Edificando Filadelfia
  Arminianismo vs. Calvinismo
 
TERCER EXCURSUS DEL CAPÍTULO V

TESIS DEL ARMINIANISMO VERSUS EL CALVINISMO

Para tener por lo menos una clara idea de lo que es el Calvinismo y el Arminianismo y su histórico enfrentamiento doctrinal en las vertientes protestantes, digamos primero algo relacionado con Calvino y Arminio. El francés Juan Calvino (1509-1564) fue uno de los más grandes teólogos de la Reforma protestante. Instalado en Ginebra, Suiza, estructuró la vida de la ciudad bajo la forma de un sistema o régimen teocrático, de fusión de la organización de la vida temporal e histórica, con las exigencias espirituales más intransigentes. Su pensamiento teológico está plasmado en un libro de su autoría titulado Institutos de la Religión Cristiana, probablemente el único y más influyente libro de la Reforma protestante, obra en la cual expone los principios cristianos enseñados en la Iglesia, conforme las doctrinas apostólicas, antes de que sufrieran las corruptas innovaciones de la Iglesia Católica Romana. Para exponer sus ideas, Calvino siguió el orden del Credo Apostólico, haciendo especial hincapié en las Escrituras y en los escritos de Agustín de Hipona.
Calvino, entre otras cosas, expone la enseñanza bíblica de que con la caída del hombre, su voluntad fue tan debilitada, y fue tan sumido en la oscuridad y la ceguera, que fue incapaz de hacer obra buena alguna, a menos que fuese ayudado por la gracia especial que Dios ha dado a sus elegidos y predestinados (Efesios 1:4-5; Romanos 8:29-30) y recibido por medio de la regeneración y justificación, por la obra de Cristo. ¿Qué hay, pues, para los demás? Que aparte de la gracia, todo hombre está bajo la merecida ira de Dios. Entonces, ¿se salva alguien por su propia iniciativa y voluntad? La salvación del hombre depende enteramente de la iniciativa de Dios. Es por fe, no por obras (Efesios 2:8-9; Juan 16:8-10). Ese es un apretado resumen de la doctrina calvinista respecto de la salvación. Se le enfrenta el Arminianismo, que es una herejía propagada por Jacob Arminio (1560-1609), la cual, fundamentalmente, se opone a la doctrina de la doble predestinación.
A la muerte de Calvino, su ministerio fue continuado por su condiscípulo Teodoro Beza (1519-1605), profesor de teología en la Academia de Ginebra. En el mismo siglo XVI empezaron a surgir las controversias en torno a la salvación, que aún siguen debatiéndose. Sobre eso citamos a Scott Latourette:
“Después que hubo terminado la pelea política, estalló una lucha importante sobre doctrina dentro de la Iglesia Reformada Holandesa. Los supralapsarios y los infralapsarios, es decir, entre los que creían que Dios antes que creara el mundo, había decretado cuáles deberían ser salvos y cuáles deberían ser condenados, y los que defendían la opinión de que fue en vista del pecado de Adán y sólo después de dicha catástrofe, cuando Dios decretó que ciertos hombres serían salvos y otros perdidos. Contra ambas teorías protestaron algunos que fueron llamados luego remonstrantes. Entre éstos el personaje principal fue Jacob Arminio, discípulo de Beza y profesor de Teología de la Universidad de Leiden (Holanda), el cual habiéndose propuesto refutarlos, quedó convencido por ellos. De consiguiente la posición remonstrante ha sido conocida como el arminianismo. Ella, rechazando el supralapsarianismo y el infralapsarianismo, la expiación limitada (a saber, la enseñanza de que Cristo murió sólo por los elegidos), la gracia irresistible y la perseverancia de los electos, enseñó que Cristo murió por todos los hombres, que la salvación es por la fe solamente, que los que creen son salvos, que los que rechazan la gracia se pierden, y que Dios no escoge a individuos particulares ni para la una ni para la otra cosa. Las pasiones se inflamaron en la discusiones”. Kenneth Scott Latourette. Historia del Cristianismo. Tomo 2. Casa Bautista de Publicaciones. 1979. Pág. 115.

Los cinco puntos del Arminianismo:
1. El libre albedrío
Aunque la naturaleza humana fue afectada seriamente en la caída, el hombre no ha quedado en un estado de impotencia espiritual total. Por gracia, Dios da el poder espiritual a cada pecador para arrepentirse y creer, pero Él lo hace de tal manera, que no interfiere con la libertad del hombre. Cada pecador es poseedor de un libre albedrío, y su destino depende del uso que él le dé. La libertad del hombre consiste en su habilidad de escoger el bien en lugar del mal en los asuntos espirituales; su voluntad no está esclavizada por su voluntad pecaminosa. El pecador tiene poder para cooperar con el Espíritu Santo y de esta forma ser regenerado; y tiene poder para resistir a la gracia de Dios, y por lo tanto perecer. El pecador perdido necesita la ayuda del Espíritu, pero no tiene que ser regenerado por el Espíritu antes de poder creer; porque la fe es una obra humana y precede al nuevo nacimiento. La fe es el don del pecador a Dios; es la contribución del hombre a su salvación.

