestantes. Han sido mirados con sospecha, recelo y creciente antagonismo incluso por los círculos romanos como los miembros de otras órdenes religiosas y muchos del clero secular, y han sido considerados por muchos estadistas como baluartes del oscurantismo. Desde sus orígenes, la Sociedad de Jesús se ha preocupado por atraer a los jóvenes mejor dotados de todas las épocas.
A través de los siglos, los jesuitas se han caracterizado por su lealtad al papa romano, excepto en nuestros días, en que los veintisiete mil miembros de la orden han venido a ser importantes actores de enfrentamiento y se han visto envueltos en soterradas controversias relacionadas con el dogma ortodoxo del sistema católico romano, y después de cuatrocientos cincuenta años de historia, los jesuitas enfrentan muchos enemigos aun dentro del Vaticano. Por mucho tiempo se han dedicado aparentemente y de fachada a las labores misioneras y educativas, medios desde los cuales pueden influir poderosamente y manejar el timón de los resortes neurálgicos de la sociedad. No ha sido ninguna casualidad que los jesuitas se hayan dado a la tarea de educar personajes del tipo de Moliere, Voltaire, Descartes y James Joice, por mencionar algunos. Muchos de sus miembros usaron de intrigas políticas para lograr sus fines. Los jesuitas son expertos en entremeterse en la política de los estados, y apoyar movimientos izquierdistas o francamente comunistas, en el marco de la llamada "teología de la liberación", como en el caso de Nicaragua, donde apoyaron a los revolucionarios socialistas a hacerse con el poder, estando estrechamente vinculados a movimientos semejantes en Guatemala y El Salvador.
Para nadie es un secreto los vínculos que algunos han tenido con la guerrilla colombiana. En muchos países, incluido Colombia, a los jesuitas los han expulsado por su abierto intervencionismo en los asuntos del Estado. En 1759 fueron expulsados de los dominios portugueses; en 1764, de Francia y sus colonias; en 1767, de España y Nápoles. En 1773 y por casi durante una generación estuvieron suprimidos por el papa; solamente restaurados plenamente en 1814. En Estados Unidos de América se opusieron a la guerra del Vietnam y echaron fuego en el procesamiento de Nixon en el sonado caso de Watergate. Ellos acostumbran sembrar el caos para buscar la desestabilización de los Estados y luego demandarlos ante las organizaciones internacionales del tipo de Amnistía Internacional, y para llevar a cabo sus propósitos suelen participar activamente en actos de desobediencia civil y llevar la voz cantante atizando la caldera en las pugnas entre los bandos contrarios de los partidos políticos. Es bien conocido el hecho de que en ciertos círculos del catolicismo como los jesuitas se han destacado figuras abanderadas con la “teología de la liberación”, una desviación teológica que surge hablando de una llamada "nueva iglesia", nacida del pueblo, dotada de nuevos argumentos, y que centra su atención en la supuesta liberación de las clases menos favorecidas de los países del tercer mundo, de sus opresores imperialistas. La teología de la liberación tiene su propio dios, diferente al Dios bíblico y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Es un dios panteísta que se inclina a preferir a los pobres, de acuerdo con los postulados y la concepción teogónico-teológica hegelianos, entre otros, del franciscano peruano Gustavo Gutiérrez. Muchas cosas se pueden esperar de este poderoso cuerpo religioso que, como afirman algunos, por su casuística suele confundir la verdad con la mentira.

Escolasticismo
De 950 a 1350 surgió en Europa occidental el escolasticismo, o teología escolástica, que se asocia con el conocimiento de hombres eruditos de la época. El escolasticismo fue un movimiento de resurgimiento de la filosofía griega debido a las traducciones al árabe y luego al latín hechas por judíos y mahometanos. Algunos definen la escolástica como un conjunto de sistemas filosóficos cuyo espíritu está teñido de religiosidad, pues tiene como tema fundamental la relación de la teología con la filosofía (incluye proposiciones metafísicas, teológicas, lógicas, etc.), y en la cual se le da la primacía a la teología, pero teniendo como fundamento y razón a la filosofía, particularmente la aristotélica y la platónica, heredada del mundo grecorromano pre-cristiano.
Los escolásticos tenían la finalidad de encontrar la relación entre la fe y la razón. Ese renovado interés hacia el estudio de la filosofía tuvo alguna relación también con el avivamiento del misticismo pietista que surgió a principios del siglo XII. Pero, ¿tendrá alguna relación la razón y sus connotaciones lógica y metafísica con la fe en los propósitos de Dios y lo que ha dado en el largo proceso de la revelación que culminó en Cristo? Debemos tener en cuenta que Aristóteles no mencionaba a Dios, y para él la “primera causa” era el principio de la existencia, no un ser personal, y describía al universo como eterno.
Alberto Magno y Tomás de Aquino trataron de reconciliar el conocimiento material aristotélico con la revelación suprema del cristianismo, dando lugar al llamado movimiento escolástico. Que los escolásticos hayan hecho alguna contribución original al estudio de la exégesis y de la teología bíblica es muy dudoso, pero ese afán de los escolásticos de reconciliar el dogma con la razón los llevó a establecer un sistema ordenado de doctrina, lo que en algunos de sus exponentes más conspicuos se conoce como sumas teológicas, como la de Tomás de Aquino. Su contribución puede traducirse mayormente a preparar el camino para los reformadores.
Para la mayoría de los escolásticos, la fe era primordialmente el asentimiento intelectual, más que la plena confianza en Dios. El escolasticismo y aun el neoescolasticismo entró prácticamente en la obsolescencia en los medios filosóficos y teológicos contemporáneos, aun dentro del catolicismo romano. Relacionamos a continuación un somero perfil de las principales figuras del escolasticismo en la Edad Media.

Anselmo (1033-1109). Nació en Aosta (Italia). Protagonista del avivamiento monástico en Normandía. A la edad de 60 años fue hecho arzobispo de Canterbury por Guillermo Rufus en una época de fuerte dominio de los laicos sobre los asuntos eclesiásticos, y por estas razones y por apoyar las reformas del papa Hildebrando, como el asunto de las investiduras y el celibato clerical, se vio en conflicto con Guillermo II de Inglaterra (Rufus) y su sucesor Enrique I, por lo que ambos llegaron a desterrarlo.
Anselmo fue llamado “un segundo Agustín”, y gran parte de sus obras fueron escritas en el monasterio de Bec, Normandía, y se componen de: obras sistemáticas, oraciones y meditaciones y cartas. Sostenía que los dogmas mayores del cristianismo (creencia en Dios, la naturaleza de Dios, la Trinidad, la inmortalidad, la encarnación, muerte y resurrección de Cristo) podían ser alcanzados por la razón. De hecho fue un precursor del renacimiento teológico en occidente, poniendo las bases para el estudio de la teología escolástica. Sus obras teológicas más prominentes fueron:
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Monologium (Un soliloquio), es una meditación acerca de Dios. Sin apelar a la Biblia, trata de probar y describir la Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo.
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Proslogium (Un discurso), es una exposición de lo que a menudo se llama un argumento ontológico de la existencia de Dios. Anselmo fue el primero en hacerlo.
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Cur Deus Homo (Por qué Dios se hizo hombre), sobre la encarnación y la propiciación. Por la encarnación en María, Jesucristo, plenamente Dios y plenamente hombre y sólo Él, pudo hacer la necesaria satisfacción mediante Sus padecimientos y Su muerte, y hacer posible que Dios perdonase al hombre sin hacer violencia al equilibrio moral del universo. Se opuso al antiguo punto de vista sostenido desde los tiempos de Orígenes de que Cristo tuvo que pagar un rescate al diablo. Enseñó que Cristo murió para salvarnos mediante un sacrificio expiatorios.
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La procesión del Espíritu Santo (sobre la concepción virginal y el pecado original).
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De concordia.
Hasta el final de su existencia luchó Anselmo con el complicado interrogante de cómo conciliar el libre albedrío del hombre con la omnisciente presciencia y la predeterminación de Dios.

Pedro Abelardo (1079-1142). Teólogo y filósofo escolástico, nacido en Pallet, al norte de Francia. Este intrépido personaje fue el pensador más valeroso de la Edad Media, en un período de agitación intelectual. Puede considerarse como el fundador de la universidad de París. Era un cristiano sincero, pero estaba convencido que era la función de la razón, con el uso de la lógica aristotélica, refutar el error y enseñar la verdad recibida por medio de la revelación y aceptada por la fe. Entendía que el Verbo es la sabiduría (sofía), y los filósofos eran los amigos de la sabiduría; decía que los hombres lógicos son los hombres del Verbo (lógico de logos).
Son famosos sus amores con Eloísa, la sobrina de Fulbert, canónico de la catedral de Notre Dame en París, con quien tuvo un hijo ilegítimo, por lo cual se casaron secretamente, pero Fulbert, enfurecido por los acontecimientos, lo hizo castrar por mano de unos malhechores, y debido a toda esa oposición, ambos decidieron hacerse monjes.
Uno de sus libros más famosos fue Sic et Non (Sí y No), escrito en 1122, en el cual puso de acuerdo textos aparentemente contradictorios de las Sagradas Escrituras. Para Abelardo había perfecto acuerdo entre la fe y la razón. Era defensor del libre albedrío; insistía en las buenas obras más que en la obra expiatoria de Cristo en la cruz; además, se aproximaba al monarquismo modalista o patripasionismo, pues afirmaba que «Dios, como poder, es Padre; como sabiduría, es el Hijo; como amor, el Espíritu», exponiéndose en consecuencia a la acusación de sabelianismo. En sus enseñanzas veían tintes de arrianismo y nestorianismo, pues afirmaba que «Cristo es el hombre asumido por el Logos», acercándose demasiado al concepto de las dos personalidades sostenido por el nestorianismo. Enseñó que el Señor había muerto como mártir sólo para darnos ejemplo. Sus doctrinas teológicas y éticas fueron condenadas en el concilio de Soissons (1121) y en el de Sens (1141).