2. La elección condicional
El hecho de que Dios escogió ciertos individuos para ser salvos antes de la fundación del mundo, fue basado en el hecho de que Dios previó que ellos responderían a su llamamiento. Él escogió solamente a aquellos que Él sabía que por sí mismos creerían al Evangelio. Por lo tanto, la elección fue determinada o condicionada por lo que el hombre haría. La fe que Dios prevé y en la cual se basa para escoger a los salvos, no es algo creado por el poder regenerador del Espíritu Santo), dado al pecador por Dios (no es algo creado por el poder regenerador del Espíritu Santo), sino algo que resulta enteramente de la voluntad del hombre. Fue dejado completamente a la voluntad del hombre creer o no, y así determinar si sería elegido o no a la salvación. Dios escogió a los que Él sabía que por su libre albedrío escogerían a Cristo. Así pues, la causa final de la salvación es que el pecador escoge a Cristo y no que Dios escoja al pecador.

3. La redención universal o la expiación general
La obra redentora de Cristo hizo posible la salvación de todos, pero no aseguró realmente la salvación de nadie, aunque Cristo murió por todos y por cada hombre, solamente los que creen en Él son salvos. Su muerte hizo posible que Dios perdonara a los pecadores, a condición de que ellos crean; pero de hecho no acabó con los pecados de nadie. La redención de Cristo tiene eficacia sólo si el hombre quiere aceptarla.

4. Se puede resistir eficazmente al Espíritu Santo
El Espíritu llama internamente a todos aquellos que son llamados externamente por la invitación del Evangelio. El Espíritu hace todo lo posible para llevar a cada pecador a la salvación, pero como el hombre es libre, puede resistir el llamamiento del Espíritu. El Espíritu no puede regenerar al pecador hasta que éste crea; la fe (que es la contribución del hombre) precede y hace posible el nacimiento nuevo. Por lo tanto, el libre albedrío del hombre, limita al Espíritu Santo en la aplicación de la obra redentora de Cristo. El Espíritu Santo puede atraer a Cristo sólo a aquellos que se lo permitan. Hasta que el pecador responde, el Espíritu no puede dar vida. La gracia de Dios, por lo tanto, no es invencible; puede ser, y a menudo es, resistida y frustrada por el hombre.

5. Cayendo de la gracia
Aquellos que creen y son verdaderamente salvos, pueden perder su salvación si dejan de perseverar en su fe.

Los cinco puntos del Calvinismo:
1. Inhabilidad total o depravación total
Por causa de la caída, el hombre es incapaz por sí mismo de creer al Evangelio de una manera salvífica. El pecador está muerto, ciego y mudo a las cosas de Dios; su corazón es engañoso y desesperadamente corrupto. Su voluntad no tiene libertad, está cautivo a su naturaleza caída. Por lo tanto, no escogerá lo bueno en vez de lo malo en cuanto a lo espiritual, porque en verdad no puede escogerlo. Como consecuencia, se necesita más que la ayuda del Espíritu para llevar al pecador a Cristo. Se necesita la regeneración por la cual el Espíritu resucita al pecador muerto y le da una naturaleza nueva para que pueda creer. La fe no es la parte con que el hombre contribuye a su salvación, sino que la fe es en sí una parte del don de Dios en la salvación; es el don de Dios al pecador, y no el don del pecador a Dios.

2. Elección incondicional
La elección de ciertos individuos para ser salvos aún antes de la fundación del mundo, descansa enteramente en la voluntad soberana de Dios. Su elección de ciertos pecadores no está basada en ninguna respuesta prevista u obediencia por parte de ellos, tal como fe, arrepentimiento, etc. Al contrario, es Dios quien da la fe y arrepentimiento a cada individuo que Él escoge. Estos actos (la fe y el arrepentimiento) son el resultado, no la causa de la elección de Dios. Por lo tanto, la elección no es determinada o condicionada por alguna virtuosa disposición prevista en el hombre. Aquellos que Dios soberanamente escoge, los trae a través del Espíritu a una aceptación voluntaria de Cristo. Entonces, la causa final de la salvación está en que Dios escoge para salvación al pecador, no que el pecador escoja a Cristo.

3. La redención particular o expiación limitada
La obra redentora de Cristo tuvo el propósito de salvar sólo a los escogidos y asegurar la salvación de ellos. Su muerte fue en sustitución de la pena del pecado y en lugar de ciertos pecadores específicos. Además de quitar los pecados de Su pueblo, la redención de Cristo aseguró todo lo necesario para su salvación, incluyendo la fe que les une a Él. El don de la fe es concedido infaliblemente por el Espíritu Santo a todos aquellos por los cuales Cristo murió, garantizando así su salvación.

4. El llamamiento eficaz del Espíritu Santo o la gracia irresistible
Además del llamamiento externo general a la salvación que se hace a todos los que oyen el evangelio, el Espíritu Santo extiende a todos los elegidos un llamamiento interno especial que inevitablemente les trae a la salvación. El llamamiento externo (que se hace a todos sin distinción) puede ser y muchas veces es rechazado; mientras que el llamamiento interno (hecho sólo a los elegidos) siempre resulta en la conversión. Por medio de este llamamiento especial, el Espíritu Santo atrae irresistiblemente a los pecadores a Cristo. En Su obra de aplicar la salvación, no está limitado por la voluntad del hombre, ni depende de la cooperación del hombre para tener éxito. Por el poder de la gracia, el Espíritu Santo impulsa al pecador elegido a cooperar, a creer, a arrepentirse, a venir libremente y de su propia voluntad (librada por el poder de Dios) a Cristo. Entonces, la gracia de Dios es invencible; siempre resulta en la salvación de aquellos a quienes es extendida.

5. La perseverancia de los santos (creyentes)
Todos los que fueron escogidos por Dios, redimidos por Cristo y recibieron la fe por medio del Espíritu Santo, son eternamente salvos. Permanecen en la fe por el poder de Dios omnipotente, y por lo tanto, perseverarán hasta el fin. (Perseverarán porque son preservados por Dios).
 
 
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