Hugo de San Víctor (1096-1141). Hijo de un conde sajón, pasó casi toda su vida como miembro de una comunidad de los canónigos agustinos de San Víctor en París, donde se desempeñó como profesor. Habiendo recibido la influencia filosófico teológica de Boecio, escribió varias obras incluyendo comentarios exegéticos bíblicos, sobre el sistema de Agustín, sobre la vida moral, el camino de los místicos y varios temas de fondo teológico.
Su mayor tratado De Sacramentis Fidei Christianæ (De los sacramentos de la fe cristiana), es un examen teológico que compendia la creación, Dios y la Trinidad, la caída del hombre, el pecado original, la encarnación y los sacramentos. Como figura notable del escolasticismo, Hugo dividió el conocimiento en dos ramas, la teología y la filosofía y hace sus disquisiciones acerca de la razón. Curiosamente dice que el hombre dispone de tres conductos u órganos mediante los cuales recibe el conocimiento: El ojo físico, el ojo de la mente, y el ojo del espíritu, y a lo que se percibe por el ojo del espíritu él lo llama la contemplación; pero a su manera está afirmando las tres partes del hombre: cuerpo, alma y espíritu.

Pedro Lombardo (1100-1160). Este contemporáneo de Abelardo, Bernardo de Claraval y Hugo de San Víctor, nació en Novara (Lombardía), estudió en Bolonia y Reims y enseñó en la escuela de la catedral de París, y en sus postreros años fue nombrado arzobispo de París. Fue influido por Abelardo y Hugo de San Víctor, y profundamente deudor de los aportes de Agustín, Juan Damasceno y Graciano el canonista. Fue conocido como «el padre de la teología sistemática» y como el “maestro de las sentencias” debido a sus famosas Sentencias, el libro de texto más usado en las facultades de teología del medioevo, cuyo título era Quatuor Libro Sententiarum, o Cuatro Libros de Sentencias, saturados de citas de los llamados padres de la Iglesia, cuyo contenido es:
1º - Dios, Su naturaleza, la Trinidad, los atributos de Dios, la predestinación.
2º - La creación de Dios, los ángeles, el hombre, el libre albedrío, la necesidad de la redención.
3º - La obra de la redención efectuada por Cristo, la cuestión de si Cristo era plenamente humano, los frutos del Espíritu y las siete virtudes cardinales. Un error que Lombardo tuvo consistió en que en materia cristológica prácticamente niega la humanidad de Cristo, pues afirmaba que «el Logos tomó la naturaleza humana sólo como una vestidura para hacerse visible ante los ojos de los hombres».
4º - Los sacramentos y la escatología. Fue uno de los primeros en afirmar que los sacramentos eran siete, sistematizando de esta manera algo que no tiene respaldo bíblico, pues de acuerdo con la Palabra de Dios el Señor sólo dejó dos ordenanzas: el bautismo y la santa cena. Contribuyó a la dogmatización de la creencia en la eficacia de los sacramentos como generadores o causantes de la gracia, asunto este sostenido aún en los círculos católico-romanos.

Buenaventura (Juan de Fidanza) (1221-1274), llamado el doctor seráphicus. Superior y reformador de los franciscanos a la muerte de Francisco de Asís, convirtió a esa orden religiosa en un instrumento al servicio del papado. Llegó a ser obispo de Albano cardenal, y fue responsable por la elección de Gregorio X en 1271. Hay quienes lo catalogan como un místico influido del neoplatonismo a través de Agustín y los escritos atribuídos a Dionisio el Areopagita. Conocía y hacía uso de la dialéctica escolástica. Otras corrientes lo tienen como un político y hombre de mundo, pero sus obras teológicas han sido consideradas importantes en su contexto histórico.

Alberto Magno (1200-1280), llamado también doctor universalis. Nació en Alemania, pero estudió en varios centros culturales, incluyendo algunas ciudades italianas, llegando a ser uno de los ingenios más universales de su siglo, aún mayor que su discípulo Tomás de Aquino, pues sus conocimientos abarcaron la arquitectura, la alquimia, la filosofía, la botánica y la teología. Con Aquino, se les considera los dos más prominentes pensadores dominicos. Conocía el pensamiento neoplatónico y aristotélico, y en su obra Teodicea, o Tratado de Dios, se muestra influido, además, por la escuela de Agustín de Hipona y los filósofos judíos y árabes. Se dice que su pensamiento tiene tendencias panteístas.

Tomás de Aquino (1224-1274). Llamado el doctor angélicus y doctor communis, y considerado el teólogo más importante del escolasticismo. Nació en Rocaseca, cerca de Montecasino, hijo del conde de Aquino y emparentado con la casa imperial de Hohenstaufen. Este dominico estudió en París y Colonia con Alberto Magno. Era tan callado y corpulento cuando estudiante que le llamaban “el buey mudo”, pero Alberto decía: “un día este buey llenará al mundo con sus mugidos”. Enseñó y escribió en varios países: Francia, España, Italia, donde fue miembro de la corte papal. Bajo la influencia de la teoría aristotélica y convencido de que la fe y la razón no se contradecían, sino que se apoyaban mutuamente, intentó sintetizar la teología y la filosofía, fe y razón, naturaleza y gracia, bajo la suposición que provenían de la misma fuente, Dios. Más bien difería de Agustín y su estructura neoplatónica.
Fue un escritor ubérrimo, pero sus dos obras cumbres y representativas de su pensamiento son su Summa Contra Gentiles y su Summa Theologiæ, que dejó incompleta debido a su prematura muerte a la edad de 49 años. La Summa Theologiæ, o Suma Teológica fue la obra magna de la escolástica, considerada por mucho tiempo por sacerdotes y teólogos católicos, casi de igual valor que las Sagradas Escrituras.
No obstante su aristotelismo, para Tomás de Aquino no toda la verdad ha de ser alcanzada por la razón, también por la revelación de Dios, asimilada por la fe en relación con el sentir y la voluntad. Para él la existencia de Dios puede demostrarse por el conocimiento que obtenemos por nuestros sentidos y nuestra razón. No fue un innovador de doctrina alguna, sino un exponente sistemático de la teología católica oficial de su tiempo. Los discípulos de Aquino se enredaron en vanas disquisiciones dando a veces más importancia al mero raciocinio que a la revelación divina. En materia de cristología, puede afirmarse que Tomás de Aquino seguía la línea tradicional mantenida a través de los concilios, pero concordada con Pedro Lombardo en afirmar que el Logos-persona había tomado para sí naturaleza humana impersonal.

Juan Duns Escoto (1264-1308), llamado el Doctor Súptilis. Este franciscano nació al sur de Escocia y estudió en París donde recibió el doctorado en teología, y fue catedrático en Oxford. Murió en Colonia teniendo un poco más de 40 años. Crítico y oponente de Aquino entre la fe y la razón, pues para él es imposible comprobar doctrinas claves por medio de la razón. Afirmaba que las mayores creencias cristianas deben ser creídas solamente sobre la base de la autoridad de la iglesia o de las Escrituras. Debemos tener en cuenta que para Aquino la voluntad de Dios obra de acuerdo con la razón, aun de la humana, en cambio Duns Escoto se inclina por la libertad y soberanía de la voluntad de Dios, y no atado a la razón, aunque no pensaba en Dios como caprichoso, ni como creador de caos, pero fue Su voluntad perfecta la que creó el universo y no Su razón ni Su mente. Su teología de la justificación descansaba en la acción arbitraria de Dios, quien decide imputar la justicia a los hombres; pero este concepto corre el peligro de considerar a la pasión de Cristo como no realmente necesaria.
En materia de Cristología, Duns Escoto tenía claridad sobre la encarnación del Verbo y la existencia de las dos naturalezas, la divina y lla humana, en la única Persona del Señor, pero que la naturaleza humana está subordinada a la divina, pero ésta no es limitada por su relación con la naturaleza humana.

Guillermo de Occam (1300-1349). Nació en Surrey (Inglaterra). Este radical, rebelde y controversista seguidor de Duns Escoto, contribuyó al derrumbamiento del escolasticismo, sobreviniendo la consumación entre la fe y la razón, argumentando que los dogmas del cristianismo, aun los fundamentales como la existencia de Dios y la inmortalidad del alma, no pueden ser probados por la razón y la lógica, sino aceptados por la fe y creídos debido a que están contenidos en la Biblia, pues no se puede conciliar la sabiduría humana con la sabiduría de Dios, entre las cuales hay un abismo insondable.
Ya lo dice Pablo que para los sabios de este mundo, incluídos los filósofos griegos, la cruz era una necedad. La fe se basa en la revelación de Dios aparte de toda prueba de la razón y del intelecto humanos. Occan se distinguió también por haber liderado un fuerte ataque contra el poder político papal, trabajando por la separación e independencia entre el Estado y la iglesia, declarando asimismo que el papa es un hombre falible como todos los mortales, y que no tiene poder para agregar nuevos artículos de fe. Los escolásticos se esforzaron por conciliar la filosofía griega con la cruz y lo que ella representa, y ante su impotencia, este movimiento no sobrevivió el medioevo, salvo un eventual resurgimiento a principios del presente siglo, conocido como neoescolasticismo, de efímera existencia.

Las indulgencias
Surge en la época de la escolástica el desarrollo de lo relacionado con las indulgencias, algo que tenía sus raíces en las anteriores centurias del cristianismo, particularmente con el papa Gregorio I el Grande, asociadas con creencias heredadas de la religión babilónica y las filosofías griegas. A raíz de la dogmatización del “sacramento” de la penitencia, el sacerdote se encargaba de imponer la disciplina por los pecados perdonados, y esas disciplinas se catalogaban conforme la gravedad de la ofensa, y que oscilaban entre el ayuno, las peregrinaciones (al Vaticano, a Tierra Santa u otros lugares catalogados como santuarios), autoflagelación, pero también incluía las dádivas al clero, lo cual ocasionó el desarrollo de la teoría y de la práctica de las indulgencias, que fueron en los tiempos de Lutero el florero para que se encendiera la llama de la Reforma.
Las indulgencias al principio se limitaban a donaciones a monasterios y parroquias. El sistema católico empezó a enseñar que si las penas “temporales” no se cumplían en esta vida, serían cumplidas o sufridas después de la muerte, en un imaginario lugar llamado “purgatorio”, acerca de lo cual había hablado tentativamente Agustín de Hipona, doctrina que afirmó el papa Gregorio Magno y que llegó a ser parte de la teología medieval. Incluso Agustín mencionó cierto beneficio que las almas muertas podían recibir de la misa, y eso dio pie para que las oraciones, las misas y las indulgencias por los muertos llegaran a ser práctica común en la iglesia apóstata.
Fue así como en el siglo once, en pleno apogeo escolástico, comenzaron a conceder indulgencias plenarias, y eso equivalía a la remisión de todas las penas temporales por los pecados, y la persona que la recibía ya no tenía que sufrir en el purgatorio, sino que al morir iba directamente al cielo, o sea, que el pontífice romano pretendía tener y aun delegar en los obispos la facultad de omitir el castigo temporal por los pecados. Históricamente el primero en conceder las indulgencias plenarias fue el papa Urbano II a los que se alistaran en la primera cruzada, y a los que la apoyaran con sus donativos. Pero causa curiosidad que gente pensante de la talla de teólogos escolásticos como Alberto Magno, Tomás de Aquino y Alejandro de Hales llegaran a desarrollar el principio de “la tesorería de la iglesia” que, teniendo en poco la obra completa de Cristo en la cruz, consistía en la peregrina idea basada en que los apóstoles, la virgen María y los santos mártires habían hecho más de lo necesario para asegurarse la vida del cielo, acumulando así un superávit de merecimiento ya enriquecido por lo que Cristo había hecho. Era tratado como un tesoro especial de la iglesia, y que ella repartía por medio de los sacramentos. ¿Estaba el Señor de acuerdo con todo eso? No. Su Santa Palabra dice que:
12A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; 13los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:12-13).
16Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. 17Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. 18El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:16-18).
De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna” (Jn. 6:47).
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Ro. 5:1).
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8-9).
De gracia recibisteis, dad de gracia” (Mt. 10:8b).
La dádiva (el regalo) de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 6:23b).
Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Ro. 8:1).
De las anteriores citas bíblicas se puede colegir que una persona no puede salvarse por las formas u observancias externas, ni por los méritos personales ni propios ni ajenos, sino por la obra redentora del Señor Jesús, y sólo por ella, y para que por la fe venga Dios a morar dentro del hombre por Su Espíritu. En su tesis número 62, Lutero dice que “el verdadero tesoro de la Iglesia es el sacrosanto evangelio de la gloria y de la gracia de Dios”. Entonces, ¿qué hacer con semejante superávit de merecimiento que se desperdiciaba en el cielo? Fácil; al papa romano supuestamente le había sido concedido aprovechar y transferir parte de dicha riqueza a fin de reducir y aun cancelar la cantidad de buenas obras exigidas a los pecadores penitentes, como satisfacción por sus ofensas. Sólo faltaba la aprobación oficial del Vaticano, la cual fue dada por Clemente VI en 1343.
Es necesario tener en cuenta que fue tan impresionante la estructura teológica de Agustín, que desafortunadamente la iglesia apóstata sólo aceptó una parte de sus conceptos y doctrinas; me atrevo a decir que aceptó sólo esa parte que necesariamente no estaba sustentada por la Palabra de Dios, o si estaba fue lamentablemente tergiversada. Damos algunos ejemplos. Hemos mencionado que Agustín afirmaba que tanto los sacramentos como la Palabra de Dios servían como medios de gracia; de eso la iglesia apóstata puso el mayor énfasis en los sacramentos hasta el día de hoy. Agustín había hecho alguna diferenciación entre la iglesia como institución visible y la iglesia como la comunión de los predestinados, de los que tienen el Espíritu; la iglesia apóstata no llegó a negar la segunda, pero puso mayor énfasis en la primera, y hay muchos otros ejemplos, hasta que todo se fue institucionalizando por el lado enfatizado.
Todo este montaje y enredo de las indulgencias fue ignorado por los cristianos primitivos; y no es difícil imaginar el paralelo tráfico de influencias que se generaría por parte de algunos penitentes buscando influyentes palancas entre los eclesiásticos a fin de que intercedieran ante las altas esferas de la clerecía para que por medio de las indulgencias se les redujera el período de prueba. De todo esto podemos concluir fácilmente que al instituir las indulgencias pagadas como válidas también para el mundo invisible, en su momento era necesario complementarlo con lo del “purgatorio”, las misas por los difuntos, y el culto de los santos.
Pero Dios suscitó personas valientes como Antonio, arzobispo de Florencia, que se atrevió a escribir: “No poseemos ningún testimonio en las Escrituras o en los Padres para probar las indulgencias, sino solamente la autoridad de algunos autores modernos”(11). Juan de Wesel, eminente profesor y rector de la Universidad de Erfurt, donde años más tarde estudió Lutero, en el año 1481 murió condenado por hereje por haber enseñado que las indulgencias eran un engaño piadoso, que el laicado debería participar de la copa en la eucaristía y que la autoridad de la Biblia estaba por encima de los papas y concilios.
Juan XXII, quien ocupó el cargo de papa en su corte en Aviñón, estableció una constitución relacionada con las taxæ sacræ pænitentiaræ(12), a fin de obtener ganancias con los pecados de los religiosos. Ejemplos: Eclesiástico que pecaba carnalmente con una monja, con una pariente o con una mujerzuela; por la absolución debía pagar 67 liras de oro y 12 sueldos. Por actos bestiales debía pagar 200 liras. Por actos con niños o animales y no con hembras, 100 liras. Una monja que se hubiere entregado a varios hombres, al mismo tiempo o en diferentes ocasiones, dentro o fuera del convento, y que después aspirara a ser abadesa, debía pagar para obtener el perdón papal, 131 liras de oro y 15 sueldos. ¿Cuántos papas se involucraban en este comercio de indulgencias y perdón de pecados?
También existe un libro que escandalizó a Martín Lutero, titulado Taxa Cameræ(13) seu Cancelleriæ Apostolicæ(14), donde León X, a la sazón pontífice en tiempos de Lutero, estipula la tarifa a pagarse para obtener del papa el perdón por cualquier clase de pecado. He aquí algunos pecados con sus correspondientes precios:
Impureza ................   27 liras
Adulterio.................   87 liras
Homicidio de un sacerdote con penitencia pública....................    27 liras
Homicidio de un sacerdote con penitencia privada.....................   63 liras
Por matar un obispo ...........   131 liras
Concubinato de un sacerdote.............    21 liras
Una mujer que bebe un brebaje para provocar un aborto ................   1 ducado y 6 carlines
Violación de un juramento en relación con asuntos civiles....................    7 liras
Matrimonio en primer grado de parentesco    .................1.000 liras
Por un soldado de la causa católica que no aceptó a matar a un hereje ...............   36 liras.

¿La Reforma le puso fin al comercio de las indulgencias? No; la institución romano papista la puso en vigencia hasta los tiempos contemporáneos. En la última sesión del concilio de Trento fue aprobado el decreto sobre las indulgencias. Entonces ya no sólo tuvo aprobación papal sino también aprobación conciliar. Todavía en el siglo XX, el sistema católico romano suele presentar ciertos medios para alcanzar la gracia de Dios, como los sacramentos, incluyendo la confesión y la penitencia; las indulgencias, aunque parezca un anacronismo; la mortificación de la carne puede que la hayan “desdogmatizado”, pero la siguen tolerando, y aún la practican en los conventos y seminarios; todavía queda en el ambiente ese tufillo de que una persona por el hecho de ingresar en una orden religiosa de hecho es matriculada en una privilegiada élite espiritual, de gente especial delante del Señor.

La condición de Tiatira no mejorará
"He aquí, yo la arrojo en cama, y en gran tribulación a los que con ella adulteran, si no se arrepienten de las obras de ella" (v.22).
Cuando la Iglesia decidió mezclarse con el paganismo, le fue infiel al Señor, hubo adulterio, fornicación, esto es, confusión, entonces la iglesia de Tiatira cayó en una grave condición espiritual. Es arrojada en cama a causa de una enfermedad incurable, y sobreviene gran tribulación para los que adulteran con ella, tribulación por cierto diferente a la que la Iglesia ha sufrido a lo largo de su existencia desde el día de Pentecostés, y diferente también a la que sobrevendrá sobre todos los moradores de la tierra (cfr. Mateo 24:21). Nótese que ella no se arrepiente; ese sistema seguirá apartado de Dios hasta los días postreros, pero el Señor llama a que se arrepientan los que adulteran con ella, a que se arrepientan de las obras de ella. Los que adulteran con ese sistema deben arrepentirse de las obras de ese sistema. El sistema católico romano no se contaminó sólo en el pasado romano; ha seguido contaminándose a largo de toda la historia, absorbiendo y asimilando todos los rasgos del paganismo y las cosas relacionadas con la idolatría en dondequiera que va. Por ejemplo, asimiló la Navidad y todas las fiestas paganas babilónicas y europeas y sacratiza todos los rituales indígenas en las tierras en las que tiene influencia.
Vemos entonces que en tiempos de Tiatira se ha perdido la expresión de muchas cosas que el Señor dejó en Su Iglesia, como el sacerdocio de todos los creyentes, la vida en el Espíritu, la expresión de la vida del Cuerpo y la Iglesia como templo vivo de Dios, cambiado por la construcción de grandes templos materiales; también se había perdido lo de un candelero en cada localidad, fue prohibida la lectura de la Biblia y se ocultó la doctrina de la salvación por gracia por medio de la fe. Desde la edad del oscurantismo con sus conversiones superficiales y bautismos en masa, su carga de superstición y creencias en astrología, aún en nuestro tiempo se sigue empleando cierto tipo de ceremonias religiosas, “sacramentos” y símbolos externos asociados con el fetichismo como medios mágicos para evitar el desastre y lograr objetivos deseados.
Asimismo vemos cómo surgieron hombres paganos que se enseñorearon de la grey del Señor bajo un falso ropaje. Para nadie es un secreto, y menos para ellos, que el papado es una institución profana, y los papas, lejos de ser vicarios de Cristo y sucesores de Pedro, no son sino sucesores directos de un sacerdocio pagano, muchos de ellos cargados y convictos de fornicación, sodomía, adulterio, asesinato, violación, borracheras, intrigas, y hasta satanismo, que a menudo han sido de todo menos los hombres santos que han proclamado ser.
No es el propósito de este libro entrar en detalles, pero se han escrito miles de libros refiriéndose a esa institución y sus inmoralidades, con minuciosos detalles y nombres propios de los protagonistas, y querer negar esos hechos históricos aun de los tiempos contemporáneos, es como pretender tapar el sol con los dedos, como se dice. Hay una larga y negra lista de esa clase de romanos pontífices de la oscura Edad Media. En este versículo la Biblia nos dice que en la gran tribulación serán halladas personas en la cristiandad en el estado de Tiatira, es decir, asociadas o vinculadas con el estado del sistema religioso católico romano y con los sistemas religiosos de tipo denominacional de él derivados, que han querido emular al catolicismo romano en sus ritos o algún aspecto de liturgia, diferencia entre clero y creyentes laicos, prebendas del poder temporal, reverencia excesiva a los pastores, templos hechos con manos humanas, efectos de sonidos y luces para manejar anímicamente a las masas, etcétera.
Hay en este momento un llamado del Señor para que las personas que están allí enredadas se arrepientan, se desvinculen de ese sistema, y se afiancen en el Señor, y dentro de las cuatro que permanecerán hasta la venida del Señor, busquen la iglesia que el Señor no condena, Filadelfia, para que busquen el estado del cristianismo que representa a la iglesia bíblica.

El juicio de la Gran Ramera
"Y a sus hijos heriré de muerte, y todas las iglesias sabrán que yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras" (v.23).
En la Palabra de Dios está previsto un juicio y una sentencia contra el cristianismo apóstata e infiel, "la gran ramera, la que está sentada sobre muchas aguas; con la cual han fornicado los reyes de la tierra, y los moradores de la tierra se han embriagado con el vino de su fornicación"(15). El sistema católico romano ha continuado exactamente la misma táctica empleada por el paganismo babilónico de todos los tiempos, de dominar a los mismos sistemas políticos y a los gobernantes de las naciones, práctica que viene operando desde Asiria, Egipto, Babilonia, Medo-Persia, Grecia y el Imperio Romano. El romanopapismo en toda su historia lo ha practicado, y lo hará aun con el mismo Anticristo por un poco de tiempo.
"3Y me llevó en el Espíritu al desierto; y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos. 4Y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas, y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación; 5y en su frente un nombre escrito, un misterio: Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra. 6Vi a la mujer ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús; y cuando la vi, quedé asombrado con gran asombro" (Ap. 17:3-6).
La bestia representa al sistema de gobierno de las naciones sobre el cual se sienta, ha dominado, el sistema religioso babilónico, y en particular se refiere al que ha surgido de la mezcla del paganismo con el cristianismo romano, y a la que la Palabra llama la gran ramera. Se ha adornado de oro, piedras preciosas y perlas; pero eso es una apariencia, no es su edificación sólida e interior; es sólo una fachada superficial y atrayente, pero que bajo ese ropaje oculta las profundidades de Satanás. Se ha hecho reina y se ha vestido de vestiduras reales, se ha hecho rica y poderosa, pero ha derramado mucha sangre de los santos mártires de Jesús y la Biblia anuncia su fin, su muerte. ¿Cuándo será ese fin de la ramera? ¿Quién destruirá la ramera? La Palabra de Dios dice que las mismas naciones que le dan el poder a la bestia, sobre las cuales ha dominado el papado, éstas se encargarán de destruir al gran sistema católico romano, y parece que esto ocurrirá sin fórmula de juicio.
"Y los diez cuernos que viste en la bestia, éstos aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y la quemarán con fuego" (Ap. 17:16).
Claro que hasta última hora, aun en tiempos del anticristo, ese sistema religioso estará confiado en su poder, sus influencias y sus riquezas, y jamás espera algo semejante. Pero Dios ha determinado que ese sea su fin "5porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades. 6Dadle a ella como ella os ha dado, y pagadle doble según sus obras; en el cáliz en que ella preparó bebida, preparadle a ella el doble. 7Cuanto ella se ha glorificado y ha vivido en deleites, tanto dadle de tormento y llanto; porque dice en su corazón: Yo estoy sentada como reina, y no soy viuda, y no veré llanto; 8por lo cual en un solo día vendrán sus plagas; muerte, llanto y hambre, y será quemada con fuego; porque poderoso es Dios el Señor, que la juzga" (Ap. 18:5-8). Es la ramera porque en lugar de tener relaciones espirituales con el Rey del cielo, se ha echado en los brazos de los reyes o gobernantes de la tierra.
Porque todas las naciones han bebido del vino del furor de su fornicación; y los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido de la potencia de sus deleites” (Ap. 18:3).
Téngase en cuenta que la Iglesia de Jesucristo no es de este mundo. “14Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 16No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Jn. 17:14,16). De manera que Su Iglesia no debe establecer compromisos con el mundo, ni comprometerse en intereses políticos y económicos. Al hablar del falso sistema eclesiástico profesante, notemos que Egipto simboliza el mundo de donde salimos y el desierto que pasamos, y Dios es clemente aun con Egipto (Is. 19:22-25), pero Babilonia representa la religiosidad natural y un sistema espiritual de origen satánico. Téngase en cuenta que un creyente puede ser pasado de Egipto directamente a Babilonia (Hch. 7:42-43), sistema que será destruido para siempre (Is. 14:23; Ap. 18:21).
Dice Olabarrieta: “Los hijos que tuvo Jezabel son la jerarquía eclesiástica con el papa a la cabeza, y a éstos sí les dará muerte”(16). Históricamente se sabe que el sistema católico romano sufrió un duro revés cuando muchos de sus seguidores encontraron la muerte durante las famosas cruzadas a Tierra Santa, y más tarde durante las guerras que sobrevinieron después de iniciada la Reforma. A raíz de esos duros golpes comenzó una decadencia de la cual no ha podido sobreponerse, o por lo menos no ha vuelto a ser lo que fue antes de la Reforma.

El remanente de Tiatira
"24Pero a vosotros y a los demás que están en Tiatira, a cuantos no tienen esa doctrina, y no han conocido lo que ellos llaman las profundidades de Satanás, yo os digo: No os impondré otra carga; 25pero lo que tenéis, retenedlo hasta que yo venga" (vv.24-25).
En tiempos de la Jezabel veterotestamentaria, después de haber matado a espada a todos los profetas de Baal, el profeta Elías recibe un mensaje de Jezabel en el sentido de que sería eliminado por ella así como él había hecho con los profetas paganos. Ante semejante peligro, el profeta de Dios huyó para salvar la vida, pero por otro lado se sentía abatido y deseaba morirse, por lo que le pedía a Dios que le quitara la vida, pero habiéndose metido en una cueva para pasar la noche, "9vino a él palabra de Jehová, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías? 10Él respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida" (1 Re. 19:9-10). Elías se sentía apesadumbrado, asustado, creyendo que había quedado solo, y, además, perseguido por la reina de la nación para matarlo. Pero el Señor, después de haber alentado al profeta y de haberle dado algunas órdenes, le dijo: "Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron" (v.18).
Semejante a la queja del profeta Elías referente a lo ocurrido en Israel, ocurrió con la Iglesia del Señor Jesucristo. Los hijos de Dios en Cristo empezaron a dejar su fe y sus principios bíblicos. No contentos con dejar el primer amor, también dejaron la comunión y unidad en el Espíritu, la vida corporativa de la Iglesia, la obediencia absoluta a la voluntad de Dios, el gozo en la comunión de los santos, la expresión de la unidad de la Iglesia y un candelero en cada localidad, el señorío de Cristo, la autoridad espiritual, la Biblia como fuente y principio rector y normativo, la justificación por la fe, las reuniones de la iglesia local en las casas, la mutualidad de las reuniones de los santos; como esas palabras de Elías cuando dice, han dejado tu pacto, han derribado tus altares, pues ya había dejado de considerarse que la verdadera Iglesia del Señor somos nosotros, y no una organización terrenal y jerárquica con que habían pretendido reemplazarla; ni son los templos y las grandes basílicas y catedrales, herencia de los sagrarios de origen babilónico.
Por medio de esa descarada mezcla fueron aun más lejos, también mataron a espada, hoguera, potros, horca y otros medios, a los profetas del Señor; declararon la Biblia un libro de prohibida lectura por la sencilla razón de que en el Sagrado Libro Dios desenmascara todas sus mentiras y abominaciones. Cambiaron la adoración a Dios por la idolatría, y le prenden velas a las imágenes de María, de alguna imaginativa forma de Dios, de santos y mártires muertos y de todo el que vayan canonizando en el Vaticano. Contrariando la voluntad de Dios, les llamaron padres, papas, maestros, doctores y reverendos a los hombres, y los que no pueden hacerse llamar sacerdotes, curas, padres o párrocos, se hacen llamar pastores, como si este título designara a quien ejerce el ministerio o función de pastor. Además, se colocan como la autoridad máxima de su respectiva denominación u organización religiosa, siendo que para la administración y funcionamiento de la iglesia local, los apóstoles nunca designaron pastores asalariados, sino ancianos (obispos) y diáconos, dentro de los hermanos de mayor madurez espiritual de la misma iglesia, a fin de que ejercieran el gobierno plural o colegiado. En la misma iglesia estaban los hermanos que tenían los distintos dones y ejercían los diferentes ministerios. El apóstol Pablo nunca dirigió una carta a un pastor determinado como tal, sino siempre a los santos. Por ejemplo, en Filipenses, además de los santos, se dirige a los ancianos (obispos) y diáconos. Jamás una iglesia local fue pastoreada por un pastor enviado de la sede de la obra.
Siendo que la Palabra de Dios dice que la salvación es un regalo de Dios, se atrevieron a comerciar con la salvación de los hombres, y muchas otras cosas. A toda esa mezcla de judaísmo y paganismo babilónico, a ese cautiverio llevaron los tesoros de la casa del Señor. Los tesoros de la casa de Dios no deben ser usados para la fornicación en sistemas religiosos rebeldes. En Babilonia fueron usados mal los tesoros de Jerusalén, y ¿qué sucedió en la historia con Babilonia? Así como Elías se creía el único creyente en Jehová que había quedado en Israel, esa misma situación se presenta en Tiatira. El Señor le dice que aún quedan siete mil que no han doblado sus rodillas a Baal; aunque Elías no los vea, ahí están en Israel fieles al Señor; asimismo uno muchas veces ha pensado si realmente hay hijos de Dios en un sistema infiel a Dios, pero Dios dice: "Pero a vosotros y a los demás que están en Tiatira, a cuantos no tienen esa doctrina, y no han conocido lo que ellos llaman las profundidades de Satanás...". Eso significa que en Tiatira hay hijos de Dios que no se han contaminado con esas profundidades, esas filosofías de los misterios satánicos y doctrinas profundas, que son usados por el mismo diablo para corromper a la Iglesia.
Están allí de buena fe, creyendo que están haciendo lo correcto, y si no saben mayor cosa del Señor, si han recibido poco, si de pronto desconocen mucho de la Palabra de Dios o han sido mal orientados por los sacerdotes católicos y dirigentes religiosos de denominaciones o presuntos feudos que dividen al Cuerpo de Cristo e impiden la comunión entre los santos de una localidad o ciudad con sus mandamientos de hombres, el Señor, que los conoce íntimamente y los ama como son, les dice: "No os impondré otra carga; pero lo que tenéis, retenedlo hasta que yo venga". Son suficientes las enseñanzas del evangelio para la salvación. No es necesario otra carga. Si alguien lleva la carga impuesta por los hombres, deja la carga de Dios. La carga impuesta por las organizaciones eclesiásticas pueden entrar fácilmente dentro de las profundidades de Satanás, con sus profundos misterios, prácticas ceremoniales y rituales, aun cuando los clérigos las cataloguen de profundidades de santidad. Es necesario retener el verdadero depósito de Dios, el apostólico, hasta la venida de Cristo, sin añadirle las invenciones que los hombres han creado con el devenir del tiempo. Desde el momento en que Satanás introdujo en la iglesia apóstata su propio trono y sentó en él a su sumo pontífice, fue fácil que se introdujeran las enseñanzas babilónicas de las profundidades de Satanás.
A partir de Tiatira se opera un cambio. En las tres primeras edades de la Iglesia: Efeso, Esmirna y Pérgamo, que comprende la iglesia primitiva, la patrística, la de las persecuciones, la llamada imperial o constantiniana (católica antigua), el Señor les menciona primero lo de que tienen que oír lo que dice el Espíritu, y luego les menciona sobre el galardón. Pero a partir de Tiatira hay un cambio de ese orden, y aparece primero el galardón. ¿Por qué? Porque a partir de Tiatira se menciona la venida del Señor, y eso significa que en la cristiandad habrá personas que seguirán en el estado de Tiatira hasta que venga el Señor. Cuando venga el Señor no habrá personas en el estado de Pérgamo, pues Tiatira salió de Pérgamo, pero Efeso pasó, Esmirna pasó y Pérgamo pasó, finalizó, como cuando un animal pare un hijo y muere. De acuerdo con el versículo 25, el estado profético de Tiatira, el catolicismo tridentino, el papado romano, toda esa situación no pasa, pues seguirá hasta la venida del Señor; y ya al final, el Señor le dice a la parte de su pueblo que se encuentra en ese sistema babilónico: "Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas" (Ap. 18:4). El catolicismo romano durará hasta el tiempo mismo en que venga Cristo, la gran piedra no lanzada por mano humana, y rompa y desmenuce todo el andamiaje del poder humano, de los reinos de este mundo, trayendo consigo una repentina culminación de la historia.

El ladrillo y la piedra
"26Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, 27y las regirá con vara de hierro, y serán quebrantadas como vaso de alfarero; como yo también la he recibido de mi padre" (vv.26-27).
Ya hemos visto a grosso modo que así como en el Antiguo Testamento una mujer pagana se unió en matrimonio ilegal y prohibido por Dios, con un hebreo, lo mismo sucedió entre la iglesia y el mundo, engendrando así una gran ramera, pero en medio de una condición institucional mundana, bajo la férula de una organización religiosa dominante, ambiciosa y contemporizada, inclinada al dominio temporal y que llegó a dominar al mundo y recibir la gloria de los hombres. Individualmente a cada cristiano del tiempo de Tiatira, ramera que llegó a sentarse sobre los lomos de la bestia, el Señor le muestra otra alternativa: dejar ese camino de Jezabel, vencer sobre la tentación de hacerse gobernante temporal, guardar Sus obras hasta el fin y serle fiel, no contaminarse con la idolatría en cualquiera de sus expresiones, dejar de morar en la tierra, donde el príncipe es Satanás, y retomar como cuerpo la condición de Iglesia peregrina en esta tierra. En una palabra, vencer todo lo que encierre ese sistema católico romano.
¿Qué promesas hay para el vencedor de Tiatira? Gobernar, reinar con Cristo en el Reino venidero. Los vencedores de Tiatira, los que vencen al catolicismo y a todo el sistema religioso denominacional de él derivado, también se relacionan con el "hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones" de Apocalipsis 12:5, y con “los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás” del Salmo 2:9. ¿Cuándo estarán los vencedores recibiendo esa autoridad de quebrantar las naciones como vaso de alfarero? Durante el eventual reino milenial. ¿Por qué relaciona el Señor las naciones y el sistema religioso dominante con vasijas de barro? La respuesta la tenemos desde el Génesis. El diablo y los hombres que siguen su corriente quieren imitar la obra de Dios. Satanás y sus seguidores inician la construcción de la ciudad terrenal, Babilonia, y su sistema político religioso, no con piedras, sino con ladrillos (barro cocido). "3Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla. 4Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue hasta el cielo; y hagámonos un nombre..." (Gén. 11:3-4).
Lo que el hombre produce, sus sistemas políticos, religiosos, sus aparatos militares, todo lo que se aparta de Dios, es ladrillo, es destructible; en cambio las obras del Señor Dios se refieren a la edificación de la ciudad celestial, la Nueva Jerusalén, el edificio de Dios que es la Iglesia, con piedras vivas y preciosas. Las obras de los hombres, por mucho que traten de imitar la obra de Dios, no dejan de ser ladrillo. El Señor invita a vencer guardando las obras de Dios por encima de las obras de los hombres, y el vencedor recibirá la misma autoridad para gobernar que recibió el Señor Jesús del Padre. Las obras de la iglesia apóstata se realizan bajo la influencia de Satanás.
Dice el jesuita Alfonso Llano Escobar en su columna dominical del periódico El Tiempo, hablando de si existe el infierno: “Nunca han faltado en la historia de la Iglesia algunos fundamentalistas, quienes en vez de interpretar, se apegan a la letra de los textos, haciéndolos decir no lo que quiso el escritor sagrado, inspirado por el Espíritu Santo, sino la mera letra. Olvidan que los textos sagrados son mensajes de Dios, expresados en una cultura distinta de la nuestra, y con un lenguaje cargado de mitos, símbolos e hipérboles, todos al servicio de un mensaje que necesita ser leído críticamente y “traducido” a nuestra época. Hoy en la Iglesia se trabaja en hacer la “traducción” de la fe en el infierno, a nuestra cultura moderna”(
EL TIEMPO, Santafé de Bogotá, D.C., Agosto 18 de 1996, página 4ª).
Una vez más, y no sólo es asunto del supersticioso medioevo, el catolicismo romano sigue manifestando que pretendidamente se ha arrogado el derecho de interpretar, “traducir” y hacer su acomodada exégesis de las Escrituras. Siempre he sabido que los textos bíblicos sencillamente quieren decir lo que allí está escrito, y esto para todos los tiempos; y si alguna simbología encierra algunos textos, la misma Palabra de Dios se encarga de interpretarla y darnos su correcta exégesis y explicación, pues los textos claros pueden aclarar los pasajes oscuros. La perspicuidad de las Escrituras hace que sean entendidas por cualquier persona espiritual que quiera conocerlas. Para entender el significado de las Escrituras no se necesita que la Iglesia las interprete por medio de su magisterio, porque eso sería poner a la Iglesia por encima de las Escrituras y negar la acción u obra del Espíritu Santo, que nos enseña todas las cosas. El orden es a la inversa, de conformidad con Efesios 2:20, que dice: “Edificados (la iglesia) sobre el fundamento de los apóstoles y profetassiendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo”.
No es verdad que Dios haya inspirado Su Palabra para que fuera comprendida solamente por las culturas pre-cristiana y apostólica, pues en su calidad de eterna, la Palabra de Dios fue revelada igualmente para todos los tiempos, con la diferencia de que el hombre “moderno” no acepta en su interpretación verdadera el significado bíblico que no le conviene, que choca con sus intereses, y es por eso que doctores del cuño de Alfonso Llano Escobar llamen mitos a verdades eternas que son tan válidas para las tribus hebreas del tiempo del César Augusto como para los genios cibernéticos contemporáneos. No es de extrañar que en nuestra presente generación haya aparecido en titulares de primera página de los más prestigiosos periódicos del mundo, dando la capciosa “noticia” de que el papa romano cree en la existencia del diablo, como si la existencia del diablo dependiese del eventual veredicto papal. Con todo lo que ha sucedido en la historia, tampoco es de extrañar que se nos diga que la mater et magistra está trabajando para hacer la contemporizada “traducción” de la fe en el infierno para la cultura moderna, como si lo que Dios ha revelado sobre el infierno en su Santa Palabra hubiese que acomodarlo a los deseos y caprichos del sofisticado y a menudo agnóstico hombre contemporáneo. A pesar del aggiornamento(18) intrínseco del concilio Vaticano II, Tiatira no ha podido sacudirse del todo el lastre de sus estructuras anacrónicas, producto de la caduca civilización medieval con la cual se entretejió inextricablemente. Por último, recordemos lo que la Escritura dice: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”. Es falso atribuir a una superestructura universal como la Iglesia Romana, los epítetos de “madre y maestra”, partiendo de la base bíblica que el Espíritu Santo es el único Vicario de Cristo en la tierra (Juan 14:16), de modo que Su voz es la que se ha de oír.

(las Escrituras), Los vencedores de Tiatira
"28Y le daré la estrella de la mañana. 29El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias" (vv.28-29).
En este sistema eclesiástico condenado por Dios también hay vencedores, como los que hemos mencionado arriba y a esos vencedores de Tiatira el Señor promete darles la estrella de la mañana. ¿Cuál es esa estrella de la mañana? Es el Señor Jesús mismo. “Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana” (Ap. 22:16). El Señor le está hablando a todas las iglesias, no sólo a la de Tiatira, no sólo al sistema católico romano. En todo período profético hay vencedores. En Tiatira, aunque esté allí Jezabel, y haya fornicarios e idólatras y los que han conocido las profundidades de Satanás, a pesar de todo eso, allí está el candelero de oro, y hay santos de Dios llenos de Su gracia.
El estado moral de la cristiandad del medievo había llegado tan bajo, que algunos opinan que se estaba disipando cualquier progreso aparentemente adquirido, tanto a nivel clerical, como monacal y laical, tanto que obras literarias como el Decamerón de Bocaccio (1313-1375) y el Príncipe de Maquiavelo, fueron reflejo de la vida de ese tiempo; y hay quienes llegan a plantear la duda de que si en la práctica la Europa occidental realmente había llegado a ser cristiana. Pero a pesar de las apariencias, en muchos vasos de barro se manifestó y estuvo obrando “la excelsa grandeza de Su poder”. Personas piadosas como las místicas Catalina de Sena (1347-1380) y Juana de Arco (1412-1431), eminentes catedráticos y místicos como Pedro d’Ailly (1350-1420), Juan Gerson (1363-1429), participantes activos en el concilio de Constanza, y Nicolás de Cusa (1401-1465), quien obtuvo su primera preparación bajo la dirección de los Hermanos de la Vida Común, relacionados a su vez con la Imitación de Cristo, obra atribuida a Tomás de Kempis.
 Aunque ya hemos tratado algo de esto, sin embargo, explicamos que hay algo curioso y digno de tener en cuenta, y es que en las cartas a las iglesias de Efeso, Esmirna y Pérgamo, las palabras “el que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”, van presidiendo la promesa a los vencedores, pero a partir de Tiatira ese orden se altera, apareciendo primero la promesa a los vencedores, significando con ello que a partir de Tiatira las últimas cuatro corresponden a otro tipo de iglesias. Las últimas cuatro iglesias tienen la promesa de que existirán personas en esa condición hasta la venida del Señor, no así de las primeras tres, que carecen de esta indicación, y eso se explica porque la historia de Esmirna se produce después que ha terminado la época de Efeso, y lo mismo ocurre con Pérgamo con relación a Esmirna. Tiatira también empieza cuando ha terminado el tiempo histórico de Pérgamo, pero Sardis empieza a existir sin que haya pasado el tiempo de Tiatira, pues Sardis sale de Tiatira y continúan existiendo paralelamente; a su vez Filadelfia sale de Sardis y Laodicea de Filadelfia, de tal manera que las cuatro continúan hasta la eventual segunda venida del Señor Jesucristo. La misma historia nos está demostrando la veracidad y el testimonio profético de este cumplimiento.

Los prerreformadores
En la Edad Media, el cristianismo se identificaba más con una gran institución secular o temporal que con Jesucristo, y era más representativo de la ciudad terrenal que de la celestial. Era tan vasta la distancia que separaba la vida del cristiano ordinario de las altas demandas impuestas por Jesús para el discipulado, que no cabe duda que urgía un regreso de ese cautiverio babilónico en que se encontraba la Iglesia, para reiniciar la construcción y recuperación de todas las cosas perdidas. Por eso el Señor levantó a unos cuantos santos para que empezaran a hacer una labor subterránea, preparando la Reforma que se avecinaba.
En la época de Tiatira hay vencedores. En todas las épocas en que la Iglesia se desvió de los propósitos de Dios, hubo reacciones, y en el período de Tiatira se levantaron muchos santos que reaccionaron en contra del poder pontificio, del enriquecimiento de la iglesia, de la corrupción del clero, y en medio de toda aquella confusión, muchos optaron por la vida monástica y proliferó la creación de nuevas órdenes religiosas como una forma de huir de aquella contemporización eclesiástica; pero casi todos los que intentaron buscar de nuevo las fuentes del evangelio eran persuadidos, reprimidos, perseguidos, encarcelados y hasta muertos por su osadía. La mayoría de estos hermanos realmente fueron precursores de quienes más tarde Dios levantó para que se diera lo que en la historia se conoce como la Reforma.
En tiempos de Inocencio III, por ejemplo, surge en Italia el carismático
Francisco de Asís (1182-1226), fundador de los Hermanos Menores, una orden monástica mendicante, quien sin abandonar el cristianismo católico reaccionó en alguna manera ante ese sistema, y de tal forma influyó en sus seguidores que el ala extrema de los franciscanos, compuesta por los más fieles a los ideales de Francisco, tendía a criticar amargamente al sistema católico romano, con el cual algunos llegaron a romper, porque trataban de mantenerse fieles a la Palabra de Dios. Entre otros dignos de mención y que a principios del siglo XII fueron tenidos por herejes por el romanismo, tenemos a:

Pedro de Bruys, cura de una pequeña parroquia de los Alpes franceses, quien cuando conoció más profundamente las verdades del Nuevo Testamento, pudo entender la sencillez y seguridad de la salvación por la fe en Cristo, y por veinte años de ministerio itinerante estuvo predicando y trayendo a la gente a una fe sencilla, pues él mismo practicaba un sistema de vida ascético; y sus seguidores se bautizaban después de hacer su profesión de fe. Pedro de Bruys rechazaba el bautismo de los párvulos, la transubstanciación en la eucaristía, los templos, las ceremonias eclesiásticas, las oraciones por los muertos y la veneración de la cruz. Fue apresado mientras predicaba en el pueblo de San Gilles, en un motín promovido por las turbas católicas, y este varón, que fue uno de los más esclarecidos precursores de la Reforma, fue quemado vivo.

Enrique de Lausana, contemporáneo del anterior. También predicó en Francia. Condenó al clero de su tiempo como amantes de la riqueza y del poder.

Arnoldo de Brescia. Este italiano estudió teología en París, llegando a ser sacerdote. Desde joven practicó la pureza de vida y la pobreza, y ansiaba que se viviera el ideal cristiano. Atacó los obispos por contemporizar con el mundo, por su voracidad, por sus ganancias ilegales, y les exhortaba a que renunciasen a la propiedad y al poder político. Atacó al papado y a instancia de Adriano IV fue arrestado por orden del Santo Emperador Romano Federico I (Barbarroja), y ahorcado en 1155 por las autoridades civiles de Roma, siendo su cuerpo quemado y sus cenizas arrojadas al Tiber.

Los
Valdenses, llamados así por Pedro Valdo o Valdez, su primer líder, rico comerciante de Lyon (Francia), quien en 1176 procedió conforme al joven rico del evangelio al cual el Señor le recomienda vender lo que tenía y darlo a los pobres, para luego subsistir pidiendo su comida diaria. Vivió una vida piadosa, vistiendo pobremente, tratando de imitar a Cristo y dedicándose a predicar, por lo que atrajo muchos discípulos, “los pobres de Lyon”. Tratando de conformarse al Nuevo Testamento, no tuvieron del papado sino la excomunión. Los Valdenses se adelantaron al movimiento reformador y enseñaban que el corrupto papado no era la cabeza de la Iglesia; que las mujeres y los laicos podían predicar; que las misas y las oraciones por los muertos carecían de respaldo bíblico; que el purgatorio consiste en las tribulaciones que nos sobrevienen en esta vida. Fueron considerados herejes y las autoridades civiles procuraron eliminarlos. Los que sobrevivieron a la persecución se refugiaron en los valles del Piamonte. Más tarde, ya en tiempos de la Reforma, entre los años 1530 y 1540, conocieron las ideas de la reforma, las acogieron con entusiasmo y experimentaron un avivamiento. La confesión valdense de 1655 era de orientación calvinista.

Los Cátaros
. También surgieron en el siglo XII en el norte de España, sur de Francia y norte de Italia, los Cathari (“los puros”), grupo antirromano en principio no cristiano asociado con los Albigenses, quienes se consideraban los propios, los puros, provenientes de la línea novaciana. Los cátaros estaban relacionados con las ideas gnósticas, pues eran dualistas con cierta mezcla maniquea. Aparte de los principios gnósticos y maniqueos que hemos esbozado en capítulos anteriores, los cátaros enseñaban que había dos iglesias, una buena, (la de ellos) la de Cristo, y la otra mala, la de Roma. Los Albigenses, llamados así por Albi, uno de sus principales centros, se oponían a las doctrinas romanas del purgatorio, a la adoración de las imágenes y a las pretensiones sacerdotales. En 1179, el tercer concilio Lateranense proclamó una cruzada contra ellos y otros grupos considerados por el papado como herejes; cruzada esta que se dice haber sido la primera vez en que se empleara este método en contra de quienes se llamaban cristianos. Todo eso fue por orden de Inocencio III. Estos grupos fueron extirpados usando el método de arrasar con toda la población de la región, asesinando así tanto a católicos como a cátaros y albigenses. Un concilio eclesiástico reunido en Tolosa en 1229 prohibió a los laicos la posesión de ejemplares de la Biblia, con excepción de los salmos y los pasajes que se hallaban en el breviario, condenando las traducciones vernáculas. Ese mismo concilio sistematizó y elaboró el proceso inquisitorial.

Juan Wycliffe (1320-1384). Nació en Yorkshire (Inglaterra) el llamado “estrella matutina de la Reforma”, hijo de una familia de la aristocracia rural. Desde la edad de 15 años sus padres lo dedicaron a la vida eclesial y fue llevado a estudiar teología en la Universidad de Oxford, en ese entonces la segunda en Europa después de la de París, llegando a ser un brillante maestro de la filosofía escolástica y teología. En su formación teológico filosófica fue profundamente influido por Agustín y el platonismo; también recibió influencia de Tomás de Aquino y Duns Escoto. En 1372 obtuvo el grado de doctor en teología y en 1374 recibió del rey la parroquia de Lutterworth, cargo que ocupó hasta su muerte. En ese mismo año hizo parte de una comisión real enviada a Brujas (Bélgica) a fin de discutir con delegados papales lo relacionado con los abusos por el envío a Inglaterra de tantos eclesiásticos extranjeros, asunto que tenía relación con lo de las provisiones o impuestos, grandes sumas de dinero, que Roma exigía al pueblo inglés. Esas conversaciones fracasaron, pero sirvieron a Wycliffe para madurar sus pensamientos y convertirse en un severo crítico y enemigo acérrimo del sistema eclesiástico establecido y en especial de la jerarquía romana.
En 1376, en su tratado De Civili Dominio (El dominio civil) así como en el Determinio quædam de Dominio (sobre el dominio divino), explica que toda propiedad es de Dios y que Dios concede el uso de los bienes temporales al recto y fiel, de lo contrario se pierde. Consideraba indigno el sistema eclesiástico de su tiempo, de modo que si un miembro del clero tenía por hábito abusar, perdía sus derechos. Asimismo sostenía que los romanos pontífices eran falibles y no los consideraba indispensables para administrar la iglesia, y que un papa mundano era un hereje que debía ser quitado del puesto. Es de suponer la lluvia de quejas y acusaciones en su contra, a tal punto que en varias ocasiones fue citado que compareciera ante las autoridades eclesiásticas para responder por sus actos. En 1377 el arzobispo Sudbury ordenó a Wycliffe comparecer ante el obispo de Londres, pero fue acompañado por varios protectores con influencia en la corte, entre los cuales se armó una disputa tal que impidió que se continuase con el juicio.
El hecho de que el parlamento inglés se inspirara en sus tratados para corregir los abusos eclesiásticos y cercenaran la recolección de rentas papales del avariento pontificado aviñonés, que desangraba las arcas inglesas, fue favorable a Wycliffe ante las pretensiones papales en su contra. En 1378 se dio el “gran cisma de occidente”, cuando el catolicismo romano se dividió por más de cuarenta años. En ese año unos cardenales abogaban a favor de Urbano VI como papa y por Roma como sede, y otros por Clemente VII, con residencia en Avignon. Esto acabó de destruir la confianza y credibilidad de Wycliffe en el papado romano, llegando a afirmar que el papado era identificable con el anticristo.
En uno de sus tratados sobre eclesiología, abordó la doctrina agustiniana de la predestinación, concluyendo que la verdadera iglesia es integrada sólo por los elegidos de Dios, y en consecuencia ninguna iglesia visible puede negar la entrada ni excluir a los miembros. Criticó al sistema monacal. Enseñó el sacerdocio de todos los elegidos, afirmando que el Nuevo Testamento no reconoce distinción alguna entre sacerdotes y obispos. Condenó el culto a los santos, las reliquias y las peregrinaciones. Su Summa Theologiæ es una recopilación de sus tratados en latín; y una serie de opúsculos reunidos en el Trialogus, en donde denuncia la transubstanciación como precedente de la doctrina de la consubstanciación, de Lutero. Para Wycliffe, el Señor está en el pan sólo en un sentido sacramental, espiritual y virtuoso. Repudió las indulgencias y las misas por los muertos, no obstante creyó en la existencia del purgatorio. Varios de estos argumentos no encontraron apoyo entre el equipo de teólogos de Oxford, y muchos de ellos se opusieron a Wycliffe, sobre todo cuando la universidad pasó a manos de sus enemigos, y fue cuando se vio forzado a retirarse a su parroquia de Lutterworth hasta su muerte.
Wycliffe tradujo la Biblia (Vulgata) al inglés e insistía en que las Escrituras son la autoridad suprema, debiendo ser estudiada tanto por los eclesiásticos como por los laicos. Despachó “predicadores itinerantes”, los cuales no llevaban denominación uniforme, y predicaban las sencillas verdades de la Biblia por los caminos, en las plazas, en los patios de los templos, cosa inusitada en ese tiempo por los párrocos; comían y se abrigaban con lo que se les ofreciera. Los escritos de Wycliffe y el fruto de sus predicaciones produjo un gran número de seguidores, los lolardos. Algunos de ellos fueron quemados vivos en la hoguera, pero ejercieron gran influencia en Bohemia y fueron uno de los factores que contribuyeron a la Reforma.
En 1415, el concilio de Constanza condenó a Wycliffe por 260 diferentes cargos, ordenando la quema de sus escritos y que sus huesos fuesen exhumados y arrojados del cementerio. En 1428, cumpliendo una orden del papa Martín V, el obispo Fleming se encargó de desenterrarlos, quemarlos y arrojar las cenizas en un río cercano. De esa manera, la ramera, la supuesta representante de Cristo en la tierra, ebria de la sangre de los santos de Jesús, no respetaba ni los despojos mortales de un hombre que creía en la veracidad de la Palabra de Dios.

Juan Huss (1373-1415). Habiendo sido en Inglaterra fuertemente reprimido el movimiento de los lolardos, las ideas de Wycliffe fueron difundidas y ampliamente aceptadas en Bohemia (República Checa), en especial por la predicación del sacerdote Juan Huss, a la sazón rector de la universidad de Praga, quien aceptó moderadamente las ideas reformadoras de Wycliffe, y predicaba contra los abusos del clero y el primado romano, en una época cuando el clero católico romano era el mayor terrateniente de Europa. Huss insistía en la Biblia como regla de vida.
De humilde cuna, quedó huérfano de padre a temprana edad y su madre se esforzó para que estudiara filosofía y teología en la recién fundada Universidad de Praga, llegando a ser profesor allí mismo, enseñando las Sentencias de Pedro Lombardo. Rodeado de un clero mundano y corrompido, Huss, como sacerdote, ni aun sus más despiadados enemigos pudieron haber hallado nada malo en su vida privada y empezó a ser mal visto porque desde su púlpito en la capilla de Belén denunciaba los males existentes en la jerarquía, desde el cura párroco hasta el papa. En su obra Tractatus de Ecclesia afirmaba que la cabeza de la Iglesia no es Pedro, sino sólo Cristo, que los papas son falibles y muchos habían sido herejes.
Su predicación motivó que en el año 1410 se condenasen 75 proposiciones de Wycliffe, y Huss protestó ante una orden del papa Alejandro V de quemar esos escritos, y esos hechos provocaron que el arzobispo Sbinko lo excomulgara. Huss apeló ante el antipapa Juan XXIII(19) (elegido en el concilio de Pisa), pero éste también lo excomulgó poniendo a la ciudad de Praga en interdicto, debido a que Huss también se le opuso por la bula que expidió otorgando indulgencias a todos los que contribuyeran y/o se alistaran en la cruzada contra Ladislao rey de Nápoles y protector de Gregorio XII, el papa rival en Roma. Huss dejó la ciudad de Praga en 1412, pero siguió predicando sus ideas. Por petición del emperador Segismundo aceptó presentar su caso ante el concilio de Constanza, siempre que se le proveyera salvoconducto imperial, lo cual no fue respetado, pues allí fue arrestado y encarcelado. Allí Juan Huss apeló a Cristo como juez supremo, pero no quiso retractarse y el concilio condenó 45 proposiciones de sus escritos y después de varios años, el 7 de junio  de 1415, fue condenado como hereje, quemado vivo en la hoguera, siendo sus últimas palabras audibles: “Kyrie Eleison, Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Jerónimo Savonarola (1452-1498). Nació en Ferrara (Italia), hijo de padre humilde y de madre de noble carácter y nieto de un piadoso médico, que solía ayudar a los pobres. Por el desengaño de un temprano amor, este apasionado joven, pasados los veinte años se unió a los dominicos en Bolonia, interesándose por los escritos de Tomás de Aquino y distinguiéndose por sus cualidades oratorias; pero los seis años que permaneció allí ejercieron en él la influencia necesaria para desarrollar su indignación por la disipación y frivolidad reinante en los círculos eclesiásticos. Eventualmente fue enviado a Ferrara a predicar, pero entre sus coterráneos al parecer impresionó muy poco.
Una guerra lo obligó a irse a Florencia en 1481, pero su traslado también guarda relación con el hecho de que el gran humanista Pico de la Mirandola, impresionado por su predicación, lo recomendó ante Lorenzo de Médicis, de la aristócrata familia gobernante en Florencia, y en donde se estableció en el convento de San Marcos, casa de los dominicos reformados, y en donde asimismo tuvo el encargo de instruir a los novicios, a quien de paso contagió con su ardiente celo por la justicia de Dios. Su verdadera fama como predicador la adquirió después de unos diez años de haberse hecho miembro de la comunidad de San Marcos, y en 1492, año en que murieron Lorenzo de Médicis y el papa Inocencio VIII, fue nombrado prior en San Marcos.
Savonarola se había sublevado contra la corrupción de los papas Sixto IV (Francesco della Rovere) e Inocencio VIII, quienes eventualmente promovieron la guerra a los Estados italianos en su afán de conquistar reinos para sus hijos, y el dominico en sus prédicas también denunciaba que estos pontífices romanos habían hecho de la corte papal un lugar de citas de rameras y libertinos. Solía llamar a sus oyentes al arrepentimiento antes de un inminente juicio de Dios sobre la tierra como castigo divino por los pecados y frivolidades de los hombres. Tomó parte activa en la formación del nuevo gobierno de Florencia, una república democrática, impulsando un programa de reformas que dio su fruto sin derramar una sola gota de sangre, pues los Médicis habían sido expulsados de la ciudad, llegando a ser Savonarola en su momento el personaje más influyente de Florencia.
Las costumbres mundanas de la ciudad fueron cambiadas por una sencilla vida ciudadana. Las mujeres dejaron sus joyas y lujosos vestidos; la gente dejaba los vicios, y la música mundana dio paso a los himnos en las calles y la lectura de la Biblia; los comerciantes y banqueros devolvieron sus ilícitas ganancias; los templos se veían repletos en aquel avivamiento, y en la celebración del carnaval de 1497, las gentes quemaron en la plaza pública los libros obscenos y cuadros indecorosos, las máscaras y disfraces, las pelucas y postizos, etcétera, y todos afluían a la plaza al canto de himnos piadosos, lo que dio en llamarse la “quema de vanidades”. A menudo Savonarola decía que la Iglesia sería renovada después de un período de azotes.
Rogaba a los florentinos aceptar a Cristo como su Rey; y a toda Italia, a los príncipes y prelados, a que se arrepintieran y volviesen a Cristo. Pero todo esto le atrajo enemigos, y muchos se fueron a Roma, y el papa Alejandro VI (el español Rodrigo Borgia) quiso atraérselo astutamente ofreciéndole el capelo cardenalicio, y luego con varias convocatorias a presentarse a Roma, y la respuesta siempre fue negativa; en consecuencia el papa lo excomulgó y amenazó a Florencia con el interdicto si no lograban hacer callar a este dominico. Esto, los enemigos políticos y el deseo de muchos de volver a sus antiguas costumbres licenciosas, hizo que la opinión pública aumentara en su contra. Savonarola apeló a los reyes de España, Francia, Inglaterra, Hungría y Alemania solicitándoles que convocaran un concilio general que declarase que Alejandro VI ni era papa ni verdadero cristiano, pero muchas de esas cartas cayeron en manos del papa.
Un franciscano, Francisco di Puglia, desafió públicamente a Savonarola a que probara que no era un hereje, ni un falso profeta, ni un cismático; que lo probara mediante las antiguas ordalías del fuego. Savonarola cayó en la trampa y consintió, pero un temporal de lluvia y disputas en cuanto al motivo de procedimiento, este espectáculo fue suspendido y las veleidosas multitudes tuvieron al dominico por culpable, quien tuvo que refugiarse en su convento, pero fue encarcelado y sometido a juicio por unos comisionados papales, quienes traían la orden de que el fraile de todas maneras muriese. Después de cuarenta días de cárcel y tortura, se decidió su muerte junto con dos de sus más fieles seguidores, Fray Domenico y Fray Silvestre. El 23 de mayo de 1498 fueron ahorcados y sus cuerpos quemados en la gran plaza de Florencia. En el momento de la ejecución, el obispo de Vasona, le dijo: “Yo te separo de la iglesia militante y de la iglesia triunfante”, a lo cual Savonarola le respondió: “Eso está por encima de vuestros poderes”.
Habiendo vivido en la época conocida como el Renacimiento y su implícito humanismo, Savonarola escribió libros, tratados, poemas y sermones; trata sobre filosofía y teología, sentando la doctrina de la salvación por la fe, no por las buenas obras; de la vida cristiana según la enseñanza de la Palabra de Dios más bien que en tradiciones y costumbres. Doctrinalmente no aportó nada nuevo, pero su valeroso enfrentamiento con la mundanalidad implícita en la organización católica romana y su sistema corrupto, la contribución literaria y denuncia pública de los males morales de su tiempo, lo destacan como indiscutible figura de los que prepararon el camino de la Reforma del siglo XVI.

Notas finales
1. De hermetismo. Hermes Trimegisto, era el dios griego-egipcio conductor de las almas de los muertos; en Egipto lo tenían por el inventor de todas las ciencias, cuyos secretos guardaba encerrados en libros misteriosos.
2. Jaime Beltrán Zuccardi. Carta al Sacerdote Alfonso Llano Escobar. 1997.
3. Mauricio de la Chàtre. Historia de los Papas y los Reyes. Tomo I, pág. 397. CLIE, 1993.
4. Ibid., p. 401.
5. Dice Chàtre la siguiente perla, en la obra citada, pág. 400: «Descubrimiento del nuevo mundo Purgatorio. Alimentado por la lectura de los autores latinos, (Gregorio) había aprendido de Virgilio “que las almas humanas se hallaban encerradas en la prisión oscura del cuerpo, donde adquirían una mancha carnal, conservando un resto de su corrupción, aun después de emanciparse de su existencia mundana”.  El poeta había dicho: “Para purificarlas se las hace sufrir varios suplicios: las unas están suspendidas en el éter, y son juguetes de las tempestades; las otras expían sus crímenes en el abismo de las aguas; la llama devora las más culpables, y ninguna se halla exenta de castigo.  Existen algunas almas situadas en los Campos Elíseos, donde aguardan que los años las purifiquen de las manchas de su existencia terrestre, y les devuelvan su primitiva pureza, esencia suprema, emanación divina.  Después de haber cruzado muchos siglos en tan ignorada estancia, las almas la dejan, y Dios las llama a las orillas del Leteo”.  El Purgatorio fue conquistado por el Papa: ha sido la gran América.  En sus diálogos y en sus salmos de la penitencia, Gregorio se expresa en estos términos: “Cuando se han emancipado de su prisión terrestre, las almas culpables son condenadas a suplicios cuya duración es infinita; las que en el mundo sólo han cometido algunas faltas ligeras, alcanzan la vida eterna después de haberse regenerado en llamas purificadoras...”  Otro descubrimiento hizo el sabio Papa: la transubstanciación del paganismo en cristianismo».
6. Isidoro, obispo de Sevilla, España (560 - 636), es considerado el personaje más influyente durante los reinados de los reyes visigodos Liuva II, Witerico, Gundemaro, Sisebuto, Recaredo II, Suintila y Sisenando. Las falsas Decretales de Isidoro fueron atribuidas deliberadamente a Isidoro, como coleccionadas por él, a sabiendas que eran documentos espúreos, a fin de darles credibilidad debido al prestigio y genuina autoridad de que gozó Isidoro en España y fuera de ella.  Sobre las Pseudo-Isidorianas se fundamentó la edificación de la monarquía papal, edificación que siguió en pie aumentada, aún después que los hombres descubrieron que todo había sido un espantoso fraude.
7. Por ejemplo, a Anacleto, obispo de Roma en 103-112, se le atribuyen tres de las falsas decretales.
8. “En el siglo XI, con Gregorio VII, tuvo lugar un giro decisivo dentro de la propia estructura del poder.  En su Dictatus Papæ (año 1075), el papa se alzó contra la prepotencia del poder secular que había degenerado en simonía, nicolaísmo y toda clase de sacrilegios, e inauguró la ideología del poder absoluto del papado... El papa se concibe a sí mismo, místicamente, como el único reflejo del poder divino en el orden de la creación.  Él es su vicario y lugarteniente.  En este sentido hay que entender las proposiciones formuladas en el Dictatus Papæ... El Summus Pontifex asumía, pues, la herencia del Imperio Romano y se instituía como poder absoluto, uniendo en su persona el sacerdotium y el regnum.  Era la dictadura del papa”.  José Grau. Catolicismo Romano: Orígenes y Desarrollo. EEE, 1990, pág. 1051.
9. Aniceto, obispo de Roma (✝ 175), ordenó a los presbíteros bajo su mando que se afeitasen la cabeza en forma de corona, tomando la costumbre del sacrificio de Isis, la diosa egipcia. Mauricio de la Châtre. La Historia de los Papas y de los Reyes. CLIE 1993, tomo I, pág. 113.
10. ALDOUS HUXLEY, "The perennial philosophy", Londres 1946, pág.221.
11. SUMMA DE TEOLOGÍA, parte 1ª, título 10, cap. 3, pág. 202, Venecia 1582.
12. El nombre de la Rosa. Umberto Eco. RBA Editores, S.A., Barcelona, 1994. Pág.280.
13. Se puede leer todo este documento en el excursus I del capítulo V, Sardis.
14. La autenticidad de esta obra es confirmada por Poliodoro Virvil (De Nat. Rer. Libro VIII) y Claude d’Esoence, rector de la Universidad de París (Comentario sobre Tito 1:7).  También Audofredo enumera las ediciones del libro publicadas en Roma, más de 25, en una obra dedicada a Pío VI.  Gregorio XIII auspició una de las tantas ediciones posteriores.
15. Al tratar este asunto estamos usando citas de los capítulos 17 y 18 de Apocalipsis.
16. Cristo y Su Iglesia. Santos Olabarrieta. P.O. Box 24472, Fort Lauderdale, Fl. 33307, USA.
18. Palabra italiana con la connotación de puesta al día, actualización.
19. Baltasar Cossa, quien como papa romano tomó el nombre de Juan XXIII, figuró en la historia del catolicismo romano como un antipapa, y por tal razón, cuando en 1958 Angel José Roncalli fue elegido papa, tomó el nombre de Juan XXIII, para continuar con la “legitimidad”.
 
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